Nueva píldora, indicada para quienes saben que la única manera de no perder la cabeza es no tenerla.
NECESITABA UNAS VACACIONES
Roberto Vázquez, trabajador, marido y padre ejemplar durante varios años, e interno ejemplar desde hace unos meses, fue incapaz de ver la tormenta que se preparaba en su sesera hasta que fue demasiado tarde: un mal día de noviembre, justo después de la comida, se sintió tan escaso de energías que acabó por sentarse en un parque hasta que se hizo de noche. De regreso a casa, cansado como nunca y pálido como siempre, tuvo ganas de equivocarse de tren como se había equivocado de mundo, pero no lo hizo. Guardó silencio mientras intentaba reconocer a la mujer que le hablaba de vez en cuando y al niño que correteaba por la habitación.
Al día siguiente, lejos de mejorar, se notó aún más cansado que la víspera. Y desapareció. Se quedó toda la mañana en la estación viendo pasar trenes, luego se comió una barrita de chocolate que guardaba en el bolsillo y cogió un tren que se dirigía a una ciudad cuyo nombre había leído en alguna parte. Junto a la estación había un parque, con flores y algunos patos nadando en un lago. A Roberto le gustó el sitio, y decidió quedarse allí.
* * *
La mamá de Roberto, la esposa de Roberto, sus vecinos y compañeros de oficina, se dividieron casi a partes iguales entre el asombro, el enfado y la indiferencia ante su desaparición, denunciada la madrugada siguiente a las autoridades. En pocas horas, las paredes de su ciudad se llenaron de carteles con su fotografía, e incluso se habló de su caso en alguna televisión local. Pero Roberto tardó aún unos días en saber todo esto, el tiempo que necesitaron para localizarle y devolverle al lugar de donde procedía. Al regresar, Roberto sólo dijo:
– Lo siento, no quería molestar; tan sólo necesitaba unas vacaciones.
Después, más silencio, una baja laboral por estrés y muchas, muchas horas en la estación mirando cómo pasaban los trenes. El resto no importaba, así que Roberto apenas fue consciente de las grandes atenciones que le dedicaron a su regreso casi todos aquellos que apenas le hacían caso mientras la maquinaria funcionaba con normalidad, ni del progresivo desinterés que la ausencia de signos de mejoría empezaba a provocar en sus allegados. Comía poco, hablaba aún menos y apenas dormía. Algunas mañanas se colaba (ya nunca le dejaban salir de casa con dinero o tarjetas de crédito) en el tren de las 9,15 y volvía al parque donde se instaló en su primera fuga. Unas horas más tarde, los policías, que ya le tuteaban, iban a buscarle y Roberto les acompañaba sin dejar de mirar hacia el lago.
Siempre era así, hasta que un día dejó de serlo. Roberto estaba, como de costumbre, sentado junto a la orilla del lago, y no se movió cuando los policías le pidieron que les acompañara.
– Vamos, Roberto, ven con nosotros- le dijo el más alto, un abulense llamado Rodrigo Vera.
– Quiero quedarme aquí- contestó Roberto.
– No puedes quedarte aquí.
– ¿Por qué?
– Pues porque no puedes. Venga, levántate y déjate de tonterías.
– Quiero quedarme aquí – insistió Roberto.
– ¡Que vengas de una puta vez, coño!- gritó el segundo policía, que había estado callado hasta entonces.
– Quiero quedarme aquí. ¿Por qué no puedo quedarme aquí?
El segundo policía agarró a Roberto para inmovilizarle, pero éste se escabulló y le arrancó media oreja de un mordisco. Luego todo fueron gritos y golpes hasta que Roberto, esposado, con la cara ensangrentada y un diente colgando, miró de nuevo hacia el lago, en cuyas aguas se reflejaban las sirenas de las ambulancias, y murmuró:
– Quiero quedarme aquí.
Buenas, Don Alfredo,
Algún tiempo ha que no me paseaba por el parque de su psiquiátrico.
He estado leyendo sus píldoras y me parecen muy interesantes.
Esta última es realmente descorazonadora. Enhorabuena.
Intentaré darme alguna vuelta por aquí ahora que ya no visto la elegante camisa de fuerza que hace un tiempo me invitaron a vestir.
Un placer, como siempre.
Juanki.
Se le saluda. Echaba de menos sus agudos comentarios, y celebro haberlos reencontrado, así como saber que vuelve a llevar indumentarias más cómodas y veraniegas.
Mi psiquiátrico bien, gracias. Más concurrido, seguramente, que hace unos meses, aunque en la misma línea, tratando de ahuyentar la realidad a base de libros, cine, música y píldoras. Old habits die hard, que dicen los british. A veces incluso yo pienso que debe de ser jodido ver el mundo a través de mis gafas, pero tampoco las gafas ajenas acaban de convencerme. Salud y hasta la próxima.