TARAS BULBA. 1962. 122´. Color.
Dirección: J. Lee Thompson; Guión: Waldo Salt y Karl Tunberg, basado en la novela de Nikolai Gogol; Dirección de fotografía: Joseph MacDonald; Montaje: Folmar Blanksted, Eda Warren, Gene Milford y William Reynolds; Música: Franz Waxman; Dirección artística: Edward Carrere; Producción: Harold Hecht, para Harold Hecht Productions-Curtleigh Productions-Avala Films-United Artists (EE.UU.)
Intérpretes: Tony Curtis (Andrei Bulba); Yul Brynner (Taras Bulba); Christine Kaufmann (Natalia); Sam Wanamaker (Filipenko); Brad Dexter (Shilo); Guy Rolfe (Príncipe Grigori); Perry López (Ostap Bulba); George Macready (Gobernador); Ilka Windish, Vladimir Sokoloff, Vladimir Irman, Daniel Ocko, Abraham Sofaer, Mickey Finn, Richard Rust.
Sinopsis: Taras Bulba, jefe militar de los cosacos, es traicionado por los polacos, a favor de quienes combatió frente al ejército otomano. Décadas más tarde, con sus hijos ya convertidos en jóvenes guerreros, Taras Bulba ve llegado el momento de liberar su país de la ocupación polaca.
En el momento más álgido de su carrera, que coincidió con su desembarco en Hollywood, el británico J. Lee Thompson asumió la dirección de Taras Bulba, film de vocación épica que adaptaba la novela del ruso Nikolai Gogol. En unos años en los que las aventuras exóticas tenían mucho tirón entre el público, Taras Bulba quedó oscurecida por otras producciones de mayor enjundia, pero ello no obsta para que sea un film de mérito, con ese aroma de las grandes epopeyas en Technicolor que siempre es del agrado de los cinéfilos de pro.
Película de productor, urdida por Harold Hecht junto al protagonista principal, Tony Curtis, Taras Bulba se rodó en buena parte en la provincia argentina de Salta, cuyas similitudes con las estepas de Ucrania que recrea la acción son más o menos como las que tienen las fotos que la gente pone en las webs de ligoteo con su imagen real. Es cierto que, en plena Guerra Fría, resultaba utópico rodar en los escenarios reales, por entonces ubicados en la Unión Soviética, pero algo más parecido a Ucrania, ese lugar ahora tan de moda, no hubiera estado mal. A pesar de ello, Thompson insufla al conjunto el ritmo y la energía propias de alguien que, además de estar familiarizado con los rodajes en lugares exóticos, estaba en su mejor momento como realizador. Así sucede en la secuencia inicial, que recrea con vigor una batalla entre las tropas otomanas, que avanzaban imparables hacia la Europa occidental, y las fuerzas del ejército de Polonia, aliadas para la ocasión con los valerosos guerreros cosacos. Tras la victoria, llegó la traición, tomando el control los polacos de los territorios habitados durante generaciones por aquellos que habían contribuido de manera decisiva a derrotar a los turcos. Es por ello que Taras Bulba, caudillo militar cosaco, jura que esas tierras volverán a pertenecer a su pueblo. Pasados los años, sus intenciones no han logrado materializarse, pero con la idea de que sus dos hijos estén preparados para las exigencias de la vida adulta de un pueblo guerrero, el soldado cosaco los envía a estudiar a la capital, Kiev, para que aprendan los usos y costumbres de los colonizadores y ello les sirva para liderar la reconquista. Sin embargo, el mayor de sus hijos, Andrei, se enamora de una joven polaca de alta cuna, y este romance alterará de manera significativa el curso de los acontecimientos.
Hay que decir que la reproducción de la ciudad de Kiev no está a la altura que cabría esperar en un film con hechuras de superproducción, lo que Thompson aprovecha para enseñarla lo menos posible. Son más disfrutables las escenas a campo abierto, así como las que ilustran el asalto de los cosacos a la ciudad de Dubno, epicentro de la ocupación polaca. El director maneja de manera acertada las escenas de masas, siempre tan difíciles de ejecutar. El film exalta esa virilidad llevada al extremo de los cosacos, así como su valor. Se intuye que la fidelidad histórica es escasa (eso, sin entrar en el detalle de que los cosacos cantan Kalinka en inglés), pero la puesta en escena es muy competente y la acción está rodada con energía. Dado que el guión le concede mucha importancia, el conjunto se beneficia de ello, aunque también es cierto que el libreto le otorga gran relevancia al romance, de trágicas consecuencias, entre Andrei Bulba y la aristócrata polaca Natalia. Y aquí la cosa flaquea, porque esos amoríos, al margen de padecer de una notable cursilería, entorpecen el curso de la acción, que recupera el protagonismo, y da sus mejores frutos, en el asalto a una ciudad asolada por la peste. Es por ello que el último tercio de la película es el mejor, donde casan con más naturalidad el espíritu de la novela (en cuya adaptación cinematográfica se obvia la cuestión de las matanzas de judíos ejecutadas por los cosacos con la excusa de que colaboraban con los ocupantes) con el espectáculo de masas que se busca. La presencia de cuatro montadores sugiere que esta cuestión debió de resultar problemática, intuyéndose que el director no tuvo excesivo protagonismo en la edición definitiva. La fotografía es bastante buena, sin llegar a la magnificencia que sí tiene la banda sonora compuesta por Franz Waxman, que no sólo es la cualidad más importante de la película, sino que se sitúa por méritos propios entre las mejores de su autor.
Cuando se estrenó Taras Bulba, Tony Curtis ya era una estrella consolidada, capaz de llevar adelante sus propios proyectos. Aquí, el actor da rienda suelta tanto a sus dotes de galán romántico como a sus cualidades para lo circense, lo que en parte nos hace olvidar que daba incluso más el pego como vikingo que como cosaco. A su lado está un Yul Brynner poderoso, aunque algo sobreactuado, él sí un intérprete ideal para el papel que le corresponde, por origen, por presencia y por testosterona. Christine Kaufmann, actriz cuya presencia en el cine estadounidense se resume casi en esta película, hace un buen trabajo, aunque su papel sea de lo más tópico. Perry López, que da vida al segundo hijo de Taras Bulba, resulta algo blando a la vista de su linaje, todo lo contrario que un Sam Wanamaker al que aún le faltaba un tiempo para ponerse detrás de las cámaras. Del resto, destacar a George Macready, que da vida al gobernador polaco.
Taras Bulba no es excelente, pero sí bastante buena, y muy entretenida, a pesar de sus limitaciones. Su director estaba en gran forma, al igual que sus principales protagonistas, y eso se nota para bien. Además, contiene una música espléndida. Dicho esto, quiero acabar esta reseña subrayando que la grafía del apellido de los protagonistas masculinos es la correcta, aunque seguro que eso es culpa del heteropatriarcado y el falocentrismo. Que no se diga que uno no intenta adaptarse a los tiempos.