DOMINO. 2019. 87´. Color.
Dirección: Brian De Palma; Guión: Petter Skavlan; Dirección de fotografía: José Luis Alcaine; Montaje: Bill Pankow; Música: Pino Donaggio; Diseño de producción: Cornelia Ott; Dirección artística: Kristel Dotremont y Kurt Loyens; Producción: Michel Schonemann y Els Vandevorst, para Schone Films-Saban Films- Backup Media (Dinamarca-Francia-Bélgica-Italia-Países Bajos-EE.UU.-Reino Unido).
Intérpretes: Nikolaj Coster-Waldau (Christian Toft); Carice Van Houten (Alex Boe); Guy Pearce (Joe Martin); Eriq Ebouaney (Ezra Tarzi); Soren Malling (Lars Hansen); Mohammed Azaay (Salaah Al-Din); Paprika Steen (Hanne Hansen); Thomas W. Gabrielsson (Wold); Ardalan Esmailli, Sachli Gholamalizad, Hamid Krim, Younes Bachir, Roca Rey.
Sinopsis: Durante una operación en un barrio marginal de Copenhague, un veterano policía, Lars Hansen, resulta gravemente herido a causa de un error de su compañero, Christian Toft. Este agente, junto a otra detective de su departamento, buscarán al culpable por diversos lugares de Europa.
Pese a haberse visto relegado por la industria desde hace demasiado tiempo, Brian De Palma, ahora afincado en Europa, ha continuado haciendo lo que mejor sabe: películas. Su último estreno hasta la fecha, Domino, fue, siguiendo la costumbre, masacrado por la crítica, y también ignorado por el público, que lo vio como un thriller del montón en un ejercicio colectivo de desmemoria. Confieso que no soy objetivo ciando hablo de Brian De Palma (ni cuando lo hago de cualquier otra cosa, para qué nos vamos a engañar), pero creo que Domino, siendo una obra menor dentro de una filmografía importante, no es tan mala como se ha dicho.
Por lo pronto, creo que es una buena noticia que Brian De Palma continúe al pie del cañón. Domino arranca bastante bien, mostrando el día a día de dos policías daneses, uno veterano y otro más joven, que ven como un episodio en apariencia rutinario acaba en tragedia por culpa de un error garrafal del más novel. A partir de aquí, la película se enfrenta a sus dos principales problemas: un guión que intenta abarcar demasiado y que muy pocas veces muestra atisbos de inspiración, y un presupuesto a todas luces insuficiente para ilustrar como corresponde un periplo que abarca diversos países y que implica directamente a la lucha que los servicios secretos estadounidenses llevan a cabo en Europa contra los terroristas del Estado Islámico. A consecuencia de esto, y también de los problemas de producción que afectaron a la película, De Palma ofrece una visión reducida de sí mismo, con retazos de su maestría con la cámara y de su especial capacidad para crear tensión, pero sin dar rienda suelta a los excesos que tanto gustan a sus aficionados (no veremos aquí esos mayestáticos planos-secuencia marca de la casa, seguramente por las escasas posibilidades que había de poder repetir las tomas). Aparecen constantes en el cine del director, como la constatación de que muchas veces no podemos creer ni lo que ven nuestros propios ojos, y alguna escena ideada para que el espectador experimente la sensación del vértigo. Dentro de un libreto que, en general, es de thriller policial de brocha gorda, con tópicos a un lado y otro, se muestra la verdadera cara del terrorismo islámico, que es la de la maldad sin matices, y también (en esto se percibe al Brian De Palma más interesado en lo que se está narrando de toda la película) que el modo que las agencias de seguridad estadounidenses emplean para erradicar esa lacra, asentada con firmeza en toda la Europa occidental por motivos que la derecha tergiversa y la izquierda prefiere ignorar, es tan poco pulcro como eficaz sólo a ratos. Más allá de sus limitaciones, Domino tiene la virtud de no aburrir, aunque su clímax, que se desarrolla en la plaza de toros de Almería, deja otra vez la sensación de que estamos viendo un De Palma descafeinado, con una visión clara de cómo hacer un tour de force como Dios manda, pero sin la energía, y desde luego también sin el dinero, de que dispuso en tiempos mejores.
No ayuda que apenas haya profundidad en el dibujo de los personajes, ni que las relaciones entre ellos nunca se aparten demasiado de los lugares comunes. De hecho, los insípidos diálogos entre los dos policías durante su recorrido por el mundo no los salva ni Brian De Palma, ni Stanley Kubrick resucitado de entre los muertos. Hubiese sido de agradecer que se ahondara en el sentimiento de culpabilidad del protagonista masculino, pues no en vano su compañero y mentor ha pisado la UCI por su culpa, o que las andanzas europeas de la CIA no quedaran reducidas a la presencia de un solo personaje, pero, como diría el chulopiscinas expulsado en Cornellá, esto es lo que hay. En otras ocasiones, Petter Skavlan ha demostrado ser un guionista competente, pero aquí su libreto es muy mejorable. En cambio, José Luis Alcaine, el veterano iluminador español, hace un trabajo digno de ser destacado, al igual que el montador de confianza de Brian De Palma, Bill Pankow, cuya labor de edición hace que las escenas finales se asemejen a lo que un fanático del director esperaría. Otro viejo conocido, Pino Donaggio, elabora una banda sonora solvente, que también remite a épocas mejores y, por tanto, barniza la película con un tono nostálgico que no la perjudica, sino que la pone en su lugar.
Encabezan el reparto dos intérpretes conocidos por el gran público por sus papeles en Juego de tronos. Nikolaj Coster-Waldau, es un actor solvente, con presencia ante la cámara e ideal para dar vida a un policía sin glaomour y parco en palabras. Lástima que a su personaje le falte profundidad. Por su parte, Carice Van Houten ha estado mejor otras veces, sin que su interpretación contribuya a soslayar las evidentes limitaciones del papel que le ha tocado en suerte. Para mí, el mejor del elenco es Guy Pearce, en el rol de agente de la CIA, enérgico a la par que irónico, y seguramente el personaje al que más le beneficia estar definido con trazo grueso. Del resto, bien Soren Malling, discreto Mohammed Azaay, que debería ser un malvado con más enjundia, y correcto Eriq Abouaney.
Un De Palma menor, por supuesto. Pero este director tiene tanto talento, y recibe tantos palos de gente cuyos méritos en la vida no resisten diez segundos frente al espejo, que cualquier película suya es una buena noticia para los que conocemos el valor del cine, que en parte se explica porque hay realizadores siempre capaces de mostrar arte, incluso en sus obras más flojas. Ya que la cosa acaba en un ruedo, incluso en faenas discretas es capaz Brian De Palma de mostrar que es al séptimo arte lo que Curro Romero a la verónica.