HAY UN CAMINO A LA DERECHA. 1953. 93´. B/N.
Dirección: Francisco Rovira Beleta; Guión: Manuel Saló y Francisco Rovira Beleta; Dirección de fotografía: Salvador Torres Garriga; Montaje: Alberto Gasset; Música: Federico Martínez Tudó; Producción: Antonio Bofarull, para Titán Films (España)
Intérpretes: Francisco Rabal (Miguel); Julita Martínez (Inés); Carlos Otero (El Goyo); Manolito García (Víctor); Juan Manuel Soriano (Comisario Tormo); Ramón Giner (El Chiva); Isabel de Castro (Maruja); Antonio Bofarull (Vicente); José Luis García (El Zurdo); Ramón Hernández, José Pinillo, Enrique Borrás, Luz de Sevilla.
Sinopsis: Miguel, un marinero que acaba de ser despedido, desembarca en Barcelona, donde viven su mujer y su hijo, para ganarse la vida en la ciudad. Amargado por las estrecheces económicas, contacta con un grupo de delincuentes, del que forma parte el novio de su cuñada.
Hay un camino a la derecha fue la película que encumbró a Francisco Rovira Beleta, cineasta barcelonés hoy en el olvido que aportó algunos títulos muy significativos a lo mejor de la cinematografía española de las décadas de los 50 y los 60. El éxito de crítica del film, cuya pareja protagonista fue premiada en el festival de San Sebastián y que, en su conjunto, se hizo acreedor del premio Ciudad de Barcelona, se extendió a las taquillas, que seguramente encontraron en esta película dosis de realismo que brillaban por su ausencia en la mayor parte del cine español de la época.
Tres elementos muy vinculados a puntos geográficos bien distintos se dan cita en este largometraje, el cuarto que dirigió Francisco Rovira Beleta; el cine negro estadounidense, el neorrealismo italiano y la moralina española, que en aquellos años hacía que el Código Hays pareciese un modelo de comportamiento transgresor y subversivo. La estricta censura de la época se empeñó en edulcorar una historia negrísima, con la inclusión de un prólogo y un epilogo de tan obvia intención moralizante como escasa ligazón con la idiosicrasia de una historia que, de no ser por esos inequívocos paisajes de la Barcelona del Congreso Eucarístico, tendría mucho más que ver con Italia y con Norteamérica que con España. En parte como opción estética y en parte por aquello de abaratar unos costes siempre limitados, Rovira Beleta no utilizó un solo decorado en la película, filmada íntegramente en escenarios reales de la ciudad natal de un director que fue periodista antes que fraile y, por tanto, conocía bien aquello que retrataba. Ese retrato se circunscribe a las siempre populosas calles del entorno conocido entonces como Barrio Chino (hoy Ravalistán) y a la zona portuaria, aunque justo es mencionar que dos de las escenas más relevantes tienen lugar en parajes alejados geográficamente de los mencionados: la playa del Somorrostro y la calle Anglí. Por ello, la película transmite un aura de autenticidad que ni la alargada sombra de la censura, ni unos diálogos que más de una vez caen en lo académico, consiguen diluir. Al margen de los valores artísticos de la película, en ella vemos a la más bien mísera Barcelona de la postguerra, densamente poblada por individuos que se ganaban la vida, o ni eso, como buenamente podían. Miguel, protagonista de Hay un camino a la derecha, es una más de esa personas: marinero de profesión, un serio incidente con un contramaestre le hace regresar a su hogar, en pleno Casco Viejo barcelonés, para reencontrarse con su esposa y su único hijo, en una vetusta casa de vecinos en la que también residen su cuñada, una artista de variedades, y el novio de ella, cuya subsistencia se debe a los delitos de poca monta en que participa. Al principio, Miguel regresa con toda la ilusión y dispuesto a labrarse en tierra el próspero futuro que le acabó negando el mar, pero lo único que consigue es un puesto de vigilante en un almacén nocturno que no le da para mantener dignamente a su família ni haciendo jornadas de doce horas diarias. Poco a poco, y a fuerza de frustraciones y penalidades, el carácter de Miguel se va agriando. Cuando comprueba que, por mucho que digan los de siempre, quienes se ubican al margen de la ley gozan de una situación económica mucho más desahogada que la de quienes se desloman trabajando, acude al novio de su cuñada para colaborar en un robo. Llegados a este punto, la película tiene bastante que ver con el cine negro, que vivía por entonces su etapa más dulce y que, trasladado a Barcelona, dio lugar a varios filmes notables que en conjunto conforman, con toda seguridad, la mejor aportación de esta ciudad al cine español en toda su historia. Como es fácil suponer, la decisión de Miguel de entrar en el mundo del delito no puede tener consecuencias más nefastas para él y su família, con lo que esa mezcla entre cine negro y neorrealismo termina por derivar en un melodrama de tono muy negro.
Rovira Beleta filma la ciudad que tan bien conoce con mucho brío, captando el bullicio de sus calles y la desazón de quienes en ellas malviven. Eso sí, en general hablamos de una fotografía muy luminosa, en la que el sol barcelonés está muy presente. Lo tenebroso está en las caras, en el interior de las casas y,sobre todo, en esa playa del Somorrostro que el director, haciendo gala de afán documentalista, retrata de una manera que, si uno piensa en las condiciones de vida de sus habitantes, sólo puede verse desde la compasión o el terror. Por ello, tanto el desarrollo narrativo como la estética de la película, hacen que el prólogo y el epílogo, sin duda imprescindibles para que la cinta recibiera los permisos necesarios para poder ser exhibida, resulten tan notoriamente artificiosos. Rovira Beleta no desentona en las escenas más puramente de acción, y capta de forma certera unos rostros expresivos que, sin duda, le ayudan a contar lo que quiere (y, a veces, no puede). Una buena muestra del aire trágico que progresivamente adopta la película es la forma en la que Francisco Martínez Tudó, compositor de la banda sonora, pervierte las alegres canciones infantiles hasta convertirlas en prolegómenos de un desgarrador cortejo fúnebre.
Ya había protagonizado otras películas, entre ellas el anterior film de Francisco Rovira Beleta, pero es evidente que Hay un camino a la derecha contribuyó en buena medida al despegue definitivo de la carrera de Francisco Rabal, actor de instinto, dotado de un talento singular para los personajes viscerales como ese Miguel de deseos legítimos y decisiones casi siempre equivocadas. La energia y la convicción que Rabal otorga al personaje nos dejan entrever, abra o no la boca, sus muchas sombras. Julia Martínez, por entonces casi una debutante, hace un gran trabajo como abnegada esposa que asiste, impotente, a la deriva del hombre a quien quiere. En su rostro vemos la entrega, pero también la desazón que le provoca el hecho de ser incapaz de conseguir que su amor redima por sí mismo a Miguel. Carlos Otero, actor portugués cuyo rostro estará siempre asociado al cine policíaco rodado en Barcelona, luce como frustrado proyecto de gángster a la española, mientras que Isabel de Castro asume con convicción el rol de mujer descarriada pero de buen corazón, todo ello según los rígidos códigos morales de la época. El entonces niño Manolito García, que de adulto acabó haciendo carrera en el cine gracias a su voz, no resulta tan repelente como era de temer, y de hecho es parte fundamental de la ya elogiada, con toda justícia, escena en el Somorrostro.
Película notable, aunque no la mejor de quien la firma, Hay un camino a la derecha se impone sobre la censura franquista haciendo que a ésta se le vean de lejos las costuras de su moral de estampita. Retrata, de una forma honesta que para entonces habían osado emplear Nieves Conde y pocos más, una Barcelona y una España que fueron, y que sólo quienes la vivieron en sus carnes te cuentan sin adulterar. Lo hace, además, con una desenvoltura cinematográfica propia de un cineasta con varias obras a reivindicar, entre las cuales esta cuya reseña concluyo.