THE CHANGIN´TIMES OF IKE WHITE. 2019. 77´. Color.
Dirección: Daniel Vernon; Guión: Daniel Vernon; Dirección de fotografía: Daniel Vernon; Montaje: Paul Dosaj y Alan Finch; Música: Andrew Phillips. Canciones de Ike White; Producción: Rachel Hooper, Vivienne Perry, Daniel Vernon y Lana Gutman, para BBC Arena-Erica Starling Productions-Met Film (Reino Unido).
Intérpretes: Ike White, Lana Gutman, Alvin Taylor, Greg Errico, Jerry Goldstein, Rico Fanning, Deborah White, Bruce Jackson, Monalisa White, Carol Michaella Reynolds, Angelique Stidhum.
Sinopsis: Biografía del músico Ike White, que grabó un álbum en prisión, iba para estrella y, poco después de salir de la cárcel, desapareció de la vida pública.
Daniel Vernon, que ha tocado diversos palos en el mundo del documental, se introdujo en la música como base fílmica con Todas las vidas de Ike White, biografía de uno de esos personajes que demuestran que el tópico de que la realidad supera a la ficción no está exento, como todos los otros, de lógica. Sin duda, la azarosa existencia del protagonista de la película ha despertado el interés de cinéfilos curiosos de todo el mundo, los cuales se han encontrado con un producto serio y sólido que, eso sí, deja la sensación de haber profundizado sólo lo justo en un perfil que daba para más.
Siendo cierto que en el mundo de la música abundan las estrellas, lo es más aún que quienes pudieron llegar a convertirse en artistas de renombre y, por un motivo u otro, jamás llegaron a serlo, superan en número a quienes se han hecho un lugar, si no en la historia, sí al menos en el retrato de una época o movimiento artístico. Las razones por las que alguien con talento no alcanza la fama son diversas, y lo que destaca respecto a Ike White es que las reúne casi todas. Antes de comenzar a enumerarlas, he de decir que el film se basa casi en exclusiva en los testimonios y documentos del propio biografiado y de diversas personas que le conocieron, pero se echa en falta, y esto es un defecto importante si tenemos en cuenta que White demuestra ser un hombre muy dado a mentir, una labor de investigación externa que, justo es reconocerlo, se antoja complicada vista la capacidad de Ike White para evaporarse, pero que se hace imprescindible para una mejor comprensión de lo narrado. Daniel Vernon recurre a músicos, ex-esposas y antiguos compañeros de celda de Ike White para trazar un retrato interesante, pero incompleto. Por ejemplo, el protagonista apenas habla de su infancia, más que para mencionar que aprendió a tocar el piano junto a su madre, y que su padre fue, durante un tiempo, miembro de la banda de Ella Fitzgerald, quien se dejaba ver algunas veces por la casa de Ike, el mayor de cinco hermanos. No encontraremos nada en la película que corrobore o desmienta el testimonio de White, que omite cualquier alusión a los motivos que le llevaron, ya en la adolescencia, a convertirse en un delincuente, y qué ocurrió entre el biografiado y su madre, pues su relación parece inexistente, al menos desde que Ike White ingresó, a la edad de 18 años, en la cárcel, con una condena a cadena perpetua por el asesinato (White mantiene que a causa de un disparo accidental) de un viejo tendero durante un atraco. No se ofrecen datos sobre la investigación o el juicio, que sin duda serían valiosos. Sí sabemos que White cumplió condena durante catorce años, que hizo amistad con algunos compañeros de condena y que continuó haciendo canciones tras las rejas, tarea sencilla para él dado su dominio de diversos instrumentos como la guitarra, el piano o la batería. Su material atravesó los muros de la prisión, llegando a ser admirado por el mismísimo Stevie Wonder (cuyo percusionista, Alvin Taylor, sitúa a Ike White al nivel de Jimi Hendrix) y a despertar el interés de un conocido productor, Jerry Goldstein, que construyó un estudio móvil para que White pudiese grabar un álbum mientras cumplía su condena. Ese disco, Changin´times, queda como la casi única prueba de un talento musical importante. Pocos años después del lanzamiento de ese disco, Ike White salió en libertad condicional, pero su carrera artística jamás llegó a despegar: rompió con Goldstein, su colaboración con Stevie Wonder no llegó a buen puerto y desperdició la oportunidad de ver realizada una película sobre su vida por su negativa a que el protagonista fuese otro que él mismo. Sabemos también que White, cuyo matrimonio con Deborah le había dado tres hijos, regresó a los hábitos que le habían llevado a pasarse media vida entre rejas, y que un buen día se evaporó…
En este punto, el film da un salto, hasta bien entrado el presente siglo, para centrarse en Lana Gutman, representante y última esposa de Ike White, y en el propio biografiado, reaparecido después de un misterioso periplo que abarcó más tres décadas y, en apariencia, reconciliado consigo mismo y con la vida. Aquí da la sensación de que la película va a llevarnos hasta la actualidad de un modo tranquilo, pero Ike White todavía tiene capacidad de sorprendernos… y mucho. De la enorme cantidad de material fotográfico y audiovisual que conservaba (llama la atención que alguien con tanta habilidad para volatilizarse mostrara tanto empeño en almacenar recuerdos y vivencias), extraemos que White nunca dejó de hacer e interpretar música, bajo diversos seudónimos, en hoteles, salas de fiesta y celebraciones varias. Lo más chocante es que, a través de esos documentos, Lana Gutman, que se creía la segunda esposa de Ike White, decubrió que no lo era ni de lejos: el músico/delincuente, que al parecer nunca dejó de ser ambas cosas, había tenido hijos de otro matrimonio, que mantenía en secreto, e incluso estableció una relación de cariz materno-filial con una anciana, con la que convivió hasta su muerte, al margen de otras relacione, porque lo que revela esta parte de la película es que Ike White era todo un atleta sexual que, a juzgar por los testimonios de quienes mejor le conocieron en ese terreno, hubiera podido tener una gran carrera también en el mundo del porno. El reverso de esta realidad es que los emparejamientos y posteriores desapariciones de White dejaron tras de sí un reguero de hijos que crecieron olvidados por su padre. En este aspecto, las declaraciones de Angelique, la única descendiente del biografiado que ofrece su testimonio en la película, producen un cierto desgarro.
Ya hemos comentado que a Vernon le falta documentación y, seguramente, testigos, aunque reconozco que obtener declaraciones de quienes conocieron de primera mano las andanzas delictivas de Ike White no es ni sencillo, ni recomendable, pero lo que tiene, lo expone muy bien, con el perfecto acabado técnico que siempre se espera de la BBC, un montaje ágil y unas eficaces animaciones para ilustrar distintos episodios de la vida de White. Tratándose de un documental musical, es cierto que hay muy poca música en él, pero es que la existencia del protagonista fue un poco así, la de un artista que, aunque volcaba su vena creativa en decorar sus distintas residencias, dedicó su tiempo a muchas otras cosas en detrimento de su arte. El final es muy bueno, dicho sea de paso, y Vernon lo filma con un muy británico equilibrio entre la empatía y el distanciamiento. El asombro queda para el espectador, y para quienes creían saber mucho de Ike White, ejemplo puro y sin adulterar de que nunca se llega a conocer a alguien lo suficiente.
Todas las vidas de Ike White es, creo, un documental que, parafraseando al maestro Sabina, calla más de lo que dice, pero dice la verdad. Como, además, está muy bien hecho, no puedo hacer otra cosa que recomendar su visionado, que no aburrirá a nadie.