GREEN BOOK. 2018. 128´. Color.
Dirección: Peter Farrelly; Guión: Nick Vallelonga, Brian Currie y Peter Ferrelly; Dirección de fotografía: Sean Porter; Montaje: Patrick J. Don Vito; Música: Kris Bowers; Diseño de producción: Tim Galvin; Dirección artística: Scott `Plauche; Producción: Nick Vallelonga, Brian Currie, Charles B. Wessler, Jim Burke y Peter Farrelly, para Participant-Dreamworks Pictures-Innisfree Pictures-Louisiana Entertainment-Wessler Entertainment (EE.UU.)
Intérpretes: Viggo Mortensen (Tony Lip); Mahershala Ali (Dr. Don Shirley); Linda Cardellini (Dolores); Sebastian Maniscalco (Johnny); Dimiter d, Marinov (Oleg); Mike Hatton (George); P. J. Byrne, Joe Cortese, Maggie Nixon, Von Lewis, Don Stark, Anthony Mangano, Paul Sloan, Seth Hurwitz, Rodolfo Vallelonga, Nick Vallelonga, Jenna Laurenzo, Johnny Williams, Iqbal Theba, Ted Huckabee, Shane Partlow, Dane Rhodes, Jon Michael Davies, Ninja Devoe.
Sinopsis: Tony Lip, empleado de un club nocturno de Nueva York, recibe una peculiar oferta de trabajo: debe hacer de conductor en la gira de un pianista negro por los estados del Sur.
El primer largometraje dirigido en solitario por Peter Farrelly, Green book, significó un verdadero punto de inflexión en la trayectoria de un cineasta que, hasta entonces, era conocido por las obras cómicas, la mayoría de brocha gorda, que había realizado junto a su hermano Bobby. Esta comedia dramática sensible y bienintencionada se convirtió en uno de los bombazos del año, hasta el punto de llevarse el Óscar a la mejor película. En contra de lo que muchas veces sucede, los méritos cinematográficos de Green Book la hacen acreedora de reconocimientos de ese calibre.
Cuando uno se encuentra ante una película manufacturada en Hollywood, inspirada en hechos reales y que afirma contener un mensaje positivo respecto a la tolerancia racial, la reacción más lógica es echarse a temblar, porque lo que suele producir la unión de estos factores es un bodrio edulcorado hasta límites insoportables que utiliza el sentimentalismo barato para que los espectadores abandonen las salas creyendo ser algo distinto, y por supuesto mucho mejor, a los cabrones que seguramente son. Lo excepcional de Green Book es que no repudia ninguno de los elementos que, en circunstancias normales, la harían insufrible, pero los combina de una manera que acaba generando una pequeña maravilla que, sin exagerar, recuerda a las mejores películas dirigidas por Frank Capra, cuyo espíritu sobrevuela este film ambientado en los primeros años 60 que, sin duda, tiene su mejor baza en la profunda humanidad con la que describe personajes y situaciones. Imagino que el hecho de que la familia de Tony Lip Vallelonga, protagonista de la película, se haya implicado de manera importante en la producción tiene mucho que ver con la sensación, no ya de verosimilitud, sino de realidad mejorada, que desprende este cuento de Navidad que se disfruta desde el primer minuto hasta el último. El inicio lo emplea Peter Farrelly en presentarnos a Tony, un tipo duro de origen italiano, nacido y criado en el Bronx, que es uno de los empleados de confianza del Copacabanam uno de los clubs nocturnos más glamourosos de Nueva York. Sin embargo, cuando el local debe cerrar durante un par de meses para acometer unas reformas, Tony se encuentra de frente con una situación económica poco boyante, causada en parte porque, pese a su origen y contactos, se niega a trabajar para la Mafia y prefiere no poner en riesgo ese hogar feliz que ha creado junto a su esposa e hijos. Tony medita volver a su antiguo empleo como conductor de camiones de basura mientras reabre el Copa, pero hasta sus oídos llega la posibilidad de conseguir un puesto temporal como chófer, bastante mejor pagado que las otras opciones legales que se le presentan. Tony acude al lugar de la entrevista, la planta superior del mítico Carnegie Hall, y se encuentra con un músico negro, de porte y maneras aristocráticas, que necesita un conductor, que sea a la vez un tipo con recursos, para acompañarle en una gira otoñal que va a emprender por los estados del Sur, en los que continúa imperando la discriminación racial. Pese las iniciales y mutuas reticencias, Tony consigue el empleo y esos dos individuos antagónicos comienzan el que, sin duda, será el viaje de sus vidas.
Podría decirse que Green book (nombre de un libro editado para que los negros pudieran viajar por el Sur sin poner sus vidas en riesgo) es una versión sui generis de Paseando a Miss Daisy, y algo de eso hay, porque Tony y el Doctor Donald Shirley, que viaja junto a los dos músicos blancos que le acompañan en su gira, pasarán de mirarse con recelo a ver lo bueno que hay en ese otro sujeto tan distinto a él no sólo por el color, sino por la clase social. Junto a Shirley, Tony aprenderá a juzgar a las personas por su temperamento y no por su raza, a apreciar el arte y a no renegar de su propia sensibilidad; por su parte, Don superará sus prejuicios de clase, y ese ancestral esnobismo de los músicos de cámara, mientras su espíritu se abre a placeres de la vida sencilla de los que hasta entonces se había mantenido al margen, y aprende a hacerse valer frente a quienes admiran su talento, pero le desprecian por su color de piel. Green book muestra todo esto sin sermonear, con esa sencillez no impostada que es, paradójicamente, tan difícil de conseguir, y abstrayéndose de esa tontería contemporánea consistente en creer que la manera de combatir los estereotipos ancestrales es reproducirlos a la inversa. Gracias a eso, Peter Farrelly logra sublimar la realidad sin ocultarla, y hace que su película siga una progresión dramática coherente que, al tiempo, le otorga la condición de fábula necesaria en estos tiempos de regreso al tribalismo más iracundo. Tras la cámara, Farrelly ofrece más solidez que virtuosismo, pero sabe llevar la historia con pulso firme y ponerse a su servicio sin innecesarias veleidades formales, que difícilmente sacarían mejor partido de escenas como la del pollo frito en el coche o la del restaurante sólo para blancos, que ya son puro cine sin que les hagan falta adornos. Obviamente, la música tiene una gran relevancia en la narración, y sirve para mostrar el cambio que se da en los protagonistas: Tony comprende el valor de un arte que, vista su baja extracción social y nivel educativo, siempre le había sido ajeno, y Don asume que no hay nada malo en la música popular como fuente de emociones más sencillas y terrenales. Por otro lado, Green book ofrece también el mejor trabajo hasta la fecha de Sean Porter, un iluminador al que le sienta bien el color verde.
La película valdría menos sin el formidable trabajo de sus dos principales intérpretes: Viggo Mortensen nos brinda su mejor trabajo desde, al menos, su última colaboración con David Cronenberg, destacando lo bien que se apaña con el italiano y la convicción con la que asume un rol de tipo duro y poco instruido, dotándole de humanidad y manteniéndose lejos de la caricatura. Por su parte, Maharshala Ali, cuyos trabajos más conocidos los hallamos en la televisión, muestra de manera sutil las contradicciones de un personaje desubicado a la fuerza, negro de clase alta en un mundo de blancos, que en el fondo no es aceptado por ninguna de las dos razas y que esconde en su interior todavía más motivos para ser, a pesar de su don inigualable, repudiado socialmente (cosa que, por cierto, Tony no hace, lo que confirma al Doctor Shirley que ese hombretón del Bronx posee la rara virtud de la nobleza de espíritu). Creo que Ali hace un trabajo que debe ser aplaudido, y que sería un gran Miles Davis, en caso de que alguien le ofrezca ese papel en el futuro. Farrelly cuida mucho la autenticidad en su modo de retratar a los italianomericanos, y por ello recluta a un puñado de actores que nunca lo parecen, lo cual es un halago. Dentro de un nivel general bastante alto, creo que Jon Michael Davis refleja muy bien cómo es el auténtico racista.
Green book es una película que no sorprende, y que sin duda está hecha para enamorar a las audiencias. Lo que la convierte en excepcional es que lo consigue sin engañar más de lo que nos engañan los buenos cuentos, que son los que crean un mundo mejor sin insultar la inteligencia de quienes los leen. Fabular no es sinónimo de prostituir la realidad para conseguir el aplauso, y con esta película creo que Peter Farrelly se ha doctorado en la materia. Gran cine, sin efectos especiales, disfraces llamativos o impostura posmoderna. Aroma de clásico.