SALINUI CHUEOK/MEMORIES OF MURDER. 2033. 128´. Color.
Dirección: Bong Joon Ho; Guión: Shim Sung-Bo y Bong Joon Ho, basado en un argumento de Kim Kwang-Rim; Director de fotografía: Kim Hyung-Koo; Montaje: Kim Sun-Min; Música: Taro Iwashiro; Diseño de producción: Ryu Seong-Hie; Dirección artística: Ryu Seong-Hie; Producción: No Yong-Yun, Kim Moo-Ryoung y Cha Seoung-Jae, para CJ Entertainment-Sidus-Muhan Entertainment (Corea del Sur).
Intérpretes: Song Kang -Ho (Detective Park); Kim San-Kyung (Detective Seo); Kim Roe-Ha (Detective Cho); Song Jae-Ho (Sargento Shin); Byeon Hye-Bong (Sargento Koo); Ko Seo-Hie (Agente Kwi-Ok); Ryu Tae-Ho (Jo Byeong-Soon); Park No-Shik (Baek Gwang-Ho); Park Hae-Il (Park Hyeon-Gyu): Jeon Mi-Seon (Kwok Seol-Yung); Seo Young-Hwa (Eon Deok-Nyeo); Woo Go-Na, Lee Ok-Joo, Choi Jong-Ryol, Yoo Seung-Mok, Lee Hun-Kyung, Lee Dong-Yong.
Sinopsis: En una pequeña ciudad de Corea del Sur aparece el cadáver de una mujer joven, que fue violada y asesinada, al igual que otra muchacha encontrada meses antes en la misma zona. Un detective es enviado desde Seúl para ayudar a los policías locales en la investigación.
Con su segundo largometraje, el hoy mundialmente célebre cineasta surcoreano Bong Joon Ho empezó a mostrarse como un director importante y muy a tener en cuenta. Memories of murder, que tuvo un gran éxito en su país de origen, recogió laureles en distintos certámenes asiáticos y europeos, entre los cuales la Concha de Plata al mejor director en el festival de San Sebastián, recrea un episodio policial que conmocionó a Corea del Sur durante los años 80 y 90, cuando un asesino en serie acabó con la vida de varias mujeres en la comarca de Hwaseong, situada al sur de la capital, Seúl. El film reconstruye la investigación llevada a cabo para capturar al malhechor, y lo hace con una llamativa maestría que denota la huella de un realizador de inusual talento.
Memories of murder se inicia con el hallazgo del cadáver de una joven, en un lugar oculto junto a una acequia, mientras unos niños juegan sin saber que a pocos pasos se encuentra el horror del mundo. No es el primer cuerpo sin vida de una mujer que aparece en poco tiempo por la zona, por lo que los responsables policiales del país deciden que lo mejor es que un detective de la capital se traslade hasta esa comarca agrícola, y relativamente poco poblada, para apoyar la investigación ya iniciada por los agentes locales. Antes de eso, sin embargo, Bong Joon Ho juega al despiste con el espectador, pues su manera de describir lo que sucede justo después del macabro hallazgo (y antes de que aparezca en escena el detective llegado desde Seúl) tiene abundantes toques, no ya de comedia negra, sino de la otra, con esa escena del crimen por la que todo el mundo se pasea en completo desorden, borrando huellas y entorpeciendo sobremanera la obtención de pruebas, y ese pequeño terraplén por el que se cae todo aquel que pretende llegar al lugar de autos. No yerra aquí el director, por cuanto lo grotesco acostumbra a tener presencia activa cuando en un lugar se juntan varios seres humanos, incluso en los episodios más luctuosos. Con esta introducción, nos es más fácil comprender el curso seguido por una investigación que se prolongó durante varios años y estuvo marcada por la incompetencia y el infortunio. En este aspecto, Memories of murder rompe con la tradición del cine policíaco, en el que la torpeza humana y las fatalidades que impiden culminar con éxito las pesquisas policiales no suelen tener cabida, o al menos no de un modo tan dominante, quedando estos rasgos definitorios reservados a la comedia. En el thriller policial de toda la vida, la captura del asesino suele darse por la mezcla entre la pericia de los investigadores, que acostumbran a ser personas inteligentes que no dudan en arriesgar su pellejo para resolver el caso, y un golpe de suerte, provocado muchas veces por un decisivo error del delincuente. Pues bien, Bong Joon Ho explica en esta película qué es lo que sucede cuando nada de eso tiene lugar.
El director, que firma el guión junto al entonces debutante en esas lides Shim Sung-Bo, recrea lo sucedido con precisión de relojero suizo, espíritu crítico y dosis de humor negro. En Corea del Sur, en España, en Estados Unidos y en las Antillas Holandesas existen asesinatos sin resolver, u otros que no se esclarecen hasta pasados muchos años desde que las muertes violentas, casi siempre sufridas por niños o mujeres jóvenes, entran en escena. Cuando el asesino no es muy torpe, y además no forma parte del abanico de sospechosos más evidentes, la labor policial es muy complicada, y entran en juego la falta de medios, las rivalidades entre los distintos cuerpos de seguridad, la lucha de egos entre los miembros del mismo aparato de investigación, la mayor o menor incompetencia que pueda tener cada cual (aceptando que el valor de la incompetencia de un colectivo siempre es mayor a la suma de la de todos sus miembros por separado) y el puro y simple infortunio. Los policías locales, que al principio son quienes llevan el peso de la investigación, son rudos y poco académicos; de hecho, uno de ellos es un torturador puro y duro, con menos luces que un tronista de Mastuerzas, Holgazanes y Viceversa. Uno cree que los métodos expeditivos son necesarios frente a los criminales más peligrosos, pero Memories of murder es la constatación en pantalla grande de que esos métodos, por sí solos, no garantizan la eficacia y deben estar acompañados por estrategias más sutiles y menos reñidas con el despliegue neuronal. En la película, esos detectives empiezan por capturar al sospechoso más obvio, un joven que padece retraso mental, y no dudan en torturarle y en usar su escasa ciencia para fabricar su culpabilidad y cargarle los asesinatos, pese a que salta a la vista que sólo alguien con mucha más fuerza física y habilidad manual que ese desgraciado pudo haberlos cometido. El fracaso de esta pedestre tentativa traslada el protagonismo hacia el detective de Seúl, mucho más metódico y pulido que sus colegas de provincias. Con él llevando la voz cantante, la investigación avanza, pero no fructifera, y pasa el tiempo, y los cadáveres siguen apareciendo, lo que hace que el asunto se convierta en una obsesión para los protagonistas, hasta el punto de que, con la llegada a la historia de un sospechoso mucho más plausible que los anteriores, el policía llegado desde la capital termina siendo el más agresivo de todos. En definitiva, que lo que el tiempo transcurrido los sucesivos fracasos y la acumulación de cuerpos sin vida consiguen es que los detectives Park y Seo, el jefe de los limitados investigadores locales y el chico listo que vino de Seúl, acaben pareciéndose el uno al otro mucho más de lo que, seguramente, a ambos les gustaría.
De una forma más sutil de lo que aparenta, Bong Joon Ho atrapa al espectador con una puesta en escena que es todo un ejemplo de película-tela de araña, con un marcado tono realista, un gris permanente en el cielo, del que sólo nos alejamos en el prólogo y el epílogo, que transcurren junto a la acequia en la que se localiza el cadáver que todo lo inicia, un excepcional aprovechamiento del impacto dramático que siempre tienen las noches lluviosas en las historias cuyo tema son las tinieblas, una notable y melancólica partitura del poco conocido compositor nipón Taro Iwashiro, y una atmósfera decadente de puro realista que rompe por completo con el glamour que siempre asociamos con el cine de detectives. Bong Joon Ho extiende su apuesta por lo rupturista de lo narrativo a lo visual, con una cámara que se mueve poco y que, cuando lo hace, es con lentitud, salvo en momentos muy puntuales como la persecución a uno de los sospechosos, un montaje que huye de la sequedad que solemos encontrar en el policíaco clásico y un hábil manejo de la tensión, especialmente apreciable en la escena en la que el asesino, desde una privilegiada atalaya, duda a la hora de decidir si su siguiente víctima será una colegiala o la agente que la policía le ha enviado como cebo. Con todo ello vemos que la apuesta por la cotidianidad más absoluta (y menos cinematográfica, en cierto modo) no está reñida con un cierto virtuosismo.
El trabajo de los actores es muy eficaz: Song Kang -Ho, presencia recurrente en el cine de Bong Joon Ho, saca un partido excelente de un personaje que, como la propia película, tiene más matices de los que al principio puede parecer: ese policía vehemente, aunque más bien obtuso, de una petulancia que le hace presumir de saber qué personas son criminales con sólo mirarlas, acaba asumiendo algo de lo que pocos seres humanos son capaces: sus propias limitaciones, no sólo como servidor del orden público, sino como individuo. Song Kang -Ho consigue que esta evolución sea consecuente y creíble, como también lo es la involución que experimenta el personaje interpretado con acierto por Kim San-Kyung, intérprete con una carrera mucho más discreta que la de su compañero que aquí le da una réplica intachable. Kim Roe-Ha asume con convicción el rol de policía tan abnegado como corto de entendederas, mientras que el ya fallecido Song Jae-Ho interpreta con aplomo al oficial que pone la veteranía y el sentido común en ese heterodoxo grupo que le ha tocado en suerte. Del resto del reparto, destacar a Park Hae-Il, que se pone en la piel de uno de los distintos sospechosos de ser el delincuente sexual buscado por la policía, y a la también fallecida, en su caso muy prematuramente, Jeon Mi-Seon, que interpreta a la mujer que proporciona paz y equilibrio al detective Park.
Al margen de ser la revelación de un talento prodigioso, Memories of murder es el reverso realista del thriller policíaco al uso, lo que la convierte, junto a su excelente guión y a la demostrada pericia visual de Bong Joon Ho, en una película imprescindible para cualquier amante del cine. En manos de este director, la modernidad no significa efectismo barato, relecturas falaces del pasado o ampulosidad vacía, y por ello estamos ante uno de los grandes cineastas surgidos en este siglo.