BREAKING AWAY. 1979. 101´. Color.
Dirección: Peter Yates; Guión: Steve Tesich; Dirección de fotografía: Matthew F. Leonetti; Montaje: Cynthia Scheider; Música: Miscelánea. Piezas de Giaocchino Rossini, Felix Mendelssohn, etc.; Dirección artística: Patrizia Von Brandenstein; Producción: Peter Yates, para 20th. Century Fox (EE.UU.).
Intérpretes: Dennis Christopher (Dave Stohler); Dennis Quaid (Mike); Daniel Stern (Cyril); Jackie Earle Haley (Garrapata); Barbara Barrie (Evelyn Stohler); Paul Dooley (Ray Stohler); Robyn Douglass (Katherine); Hart Bochner (Rod); Amy Wright (Nancy); Peter Maloney, John Ashton, Lisa Shure, Pamela Jayne Soles, J.F. Briere, Eddy Van Guyse.
Sinopsis: En una pequeña ciudad de Indiana, cuatro adolescentes de clase baja se dedican a estirar el tiempo que les separa de la vida adulta. Uno de ellos, gran aficionado al ciclismo, muestra grandes aptitudes para ese deporte y está obsesionado por todo lo italiano, para disgusto de su padre, un vendedor de coches usados.
Justo una década después del estreno de la película por la que todavía hoy se le recuerda, Bullitt, el británico Peter Yates regresó a la senda del éxito con El relevo, comedia dramática sobre el tránsito hacia la vida adulta, de planteamientos modestos y una respuesta en las taquillas que le valió para entrar en las quinielas de los grandes premios, llegando a conseguir el Globo de Oro a la mejor comedia y el Óscar al mejor guión original. Obra quizá algo olvidada por estos lares, El relevo es la mejor película de Yates en cuanto a riqueza narrativa se refiere.
El director, que también asumió las labores de producción, rodó la película en el escenario real donde transcurre la acción, la pequeña localidad de Bloomington, en Indiana. Allí, cuatro jóvenes que ya han salido del instituto, pero que no tienen trabajo, ni planes para acceder a la universidad, combaten los rigores del calor veraniego bañándose en el lago que se ha formado en una cantera abandonada. Uno de ellos es un quarterback frustrado con un futuro más que incierto; otro, separado de su familia y acomplejado por su baja estatura, es el único del grupo que mantiene una relación sentimental consolidada; el tercero es un chico larguirucho que conoce bien el fracaso, y el cuarto, un loco del ciclismo que idolatra a los italianos debido a su pasión por ese deporte. Antes, casi todo Bloomington vivía de las canteras; hoy, muchas han cerrado, y quienes trabajaban en ellas han debido buscarse la vida en otros negocios, o en otros parajes. Los cuatro protagonistas son chicos de clase trabajadora, a los que los alumnos de la Universidad de Indiana, con sede en la localidad, miran con desprecio, llamándoles, despectivamente, picapedreros, aunque ellos se quejan de que ni siquiera se les ha permitido serlo. Pronto, la trama se centra en Dave, el loco de los pedales, cuya devoción por todo lo italiano, que del ciclismo se ha extendido a la música, la comida, el perfume e incluso el idioma, saca de quicio a su padre, un antiguo picapedrero reciclado en vendedor de coches de segunda mano. En uno de sus entrenamientos junto al recinto universitario, el muchacho conoce a una bella estudiante, de la que enamora, haciéndole creer que, en lugar de ser un chico del pueblo, es un estudiante de intercambio llegado desde Italia. Además, se anuncia la visita a la zona de los ídolos de Dave, miembros del equipo ciclista Cinzano (qué tiempos aquellos), para participar en una prueba de carretera. Más allá de eso, se organiza la prueba ciclista de mayor raigambre en la comarca, en la que Dave y sus tres amigos se inscriben para tratar de derrotar a los arrogantes universitarios. A través de los elementos mencionados, Peter Yates utiliza el excelente guión escrito por Steve Tesich para abordar el final de la adolescencia de unos chicos de clase obrera desde una perspectiva que oscila entre el realismo y la nostalgia. Quizá el mayor acierto del libreto, que el director explota de modo más que adecuado, sea lo bien que sabe combinar los elementos de comedia, centrados en la relación entre Dave y sus progenitores, y muy preponderantes en el primer tercio de la película, y las subtramas más dramáticas, que van ganando protagonismo a medida que avanza el metraje hasta dominarlo, casi por completo, en el clímax, que se sitúa en el certamen ciclista local que Dave y sus amigos sueñan con ganar para demostrar una valía en la que, a fuerza de que nadie la crea, apenas lo hacen ellos mismos.
El relevo no basa su encanto en la originalidad de sus planteamientos, que tampoco es demasiada, sino en la autenticidad de personajes, diálogos y situaciones. Se trata de una de esas obras que, teniendo una naturaleza muy local, consiguen trascender hacia lo universal para que el espectador se identifique con unos chicos desorientados, soñadores, temerosos de lo que les deparará el futuro y marcados por su origen y extracción social. Ahí está la maravillosa escena en la que Dave y su padre visitan de noche la Universidad, y el hombre adulto le explica a su hijo que él fue una de las personas que moldearon las piedras que sustentan el templo del saber y que, pese a ello, siempre se sintió un extraño en aquel inmenso edificio que sus manos contribuyeron a levantar. Puede que los demás no lo vean así, pero los hijos de obreros de cualquier ciudad del mundo, incluso los que tenemos estudios, sabemos que una parte de lo que somos está descrita ahí, y además de un modo espléndido. En El relevo no se oculta la amargura, pero la película nunca se deja arrastrar por ella y, ante cualquier encrucijada narrativa que se le presenta, opta por un tono amable que, dada la autenticidad de la propuesta, le imprime calidez en lugar de hacerla parecer impostada. Dave, el protagonista, se llevará dos sonoras bofetadas, en sentido literal, que le despertarán de sus fantasías de adolescente, pero a cambio recibe unas enseñanzas que, además de ser necesarias para lo que la vida le tiene reservado, le acercan a su padre, un tipo más sensible de lo que él mismo trata de hacer ver, y en el fondo parecido a su mujer, ejemplo de madre y esposa comprensiva y llena de bondad. La película no habla de lo que serán esos jóvenes en una vida adulta que se intuye complicada para todos ellos, pero sí subraya la importancia de esos pequeños (o enormes) momentos de gloria que se viven en la juventud y a los que, años más tarde, puede uno aferrarse en tiempos de zozobra.
Yates opta por una puesta en escena realista, en la que el sol del verano asume una importante relevancia. En la pelea entre los universitarios y los picapedreros, así como en las secuencias que evocan las competiciones deportivas, Peter Yates muestra sentido del ritmo y un pulso para la acción del que ya había hecho gala en su obra más célebre. Destaca la utilización, entre irónica y sentimental, de piezas de música clásica íntimamente relacionadas con Italia para acompañar una trama que siempre transcurre de un modo apacible, lejos de esa crispación propia de la adolescencia… y del cine que trata de obviar a empujones sus debilidades narrativas. Tanto en los momentos más íntimos, como la serenata nocturna de Dave y Cyril bajo el balcón de la bella universitaria, como en aquellos en los que se muestra la adrenalina propia del deporte de competición, Yates se muestra inspirado y capaz de aprovechar todas las posibilidades de un guión que es todo un diamante. Quizá el final sea tópico, pero no lo percibo artificioso.
El director se apoya en cuatro buenos actores, que han tenido carreras bastante irregulares, para dar vida a los protagonistas. El principal es un magnífico Dennis Christopher, por entonces en la cúspide de una trayectoria que nunca terminó de despegar. Su trabajo aquí es de mucho nivel, mostrando a través de su personaje, un tipo voluntarioso que se hace querer, todo el idealismo de la adolescencia. Dennis Quaid, sin duda el más famoso del cuarteto, cumple bien como tipo rudo y prematuramente amargado, mientras que Daniel Stern se luce en la piel de un chaval con baja autoestima y buen corazón. Dejo para el final al mejor actor de todos ellos, Jackie Earle Haley, cuyo talento ya se le veía de joven y que, después de un largo hiato en su carrera, explotó en su excelente reaparición en Juegos secretos. Impagables Barbara Barrie y Paul Dooley, dos secundarios de lujo, como los padres de Dave, sin duda responsables de los mejores momentos cómicos de un film que, en este aspecto, rompe con los estereotipos del cine de adolescentes, en el que los adultos suelen ser retratados con brocha gorda y la diversión queda para los jóvenes.
Una joya, El relevo. Todo en ella funciona de manera admirable para ofrecer más de hora y media de fantástico entretenimiento, y para demostrar que una cosa es el buen rollo metido con calzador, y otra la realidad vista desde una perspectiva generosa.