FELICES PASCUAS. 1954. 83´. B/N.
Dirección: Juan Antonio Bardem; Guión: Juan Antonio Bardem, José Luis Dibildos y Alfonso Paso; Dirección de fotografía: Cecilio Paniagua; Montaje: Margarita de Ochoa; Música: Isidro B. Maiztegui; Producción: Rafael Carrillo, para Exclusivas Floralba Producción (España)
Intérpretes: Julia Martínez (Pilar); Bernard Lajarrige (Juan); Carlos Goyanes (Juanín); Pilar Sanclemente (Pili); Beni Deus (Manolo); Manuel Alexandre (Soldado); Josefina Serratosa (Madre Loreto); Rafael Bardem (Comisario); Matilde Muñoz Sampedro (Hermana Traspunte); Emilio Santiago, José Luis López Vázquez, Matías Prats, Antonio Riquelme, Agustín González, Antonio Ozores, José María Prada,. Pilar Laguna, Manuel Guitián.
Sinopsis: Juan se despide de su empleo como barbero creyendo que le ha tocado el Gordo de Navidad. Sin embargo, su esposa cedió las participaciones, y lo único que les ha tocado es un cordero. Deciden que el animal les servirá como cena de Nochebuena, pero sus hijos se encariñan de él y no se deciden a matarlo.
El segundo largometraje dirigido en solitario por Juan Antonio Bardem fue a la vez su última incursión en el terreno de la comedia. Felices pascuas, preludio de la etapa artística más gloriosa del director madrileño, está considerada una obra menor dentro de su trayectoria, aunque soy de los que consideran que tal vez las muchas virtudes de esta película, que no deja de ser de encargo, no hayan sido en general ponderadas de un modo suficiente.
Para escribir esta película, Bardem contó con la colaboración de dos nombres mucho más vinculados que él a la comedia popular, como son José Luis Dibildos y Alfonso Paso, y lo cierto es que la huella de ambos es profunda a lo largo del metraje. El film está concebido como un cuento de Navidad… con sus dosis de mala leche, eso sí. Acompaña a los títulos de crédito un villancico, cantado por un coro de niños, que incluye una estrofa que dice lo siguiente: «Viva el productor, viva la censura, viva el Sindicato y viva el señor cura». Tras este temprano catálogo de pullas, la película arranca fuerte, con una estampa semidocumental del Madrid de la época en pleno 22 de diciembre, día en el que en España el acontecimiento por excelencia era, y sigue siendo, el sorteo de la lotería de Navidad. Con un montaje abrupto de puro ágil, Bardem nos enseña las miserias que, en cada rincón humilde de la ciudad, esconde la confianza ciega en el golpe de suerte, y remata el conjunto haciéndole decir a Matías Prats, la voz oficial del régimen franquista, una frase antológica, por lo verdadera: «La lotería es la fe, la esperanza y la caridad de los españoles». Hechos los preámbulos, que a mi juicio son complicados de mejorar, el director se centra en la pareja protagonista, y vuelve a dar en la diana, porque Juan, un modesto barbero que ha jugado 15.000 pesetas en el número agraciado con el Gordo, le suelta a su jefe, antes de despedirse, todo lo que muchos deseamos decir si alguna vez tenemos el privilegio de dejar de trabajar por voluntad propia. Sin embargo, la Fortuna es, más que caprichosa, un poco cabrona, y lo que se encuentra Juan cuando, feliz y orgulloso, regresa a su hogar, es que su esposa, sin él saberlo, ha hecho correr por todo el barrio su pasaporte a la existencia acomodada, y que lo único que les ha tocado es un cordero en una rifa. Desesperado y sin empleo, Juan no piensa en su felicidad conyugal, ni en sus dos hijos pequeños, sino en cómo se le ha escurrido la suerte de las manos. El único consuelo que le queda es que, al menos, ese cordero servirá para que la familia cene bien en Nochebuena, pero claro, hay que matar al animal… Aquí, Bardem vuelve a estar inspirado en el trabajo de dirección porque, por medio de los encuadres y con la ayuda que le proporciona el diálogo entre los esposos, realiza una parodia del cine negro y convierte al barbero y la peluquera en protagonistas de una conspiración para el asesinato. La realidad es que, al margen de que los niños le han cogido cariño al rumiante, ninguno de los dos es capaz de quitar la vida a ese animalito que les observa de un modo tan angelical. En vista de su incapacidad para el crimen a sangre fría, Juan recurre a un amigo, matarife de profesión, pero resulta que el hombre no mata una mosca fuera de su jornada laboral, y ni siquiera come carne…
Hasta que el cordero pasa de víctima a mascota, Felices Pascuas me parece una magnífica comedia. Después, con la desaparición del rumiante y la angustiosa búsqueda del animal por el Madrid que espera ansioso la Nochebuena, la película se dispersa y pierde fuelle, convirtiéndose en una pieza más almibarada y previsible que sólo salvan, a medias, las invectivas contra la Iglesia (primero, con las monjas debatiendo acerca de cuál es la mejor forma de cocinar el cordero, y después en ese infame teatrillo navideño-infantil en el que se mezclan la moralina y el gore -esa fusión tan católica-) y el estamento militar, secuencia muda en la que Bardem, de un modo espléndido, retrata esa miserable costumbre de mostrarse manso ante la autoridad y despótico con los subordinados. Sin embargo, la búsqueda del cordero a través de la ciudad, en la que el influjo del Neorrealismo italiano es más que evidente, es menos inspirada en su conjunto que la primera mitad de un film muy bien fotografiada por Cecilio Paniagua, en la primera de sus dos colaboraciones con Juan Antonio Bardem, y en la que el trabajo de edición es igualmente destacable. La música, del compositor de cabecera de Bardem en los 50, Isidro B. Maiztegui, apuesta por lo lúdico y popular, a diferencia del resto de sus trabajos conjuntos.
Extraña la elección de un actor francés para el papel protagonista, pero lo cierto es que, al margen del importante inconveniente del doblaje, del que se encargó Víctor Orallo, Bernard Lajarrige es un muy buen comediante, capaz de resultar divertido, apesadumbrado, enérgico o elocuente según lo requiera su personaje. Julia Martínez, que venía de rodar su primer gran éxito, Hay un camino a la derecha, lidia con un papel similar al interpretado en aquella película, y lidia bien, aunque creo que es una actriz que dio lo mejor de sí misma en el drama. Los niños, entre los que encontramos a un tal Carlos Goyanes, están algo repelentes, lo que tampoco es raro. Excelente el coruñés Beni Deus como matarife vegetariano, pues a él se deben algunos momentos realmente divertidos, y muy acertados, como casi siempre, los progenitores del director, Rafael Bardem y Matilde Muñoz Sampedro, aquí en el rol de una servidora del Altísimo algo peculiar. Manuel Alexandre despunta en uno de sus primeros papeles de cierta relevancia. Asimismo, encontramos a José Luis López Vázquez en una breve intervención como taxista, a Antonio Ozores como soldado de armas tomar, y el debut en la gran pantalla de un tal Agustín González.
Comedia que empieza a un nivel muy alto y se deja parte de su encanto por el camino, Felices Pascuas es, a mi juicio, la prueba de que Juan Antonio Bardem no debió abandonar este género de la forma tan radical en que lo hizo, pues tampoco le faltaban maneras para la sátira.