A HISTORY OF VIOLENCE. 2005. 95´. Color.
Dirección: David Cronenberg; Guión: Josh Olson, basado en la novela gráfica de John Wagner y Vince Locke; Director de fotografía: Peter Suschitzky; Montaje: Ronald Sanders; Diseño de producción: Carol Spier; Música: Howard Shore; Vestuario: Denise Cronenberg. Producción: Chris Bender, J.C. Spink y Jake Weiner, para BenderSpink- New Line Cinema (Canadá-EE.UU.).
Intérpretes: Viggo Mortensen (Tom Stall/Joey Cusack); Maria Bello (Edie Stall); Ed Harris (Fogarty); William Hurt (Richie Cusack); Ashton Holmes (Jack Stall); Peter MacNeill (Sheriff); Stephen McHattie (Leland); Greg Bryk, Kyle Schmid, Sumela Kay, Gerry Quigley, Deborah Drakeford, Heidi Hayes, Aidan Devine.
Sinopsis: Después de hacer frente con éxito a unos peligrosos atracadores, el modesto hostelero Tom logra ser una pequeña celebridad cuya historia traspasa las fronteras del pueblo de Indiana en el que reside.
Dentro de una trayectoria como director cuya inteligencia y calidad siempre han mantenido lejos de lo prescindible, Una historia de violencia supuso una revitalización para David Cronenberg, pues gustó a sus seguidores de una forma similar a las de sus obras más importantes de los 90 y atrajo a nuevos públicos, por costumbre más reacios al estilo frío y exigente para el espectador del cineasta canadiense. Esta adaptación del cómic de John Wagner y Vince Locke estuvo, con toda justicia, en casi todas las listas de las mejores películas de 2005, por ser capaz de aunar una brillante reflexión sobre el carácter intrínsecamente violento del ser humano, con un sentido del espectáculo pocas veces visto en la filmografía anterior de Cronenberg.
Se celebra que esta vez ningún distribuidor español, ni cualquier otra mente ingeniosa de oficio parecido, quisieran cambiar el título de la película, porque pocas veces una frase tan genérica ha definido mejor el significado de una obra artística. Lo que propone, y realiza de manera ejemplar, Cronenberg no es sólo un análisis de las diferentes formas de violencia que el ser humano emplea con sus semejantes, sino también de sus efectos en una serie de personajes tan dispares como bien definidos. Todo esto lo hace no desde la reflexión sesuda y ensimismada, sino por medio de un estilizado film de gángsters que dibuja un perfil conjunto de la sociedad norteamericana más clarificador que muchos reportajes escritos o televisivos. Ya desde el mismo plano inicial, del porche de un motelucho de carretera, percibimos que Cronenberg se interna en un territorio ajeno a la ciencia-ficción que le es tan característica. El trivial diálogo, alejado de ecos tarantinianos, entre dos delincuentes que abandonan el lugar cobra un sentido distinto cuando vemos, a través de un lento barrido de cámara, que esos dos individuos son unos asesinos de la peor especie, que ponen ante nuestros ojos la violencia gratuita e indiscriminada. Ahí, el film se traslada a un pequeño pueblo de Indiana, en el que Tom, un ejemplar marido y padre de familia, regenta una cafetería a la que, por esos inescrutables caprichos del azar, acuden los dos asesinos. Lo que podría haber sido una carnicería termina con los malhechores heridos de muerte sobre el suelo del local gracias a la intervención de Tom, que gracias a ese ejercicio de violencia defensiva se convierte en el héroe local de una comunidad pequeña, en la que todo el mundo se saluda y los problemas de inseguridad y delincuencia parecen más propios de otro planeta. A la pregunta de una reportera televisiva, Tom responde que hizo lo que hubiera hecho cualquiera en su lugar. Sin embargo, todo espectador con algo de olfato que hubiese asistido a la escena sabría que la respuesta de ese hombre iba mucho más allá de la propia de un ciudadano pacífico, es decir, débil. Nadie ahonda, porque de lo que se trata es de rellenar cinco minutos de algún magazine televisivo vespertino para que su aborregada audiencia sonría feliz al comprobar que sigue habiendo gente buena y heroica en el mundo. Pero el espectador sabe, y por eso no se sorprende del todo cuando a la ciudad llegan tres gángsters, liderados por un tipo de rostro desfigurado pero de apariencia enormemente cool, que, atraídos por la fama del nuevo héroe de Indiana, creen ver en él a un sanguinario miembro del crimen organizado de Filadelfia que mucho tiempo atrás huyó de allí sin dejar rastro.
Poco a poco, pero sin tiempos muertos, Cronenberg teje una trama en la que sólo el viaje de regreso de Tom, ya desenmascarado como el mafioso Joey Cusack (maravillosa escena en la que su verdadera identidad es revelada a su hijo adolescente, un chico de privilegiado cerebro que sufre acoso escolar por parte de los habituales matones de instituto -glorioso también el encuentro entre estos y los dos asesinos en mitad de la carretera, que ilustra la diferencia entre los aprendices de hijos de puta y los maestros en ese arte-, y que un buen día solventa la cuestión agrediendo con particular saña a sus torturadores) a su Filadelfia natal, chirría por el modo en el que se desarrolla y por lo artificioso de una resolución que, siendo necesaria, no es igual de coherente que el resto. Mientras se mantiene en Indiana, Una historia de violencia roza la perfección, hablándonos del peso de la herencia genética, de la importancia de la familia, de lo difícil que es escapar del propio pasado, de la redención, del miedo que sentimos y del miedo que otros nos tienen, del animal irracional que todos llevamos dentro. Con su habitual equipo de colaboradores, el director mantiene su estilo detallista y pulcro hasta el extremo, pero no olvida que está al frente de una historia de interiores (en lo escenográfico y, también, en lo psicológico) en la que el realismo es vital. Siempre me ha llamado la atención la claridad con la que Cronenberg expone lo oscuro, y esta película es una nueva demostración de ese rasgo presente en toda su obra. Ese discurrir a ritmo pausado hace que los estallidos de violencia tengan mayor impacto, sin que se recurra a cámaras lentas, virtuosos efectos de montaje o innecesarios subrayados musicales. Aquí hay que mencionar la mesura, también marca de la casa, desde la que Howard Shore aborda una banda sonora que se aleja de estereotipos rurales o gangsteriles y que constituye un notable ejercicio de estilo en sí misma. Destaco en particular la elegancia con la que tanto el director como Shore ilustran la zozobra de la esposa y el hijo de Tom ante el hecho de que ese marido y padre ejemplar, que les ha hecho felices durante muchos años, fuera antes de llegar a ese pequeño pueblo un ser apenas distinguible de los dos tipos a los que quitó la vida en su bar.
Sin duda, a Viggo Mortensen se le recordará por su intervención en la trilogía de El señor de los anillos, pero sus mejores trabajos a nivel interpretativo los ha hecho a las órdenes de David Cronenberg. Respecto a esta película, valoro en lo mucho que merece la capacidad de Mortensen para ser Dios y el Diablo en la misma escena, sin histrionismos ni salidas de tono. Maria Bello, actriz en cuya filmografía abunda lo olvidable, dio lo mejor de sí en la piel de una mujer enamorada hasta el tuétano que se da de bruces contra una realidad que rompe de modo radical la vida perfecta que llevaba antes de que su marido se convirtiera en un héroe. Ed Harris está genial como mafioso carismático, mientras que al recientemente fallecido William Hurt lo veo algo pasado de vueltas. El joven Ashton Holmes, cuya carrera ha estado siempre orientada hacia la televisión, convence como adolescente de rara inteligencia. y la labor de Stephen McHattie es de alto nivel.
Poco más que decir, salvo que Una historia de violencia es una gran película de un gran director que, por añadir algo, tiene un final maravilloso que no necesita palabras.