Jamás hubiera sospechado que Esperanza Aguirre iba a alegrar un solo día de mi vida, pero en fin, nunca digas nunca. La susodicha lo ha conseguido hoy, anunciando su dimisión como presidenta de la comunidad de Madrid, el abandono de su escaño en el parlamento regional, y su consiguiente retirada de la primera línea política. Lo ha hecho este mediodía, después de una entrevista con Mariano Rajoy que deja dudas sobre el carácter estrictamente personal de los motivos que han empujado a la lideresa a abandonar la arena política. Dejando esto al margen la dimisión de Aguirre es una buena noticia sin paliativos, pues la exministra de Cultura (válgame Dios) representaba lo peor de la clase política española: la opacidad, el populismo barato, la arrogancia desde la falta de nivel intelectual, el amparo, cuando no directamente la complicidad, con la compraventa de escaños, la corrupción, las tramas de espionaje y el clientelismo en su más pura esencia. Era la versión reciclada del caciquismo ancestral, la portavoz de la derecha más rancia, el ídolo de la caverna. Deja la política en el peor momento para su Comunidad (aunque ha tenido tiempo de conseguir para Madrid el megacasino mafioso y prostibulario del millonario Adelson) y para su país, pero bienvenida sea su retirada. Que cunda el ejemplo, muchos más como ella deberían imitarla y largarse, a ver si con menos ratas conseguimos que no se hunda el barco.