L´HOMME QUI AIMAIT LES FEMMES. 1977. 118´. Color.
Dirección: François Truffaut; Guión: Michel Fermaud, Suzanne Schiffman y François Truffaut; Dirección de fotografía: Néstor Almendros; Montaje: Martine Barraqué; Música: Patrice Mestral; Diseño de producción: Jean-Pierre Kohut-Svelko; Producción: Marcel Berbert y François Truffaut, para Les Films du Carrosse (Francia).
Intérpretes: Charles Denner (Bertrand Morane); Brigitte Fossey (Geneviève Bigey); Nelly Borgeaud (Delphine); Geneviève Fontanel (Hélène); Leslie Caron (Véra); Nathalie Baye (Martine); Valérie Bonnier (Martine); Marie-Jeanne Montfajon (Christine Morane); Jean Dasté (Dr. Bicard); Sabine Glaser (Bernadette); Nella Barbier, Martine Chassaing, Anna Perrier, Roselyne Puyo, Michel Marti.
Sinopsis: Un gran número de mujeres acude al funeral de Bertrand, gran seductor fallecido prematuramente.
Establecido desde los años 60 como uno de los autores de referencia del cine mundial, François Truffaut regresó a uno de los temas recurrentes de su filmografía, las relaciones entre los hombres y las mujeres, con El amante del amor, película que es, en primera instancia, un estudio de la atracción masculina hacia el otro sexo y que, analizada en su conjunto, constituye un compendio de los diferentes tipos de mujeres, en referencia a su actitud y formas respecto al amor y el sexo. El film, en el que Truffaut empezó a trabajar mientras intervenía como actor en Encuentros en la tercera fase, obtuvo el beneplácito de la crítica y un éxito internacional que dio lugar a un remake estadounidense en clave de comedia.
El amante del amor (título español más inspirado que de costumbre) arranca de un modo harto peculiar, con un funeral al que sólo acuden mujeres. Una de ellas, que ejerce de narradora, comenta, al ver el desfile de piernas femeninas que pasan ante la tumba del finado: «Ahora disfrutaría viendo lo que más le gustaba de nosotras». En efecto, Bertrand Morane, un empresario francés de unos cuarenta años, siente una tremenda atracción hacia las mujeres que se manifiesta, en primer lugar, ante la visión de sus piernas. Se trata de un hombre solitario que evita la compañía masculina, y que, más que seducir a las personas del otro sexo, lo que busca es su cercanía, el hecho de poder entrar en su mundo. La conquista es un capítulo más de ese empeño, ni siquiera el principal, lo que diferencia a Bertrand del tipo donjuanesco tan mítico en Occidente. A partir de ese inicio tan lleno de personalidad, Truffaut estructura el relato en un largo flashback, que narra las peripecias sentimentales del protagonista en Montpellier, ciudad de provincias a la que se mudó después de abandonar París. El tono es discursivo, lo cual se explica en parte porque la parte central del conflicto surge cuando el protagonista se decide a novelar sus experiencias con el otro sexo, y ligero, porque el director rehuye abordar los elementos más dramáticos (la soledad como fantasma siempre al acecho, la acritud y/o la desazón que acarrea toda ruptura) de la trama de un modo solemne, al estilo de Ingmar Bergman, y prefiere un punto de vista que no se aleja del realismo, pero sí de la tragedia. De hecho, ese comentario antes aludido hecho en el funeral por la última amante de Bertrand es un buen resumen del tono de la película. En lo que se refiere a este personaje, Truffaut y sus coguionistas explican su casi enfermiza inclinación hacia la intimidad con el sexo opuesto con un complejo de Edipo de manual: la reunión del comité de lectura que evalúa su novela ofrece teorías diversas acerca del perfil psicológico del protagonista, pero la explicación precisa de lo que le ocurre la hallamos en su madre, una mujer bella y con escaso espíritu maternal que no sólo colecciona amantes, sino que los registra y analiza de manera concienzuda, hábito que su hijo ha heredado. El propio Bertrand brinda la explicación de todo esto cuando afirma que su libro está incompleto porque habla de muchas mujeres (la que le rechaza porque sólo se entiende atraída por los hombres jóvenes, la casada infiel tan dada a practicar sexo en lugares públicos como a escandalizarse en cuanto concluye el coito, la voz femenina que le despierta cada mañana, la empleada de la empresa de alquiler de coches, y muchas otras), pero no de la más importante de todas.
El guión, sólido y bien definido en lo que se refiere a los personajes y las situaciones, muestra lo que de ridículo tiene el comportamiento de los humamos en cuestiones amatorias, pero de un modo mucho más irónico que sarcástico. Destaca la fotografía de Néstor Almendros, en su quinta colaboración con Truffaut, realista pero siempre estilizada, en especial cuando ilumina la noche o los salones de los restaurantes. Se enfatiza, como es natural, la obsesión de Bertrand por las piernas femeninas, ofreciendo multitud de planos que muestran el grácil caminar de las mujeres con clase de una manera que delata influencias de Antonioni, en su etapa swinging London, y, especialmente, de Luis Buñuel. Eso sí, el clímax del film nos muestra que Truffaut es un cineasta con grandes virtudes, entre las cuales no figura el instinto para filmar escenas de acción, momento que el montaje, en general muy acertado, arregla sólo a medias. La música, presente de un modo esporádico, introduce pequeñas y distinguidas piezas orquestales que ilustran el devenir del protagonista.
Charles Denner, que ya estaba en la cincuentena cuando se rodó la película, hace la mejor interpretación de su carrera en la piel de un hombre culto y educado, amante de los libros y alejado del estereotipo del galán maduro, y que sin embargo vive obsesionado con las mujeres de una forma que le convierte en su madre, aunque con el sexo cambiado. Hay muchos matices en el trabajo de Denner, del que sólo caben elogios respecto a la mesura y la convicción con la que aborda su personaje. Del numeroso elenco femenino merece mención especial Nelly Borgeaud, que volvía a aparecer en un film de Truffaut después de casi una década y que borda el papel de mujer graciosamente desquiciada. La otra actriz cuyo trabajo la eleva sobre el resto es Geneviève Fontanel, una intérprete que quizá no logró en su carrera los papeles que la encumbraran, pero que aquí se luce en el rol de dueña de la tienda de lencería a la que Bertrand acude con frecuencia. Brigitte Fossey hace una buena interpretación, pero sin un brillo excesivo dando vida a uno de los personajes femeninos más lúcidos de la película. Leslie Caron aporta su distinción característica, sin dar a mi juicio lo mejor de sí, mientras que una joven Nathalie Baye da muestras de que en ella hay una actriz de talento. En el importante papel de la madre de Bertrand, Marie-Jeanne Montfajon, que hizo aquí su única aparición ante las cámaras, se muestra más aplicada que deslumbrante.
El amante del amor es una muy buena película, en la que quizá hay demasiadas palabras para mi gusto, pero también una reflexión profunda, aunque casi nunca sesuda, de cómo se juega a eso de la seducción desde ambos lados del tablero. No es mi obra favorita de François Truffaut, pero sí una de las que ofrece un retrato psicológico mejor perfilado de sus protagonistas, en especial del masculino. Si, por lo común, el amor y la inteligencia suelen llevarse mal, no sucede lo mismo en esta película.