Esto de la cultura produce cosas como que, a la hora del Ángelus y en plena montaña de Montjuïc, uno pueda ver al más heterodoxo de los bailaores acompañado por el coro de voces blancas de la Escolanía de Montserrat. Es decir, Seises, de Israel Galván. Este espectáculo se incluye en la programación del Festival Grec, que se inauguró hace unos días y llenará Barcelona de propuestas culturales durante todo el mes de julio.
Pesadilla de flamencólogos, Israel Galván nos propone esta vez una reinterpretación (no podía ser de otra forma) del sevillanísimo Baile de los Seises, que tiene lugar tres veces al año en la capital hispalense y se enmarca en una tradición que arranca en la Edad Media. No hace falta decir que lo que ofrece Galván es una versión muy sui generis del ancestral baile porque, en este bailaor, tradición y transgresión forman parte de un todo. En Galván confluyen la herencia flamenca, el espíritu innovador y ciertas extravagancias de divo que el espectador puede considerar simpáticas o innecesarias, según su sentido del humor y el día que tenga. Todo ella está, y con esto no revelo nada extraordinario, muy presente en Seises.
El espectáculo, algo largo en mi opinión, se divide en tres partes. En la primera, domina la música de Scarlatti, que nos remite a la Sevilla señorial de otros tiempos. No creo, con todo, que la introducción sea lo mejor de un espectáculo con altibajos que, a partir de ese preludio un tanto artificioso, va in crescendo y da lo mejor de sí en su segundo tercio, que, casualidades del la vida, es el más flamenco de todos e incluye algunos de los versos más emocionantes dedicados a Sevilla, obra de Manuel Pareja Obregón. A Israel Galván, veleidades al margen, el dominio de su arte, la elegancia de sus movimientos y la presencia escénica no se le pueden discutir, y las luce a conciencia en este espectáculo. Podrá gustar más o menos, pero es un artista de raza en el sentido más amplio del término. Además de a los intérpretes de clavicémbalo y piano, se concede mucho protagonismo a Ramón Martínez y Helena Astolfi, lo que, en el caso del primero de ellos, le da pie a lucir sus múltiples cualidades como artista flamenco. En la tercera parte aparece el coro de voces blancas de la Escolanía de Montserrat, interpretando piezas que van desde la tradición catalana hasta Andrew Lloyd Webber. En este tercio echo a faltar la simbiosis entre elementos dispares que sí hallo entre la música de Scarlatti y la percusión flamenca. Creo que las sublimes voces infantiles y la heterodoxa jondura de Israel Galván funcionan muy bien por separado, pero su convergencia, se me antoja forzada, de encaje que no fluye, lo que en parte desluce el clímax de un espectáculo irregular, con grandes momentos que se concentran sobre todo en su segmento central, y fases en las que al espectáculo le cuesta remontar el vuelo. El público barcelonés, eso sí, respondió con aplausos a una propuesta diferente y, desde luego, no del gusto de todos.