Henchido de ardor fusionero, ayer tarde me dejé caer en la antigua Sala Barts (no recuerdo cómo se llama ahora, cuando su gestión ha pasado a un conjunto de asociaciones a las que, espero y deseo, no les venga grande esto de hacerse cargo de uno de los pocos espacios musicales decentes de tamaño medio de la ciudad) para ver a Rocío Márquez y Bronquio, que presentaban en Barcelona su álbum conjunto, Tercer Cielo. Vaya por delante que admiro a la cantaora onubense: a Bronquio, como mucho, llego a tolerarlo. Pero uno ha sido siempre un defensor de la fusión flamenca, así que al Paral·lel que se fue a apoyar una causa que, en este caso concreto, creo que no se sostiene. Ya sé que la crítica musical moderna ha llegado a equiparar Tercer cielo, con su fusión entre el flamenco con la música electrónica, con Omega, aquel memorable salto al vacío de Enrique Morente junto a Lagartija Nick. Para mí, eso es como decir que Born again es el mejor disco de Black Sabbath, pero ya sabemos que gran parte de esa crítica o no entiende el flamenco, o directamente lo odia, y por ello reserva sus elogios a los artistas del género para las ocasiones en las que no lo practican, o lo hacen sólo en parte. Al margen de que lo de Morente fue un antes y un después, y que en lo de unir electrónica y flamenco ya existían diversos antes con carácter previo al lanzamiento de Tercer cielo, creo que en este sexto disco de Rocío Márquez hay más sombras que luces, aun reconociendo la calidad de su voz (pese a que siempre he encontrado a faltar en su estilo ese cante visceral que forma parte de la esencia pura de esta música), su personalidad, su profundo conocimiento del cante jondo (no estamos ante una impostora musical tipo Rosalía, quede claro) y sus ganas de no quedarse anclada en la ortodoxia. Opino, sin embargo, que tiene más sentido fusionar el flamenco con el folklore tradicional tagalo, o con las melodías ancestrales de los yanomamis, que con la electrónica. Primero, por lo social: todas estas músicas provienen de una tradición y de un sentir popular, mientras que la electrónica es un invento de pijos blancos. Segundo, porque estas maneras mecánicas (en este punto he de aclarar que, para mí, un DJ no es un músico) tienden a devorar todo lo que tocan, actuando a la manera de un agujero negro. La electrónica no fusiona, absorbe. Estas son las ideas que uno albergaba tras la escucha de varias piezas del álbum que ayer se presentaba, y que le obligaban a ser precavido respecto a lo que iba a ver y escuchar. Con todo, uno siempre espera que el directo mejore el estudio. Por desgracia, anoche sucedió lo contrario.
Creo que la puesta de escena de Tercer cielo empeora, o al menos lo hizo ayer, el trabajo discográfico. Primero, por la ausencia de los valiosos colaboradores que enriquecen el álbum, pero principalmente porque el flamenco se perdió entre el estruendo mecánico generado por Bronquio, quien, por mucho que el público estuviese sentadito, creyó estar en una rave, confusión alentada por una luminotecnia a juego que por momentos hacía daño a la vista. El público, que casi llenó la sala, aplaudió mucho, aunque creo que allí, salvo unos pocos que hasta tocaban las palmas al compás, el conocimiento del flamenco entre la audiencia era más bien escaso, cosa sencilla de deducir de acuerdo a las piezas que ovacionaban con mayor o menor intensidad. Considero que, más allá de ceñirse en exclusiva a su último trabajo, Rocío Márquez debió haberse marcado un martinete improvisado para educar a las masas en eso del jondo, que nunca está de más. A un servidor, la presentación en directo del disco le dejó absolutamente frío, algo que en la música, y en especial en el flamenco, es lo peor que puede ocurrir. Lo que había de trabajo escénico (inciso: por esas cosas del lugar y las coreografías, los que nos sentamos en las últimas filas vimos a Rocío Márquez más bien poco), de Unamuno, de Mairena, de Lorca y de arte gitano-andaluz, se me escapó entre el ruido. Porque, si hablamos de música, vale más una falseta de Niño Josele, o un pequeño paseo por las 88 teclas de Chano Domínguez, o Antonio Serrano probando la armónica, que todo lo que pueda hacer Bronquio en una hora sobre el escenario. Así que, por lo que a mí respecta, los críticos pueden decir lo que les plazca, pero Tercer cielo tiene bastante de experimento fallido, y su presentación en directo, más que disipar reticencias, las incrementa.
Una pieza que resume bien lo que es (y lo que no es) Tercer cielo:
Cualquier experimento pasado fue mejor: