Este verano, el flamenco de calidad llega a Barcelona de la mano de Desvarío, un festival organizado por Eldorado Sociedad Flamenca de Barcelona y el distrito de Nou Barris, con la colaboración del festival Grec. El inicio del evento difícilmente pudo ser mejor, con una conferencia a cargo de José Manuel Gamboa, que sabe mucho del tema, y la actuación de un pura sangre del cante como es el onubense Arcángel. Gamboa estuvo didáctico y divertido disertando sobre la transformación que ha vivido el flamenco desde la era de Pulpón, representante por cuyas manos pasaron infinidad de artistas de primera fila a lo largo de varias décadas, hasta la época actual, marcada por la pérdida de algunas de las máximas figuras del género y por un deseo de renovación no siempre bien ejecutado, ni entendido. El ponente, que se alinea de forma clara con quienes apuestan por innovar, repasó los cambios habidos desde que la supremacía ideológica del mairenismo, todavía defendida en distintos e influyentes foros, que actúan a modo de guardianes de la ortodoxia, hasta estos tiempos raros en los que todo es flamenco. Convengo en que buena parte de esos cambios (la ampliación del abanico de instrumentos, la fusión con otras músicas o el más importante papel de la mujer) han sido muy positivos. Creo que Gamboa y un servidor jamás nos pondremos de acuerdo respecto a Rosalía e híbridos similares, pero fue un placer escuchar a uno que sabe mucho de lo que habla.
Pasadas las nueve y cuarto de una bochornosa noche barcelonesa apareció Arcángel en el escenario del patio de la sede del distrito de Nou Barris. Elegante como siempre, el cantaor onubense se ha situado en esa disyuntiva entre tradición e innovación en un muy razonable término medio, que se resume en una de sus frases más conocidas: «Hay que transgredir con respeto». Ese respeto sólo puede venir del conocimiento, y Arcángel lo posee en grado sumo. El de Huelva, que actuó acompañado por Miguel Ángel Cortés a la guitarra y por Los Mellis a las palmas, coros y percusión, ofreció un concierto cien por cien flamenco, en el que, en especial en la primera parte, predominó lo jondo sobre lo fiestero. Con esa voz prodigiosa que le ha situado desde hace tiempo en el Olimpo de los cantaores de este siglo, Arcángel arrancó con una versión de La leyenda del tiempo sobre la que planeaba el espíritu de Enrique Morente, sin duda la mayor influencia de todos los que se dedican actualmente a eso de cantar flamenco, en especial de los payos. Después hubo tiempo para bordar la soleá, desgarrar con la seguiriya y bajar un tanto el listón de la hondura a golpe de bulería. A continuación, la estrella abandonó el escenario para conceder su cuota de protagonismo a Miguel Ángel Cortés, gran guitarrista granadino cuya nómina de acompañantes abarca buena parte de lo más granado del flamenco de las últimas décadas, desde Carmen Linares a José Mercé, pasando por Chano Lobato, Miguel Poveda, El Pele o Rocío Márquez, y que sí, estuvo también en Omega. Tras el ovacionado solo del tocaor reapareció Arcángel, ya sin chaqueta (el calor, repito, era tremendo) y con la camisa remangada, para dar rienda suelta a una segunda parte que incluso superó a la primera en cuanto a poderío vocal, hasta conformar en conjunto una auténtica clase magistral de lo que debe ser el cante. No fue hasta el final cuando el artista se dirigió al público, recordando su primera actuación en ese foro, que se vio interrumpida por una celebración futbolística, hace la friolera de 22 años. Arcángel dijo que ahora está mejor que entonces, y es cierto, pues se halla en una espléndida etapa artística. Sonaron las alegrías, y el onubense reservó para el final los fandangos de su tierra, que domina como nadie en estos tiempos. Espectacular colofón a un concierto espléndido, en el que un servidor disfrutó muchísimo y gracias al que, de paso, se sacó la espina de lo que había visto y oído justo una semana antes. Porque, a día de hoy, nadie canta flamenco mejor que Arcángel.
Hace unos meses, en Canal Sur. Puede que a algunos les suene la canción:
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