HOUSE OF WAX. 1953. 85´. Color.
Dirección: André De Toth; Guión: Crane Wilbur, basado en una historia de Charles Belden; Dirección de fotografía: Bert Glennon y Peverell Marley; Montaje: Rudi Fehr; Música: David Buttolph; Dirección artística: Stanley Fleischer; Producción: Bryan Foy, para Warner Bros. Pictures (EE.UU).
Intérpretes: Vincent Price (Henry Jarrod); Frank Lovejoy (Teniente Brennan); Phyllis Kirk (Sue Allen); Carolyn Jones (Cathy Gray); Paul Picerni (Scott Andrews); Roy Roberts (Matthew Burke); Angela Clarke (Mrs. Andrews); Paul Cavanagh (Sidney Wallace); Charles Buchinsky (Igor); Dabbs Greer, Reggie Rymal.
Sinopsis: El mundo de Henry Jarrod, brillante escultor y creador de figuras de cera de aspecto casi humano, queda reducido a cenizas cuando su socio incendia el museo para embolsarse el dinero del seguro. Jarrod sobrevive al fuego, y años después trata de rehacer su museo en otra zona distinta de la ciudad de Nueva York.
Veinte años después de la primera versión dirigida por Michael Curtiz, la Warner decidió retomar la historia original de Charles Belden y encargar a otro cineasta de origen húngaro eficaz y todoterreno, André de Toth, la realización de un remake. En aquellos primeros años de la década de los 50, Hollywood se hallaba inmerso en una vertiginosa carrera en búsqueda de formatos y texturas cada vez más espectaculares para sus historias, pues ya se estaba haciendo notar la dura competencia de la televisión. Por ello, Los crímenes del museo de cera se rodó en 3-D, lo que hace que en las copias vistas en diferentes formatos se pierda la espectacularidad que disfrutaron los espectadores de entonces.
La principal diferencia de esta versión respecto a la dirigida por Curtiz es que aquí se prescinde por completo de la trama paralela de la periodista, tomada prestada de The Front Page. La apuesta se centró en el terror y en la espectacularidad de la puesta en escena, y resulta una apuesta ganadora. Lo mejor de la primera película, la escena del incendio, es tan lograda y bellamente triste como entonces, y la ausencia de doble trama hace que la narración sea más lógica. Hay otros cambios menores, como que toda la historia transcurra en Nueva York, o que el yonqui de la primera versión se convierta en ésta en un alcohólico (cosas del Código Hays) y dos más mucho más significativos: se verbaliza y muestra con mayor profundidad la pérdida de la razón de Jarrod después del incendio de su museo, y la escena en la que éste asesina a su antiguo socio pasa de no existir en la primera versión a ser una de las mejores de este film. Conviene subrayar también que, por si en el propio clímax de la película (es decir, en la escena del sótano del nuevo museo de Jarrod) no quedara claro, en el epílogo se hace hincapié en que la protagonista femenina está desnuda cuando Jarrod la ata, cosa que sin duda también debió de resultar impactante para el público de la época. Apenas hay en esta película concesiones a la comedia (los desmayos del trío de jóvenes mojigatas que visitan la cámara de los horrores, en todo caso), y por lo demás la historia que se narra es la misma que en el film de Curtiz.
Los avances técnicos en el color y los efectos especiales dotan a este film de una espectacularidad que apenas se entreveía en la versión anterior, y ello es también mérito de André De Toth, cineasta de carrera no demasiado distinguida que, sin embargo, produjo obras muy interesantes en géneros tan distintos como el western, el cine de terror o el bélico. Su trabajo aquí es brillante y no desmerece al realizado por Curtiz veinte años atrás. Tanto la fotografía como la partitura musical de David Buttolph son de muy buen nivel y, en cuanto a los actores, hay que destacar sobre todo a Vincent Price, que en esta película interpretó su primer papel en un género, el de terror, que acabaría convirtiéndole en una leyenda del cine. El resto del elenco cumple con más discreción que brillantez, reservada en exclusiva a Price. Destacar que este film supuso uno de los primeros papeles cinematográficos del luego muy famoso Charles Bronson, aquí acreditado con su apellido original, Buchinsky. Interpreta a un sordomudo, lo cual resulta casi premonitorio de su inexpresividad característica.
Por encima de otras consideraciones, Los crímenes del museo de cera constituye un muy buen divertimento cinematográfico para los amantes de los placeres antiguos y, desde luego, una pieza imprescindible para los admiradores del gran Vincent Price.