THE SHOUT. 1978. 83´. Color.
Dirección: Jerzy Skolimowski; Guión: Michael Austin y Jerzy Skolimowski, basado en el relato de Robert Graves; Dirección de fotografía: Mike Molloy; Montaje: Barrie Vince; Música: Tony Banks y Mike Rutherford. Música electrónica de Rupert Hine; Dirección artística: Simon Holland; Producción: Jeremy Thomas, para The Rank Organisation (Reino Unido)
Intérpretes: Alan Bates (Charles Crossley); Susannah York (Rachel Fielding); John Hurt (Anthony Fielding); Robert Stephens (Médico jefe); Tim Curry (Robert Graves); Julian Hough (Vicario); Carol Drinkwater (Esposa del zapatero); John Rees, Jim Broadbent, Susan Wooldridge, Nick Stringer, Peter Benson.
Sinopsis: Durante un partido de cricket que se disputa en una institución psiquiátrica, un interno le cuenta a un visitante cómo ha acabado allí.
La trayectoria nómada que llevó el polifacético realizador Jerzy Skolimowski después de abandonar su Polonia natal dio sus mejores frutos en Inglaterra, donde rodó, a finales de los años 70, El grito, adaptación de un relato de Robert Graves, que compartió el Gran Premio del Jurado en el festival de Cannes con Adiós al macho, de Marco Ferreri, y sigue siendo una de las obras más recordadas de un director irregular, tanto en la frecuencia como en la calidad de sus obras.
En los años 70, seguramente el período en el que los cineastas dispusieron de mayor libertad para rodar sus historias, abundaron las películas ambientadas en instituciones mentales, de entre las que sin duda sobresale Alguien voló sobre el nido del cuco. El grito discurre por otros derroteros, más próximos al cine de Ken Russell, enfant terrible por antonomasia del cine británico de la época. El film se inicia con un plano general (abundantes en una obra en la que el espacio marca mucho de lo que sucede en pantalla) de un Citröen Dos Caballos llegando a un señorial edificio situado en mitad de la campiña. Una pasajera sale del vehículo, entra en la casa y es enviada a la cocina, donde se hallan tres cadáveres. En el último de ellos se encuentran las claves de un relato que se traslada de tiempo, que no de lugar, para ilustrar un partido de criquet que se desarrolla en lo que resulta ser un manicomio. En ese encuentro deportivo participan internos, trabajadores e invitados. El jefe médico de la institución charla con un amigo (el propio Robert Graves), al que encarga llevar el tanteo del partido. Le acompañará en esa tarea Charles Crossley, un paciente culto, educado y de aspecto enigmático, que dice estar allí porque su alma ha sido rota en cuatro pedazos. Acto seguido, y mientras se desarrolla el juego, Crossley explica con detalle su historia.
El tema de un extraño que llega de la nada a un microcosmos estático para alterarlo de manera significativa, que es el central de esta película, es de los más repetidos en el western, pero también se halla en obras muy alejadas del género, como por ejemplo Teorema, de Pasolini, una película con la que El grito guarda algunas semejanzas en cuanto al simbolismo del relato. Crossley es un vagabundo, que llega de la nada y aborda, a la salida de la iglesia, a Anthony Fielding, un músico que, en ocasiones, acompaña las misas interpretando los himnos en el órgano. Más allá de la coartada espiritual que le sirve para entablar conversación con Fielding, Crossley se autoinvita a comer y, ya con la compañía de Rachel, la esposa de su anfitrión, explica que ha vivido dieciocho años entre aborígenes, sin contacto con el hombre blanco. Más tarde, el vagabundo confiesa al músico que los hechiceros maoríes le transmitieron el poder de emitir un grito de tal intensidad que es capaz de dar muerte a todo aquel que lo escuche. Anthony, un espíritu materialista, menosprecia a su extraño invitado pero, poco a poco, este se instala en su casa y se va adueñando de todo aquello que le pertenece. Enfrentado a una figura que adquiere dimensiones demoníacas, el pusilánime Fielding no tendrá más remedio que enfrentarse a su huésped.
Creo que a El grito no le favorece que se la aproxime, como muchas veces se ha hecho, al cine de terror, porque su naturaleza es muy distinta, y las formas de Skolimowski, deudoras de los esquemas del cine de autor europeo, se alejan de los esquemas propios del género. El director polaco da una apariencia onírica a las escenas ubicadas en las dunas, fuente de la carga simbólica de la película, y busca soluciones visuales rompedoras, como el diálogo entre Rachel y Crossley, rodado en un plano-contraplano en el que la cámara sólo permite ver la mitad del rostro de cada uno. Skolimowski tiende a utilizar planos largos, lo cual ya me parece bien, pero creo que en general no imprime a la película el ritmo necesario. El montaje se estructura como un rompecabezas en el que las partes encajan de manera paulatina, pero esa forma de narrar peca al inicio de dispersa y dificulta que el espectador se sienta parte de la historia. La trama tiene interés, y este es mayor conforme avanza, pero la puesta en escena es fría. Por su parte, la banda sonora, cuyos autores son dos miembros del grupo Genesis, le da a la película un interesante aire de abstracción y misterio, aunque se queda corta en cuanto a lo que podría esperarse de gente de tanto nivel, sobre todo si tenemos en cuenta que uno de los principales protagonistas de El grito es músico profesional. Se priorizan los sonidos, que también tienen su relevancia en la historia, en detrimento de las melodías, y esto acentúa la sensación de distancia que la puesta en escena ya fomentaba de por sí.
Actor de mucha calidad, con una trayectoria cinematográfica llena de altibajos, Alan Bates hace un gran trabajo en la piel de un hombre, en apariencia sabio, al que hace tiempo ha abandonado la razón. Su papel, en el fondo, es el de un gran ladrón, pero de la propia existencia del hombre que le acoge, no tanto de sus posesiones materiales. Susannah York, actriz que vivía por entonces su postrero período de esplendor profesional, tiene en su haber interpretaciones de mayor enjundia que la de esta mujer hechizada por su huésped. Completa el trío protagonista John Hurt, notable en su socorrido rol de hombre de carácter débil, que en este caso debe aprender los métodos de su nuevo enemigo para poder contrarrestarle. Robert Stephens tiene un papel menos relevante de lo que debería, y Tim Curry, en su segunda intervención importante en el cine, es un Robert Graves correcto, pero no inspirado.
Con sus defectos, El grito es una notable adaptación de un relato complejo, en la que quizá la priorización de la atmósfera en detrimento del ritmo sea excesiva, pero que acaba enganchando por su sutileza a la hora de mostrar lo que no deja de ser una invasión implacable. Aquí, el extraño llegado de la nada no es un redentor, sino un ente perverso, y en ello, y en las relaciones de poder que se establecen en ese peculiar trío que forma con sus anfitriones, reside lo mejor de una película reivindicable.