WHITE ZOMBIE. 1932. 68´. B/N.
Dirección: Victor Halperin; Guión: Garnett Weston, basado en la novela de William B. Seabrook The magic island; Director de fotografía: Arthur Martinelli; Montaje: Howard McLernon; Música: Guy Bevier Williams; Dirección artística: Ralph Berger; Producción: Edward Halperin, para Victor & Edward Halperin Productions (EE.UU).
Intérpretes: Bela Lugosi (Murder Legendre); Madge Bellamy (Madeline); Joseph Cawthorn (Dr. Bruner); Robert Frazer (Beaumont); John Harron (Neil); Brandon Hurst (Silver); George Burr MacAnnan, Frederick Peters, Annette Stone, Clarence Muse.
Sinopsis: Un hombre convence a una pareja a punto de casarse para celebrar el enlace en Haití. Su idea es que Legendre, un siniestro personaje, le ayude a conquistar a la futura novia, de la que está enamorado. Legendre tiene otros planes.
Dudo que exista un gran número de aficionados al cine que conozcan más películas dirigidas por Victor Halperin al margen de La legión de los hombres sin alma, film que, más allá de sus cualidades intrínsecas, tiene un lugar en la historia del cine por ser una obra pionera del subgénero zombi, luego tan explotado por el cómic, el cine y la televisión. Halperin había realizado varias obras, modestas en cuanto a medios y resultados, durante el período mudo, y con la llegada del sonoro no cambiaron demasiado ni sus planteamientos ni sus logros, pero sí sus temáticas, pues su campo de acción se extendió a otros géneros, como el terror, muy en boga por entonces gracias a éxitos recientes como Frankenstein o Drácula, con la que La legión de los hombres sin alma comparte actor protagonista. Gracias a esta película, Halperin consiguió un éxito que no volvió a repetirse con posterioridad.
En todo momento, la película sigue la estela de las producciones de la Universal, aunque sus medios sean visiblemente más modestos. Fue el hermano de Victor Halperin, Edward, quien asumió, como otras veces, las labores de producción. El presupuesto, casi ridículo incluso según los estándares de la época, se estima en unos 50.000 dólares, y lo mejor que se puede decir de la labor de Victor Halperin es que en las mejores escenas de la película consigue minimizar esas carencias hasta hacerlas casi imperceptibles. No sucede lo mismo en el clímax del film, pero no nos anticipemos. La trama es sencilla en su planteamiento, y un tanto cogida de los pelos en su desarrollo: una joven pareja, a punto de celebrar su matrimonio, acepta el ofrecimiento de un amigo de organizar la ceremonia en un lugar tan exótico como Haití. Los motivos de ese personaje son, sin embargo, turbios, porque está enamorado de la mujer, que le ha rechazado en diversas ocasiones, y desea que Murder Legendre, un hacendado local, utilice sus dotes para la hipnosis y le ayude a conquistar a la futura novia antes de que se case. Se adivinan ya varios tópicos del primigenio cine de terror: entorno salvaje (lo primero que vemos es una danza local -según parece, la música que la ilustra es de Xavier Cugat-, inocencia corrompida y figura mefistofélica de porte distinguido. La particularidad, y de ahí que todavía sigamos hablando de esta película casi un siglo después de su estreno, es que Legendre posee un ejército de muertos vivientes a su servicio. Dicho esto, hay que aclarar que no encontraremos aquí a los zombis hambrientos de carne humana que todos conocemos: en esta película la cosa va más por los ritos del vudú haitiano, y los muertos vivientes, que sí tienen esa característica descoordinación locomotriz, son poco más que mano de obra barata para Legendre, hecho que, en nuestros tiempos, le equipararía a un magnate del ciberespacio. Se desaprovechan, por tanto, las posibilidades terroríficas de los zombis, y se transita hacia derroteros más trillados, porque Legendre es una mezcla entre Drácula y Caligari que utiliza su poder para dominar las mentes de sus congéneres.
Tampoco la puesta en escena aporta elementos demasiado novedosos: la cámara, casi siempre estática de acuerdo a las posibilidades técnicas existentes, muestra el conjunto de un modo a veces resultón y a veces torpe, con numerosos primeros planos de los ojos de Legendre para acentuar el carácter maligno del personaje y su capacidad para manipular a cuantos le rodean. Al principio, y también en la parte central del film, la modestia de la producción no la convierte en inferior a otras obras de mayor enjundia, y es en la conclusión, rodada de un modo atropellado y haciendo gala de una planificación insuficiente a todas luces, donde queda claro que Victor Halperin no posee el toque de un Tod Browning o un James Whale, y que tampoco domina los resortes del cine de terror. Otro detalle a señalar es que el film contiene numerosos tics del cine mudo: actuaciones muy teatrales, escasez de diálogos y mucho primer plano. Esto hace que una película bastante prometedora y capaz de generar intriga acabe dejando un sabor agridulce por su deslucido tercio final, que sin duda hubiera necesitado más trabajo en la sala de montaje para hacer esta parte menos precipitada y dispersa.
Ejemplo de intérprete eclipsado por su personaje más icónico, Bela Lugosi vivía sus años de esplendor tras una ya extensa carrera desarrollada entre su Hungría natal, Alemania y los Estados Unidos, donde ya había participado en algunas películas estimables sin encontrar el éxito hasta que encarnó a Drácula sobre las tablas de Broadway. Su limitada expresividad y su cerrado acento centroeuropeo al expresarse en inglés contribuyeron a un encasillamiento que ya vemos en La legión de los hombres sin alma, donde su personaje tiene el aspecto y las formas del aristócrata transilvano, mezcladas con elementos típicos del siniestro hipnotizador que permanece como símbolo del expresionismo. La interpretación de Lugosi, aunque afectada, no es ni mucho menos mala. Madge Bellamy, que reaparecía después de unos años en la gran pantalla, ejemplifica las dificultades de tantos intérpretes para adaptarse al sonoro, muy visibles en esta película y que dieron al traste con su carrera. El veterano Joseph Cawthorn cumple en el rol de émulo positivo de Legendre, mientras que Robert Frazer muestra oficio y John Harron, en uno de sus escasos papeles relevantes en el sonoro, se muestra algo encorsetado en su papel de galán en problemas.
Lo dicho, una película más recordada por lo que significó que por lo que realmente es. Se deja ver, pero no posee cualidades que la hagan imprescindible, más allá de un carácter pionero que, repito, dilapida en buena parte.