No puedo menos que suscribir, palabra por palabra, este artículo que publica hoy El País, y que ha sido escrito por el ex-presidente de la Junta de Extremadura, Juan Carlos Rodríguez Ibarra:
«Contra la clase media
Sabemos lo que nos está pasando; estamos en un estado de emergencia absoluta y parece que da lo mismo que gobiernen unos u otros, como lo pone de manifiesto lo ocurrido desde 2008 hasta hoy. Y no parece que las opciones que se dibujan en el horizonte, desde la extrema izquierda a la extrema derecha, vayan a dar respuesta positiva a los problemas que acarrea nuestro país.
Parece indiscutible que la financiación de nuestra deuda a los tipos de interés actuales es bastante insoportable y que España no podrá aguantar esa financiación sin destruir buena parte de las conquistas sociales que los españoles conseguimos materializar desde la Transición. Estamos en un círculo vicioso —a más restricciones menos ingresos, a menos ingresos más deuda— del que resulta difícil salir, máxime cuando ese vicio se convierte en virtud para los que se benefician de la captación de liquidez de inversores que, incluso, pagan por garantizar la seguridad de sus depósitos, de lo que se deduce que no tienen ninguna prisa en abaratar el crédito a los países deudores.
Pero no parece que obtener una financiación ventajosa sea el único móvil que impulsa ese tipo de política a los que a corto plazo de benefician de ella. Hay algo más que tiene que ver con la ideología imperante en el mundo occidental y que, de no remediarse, promete acabar con las conquistas que la socialdemocracia impulsó y materializó después de la Segunda Guerra Mundial. Ramón Muñoz, en un reportaje publicado en EL PAÍS el 31 de mayo de 2009 decía “parece que la clase media está en peligro o, al menos, en franca decadencia. Eso piensan muchos sociólogos, economistas, periodistas y, lo que es más grave, cada vez más estadísticos. Como los dinosaurios, esta “clase social de tenderos” —como la calificaban despectivamente los aristócratas de principios de siglo XX— aún domina la sociedad, pero la actual recesión puede ser el meteorito que la borre de la faz de la Tierra”. Creo que esa afirmación esconde una de las claves de lo que nos está pasando. Cualquiera puede replicar esa afirmación argumentando que la clase media no puede desaparecer empobreciéndose so pena de que se hunda el sistema al que precisamente sustenta esa clase, que es la que proporciona los recursos económicos necesarios para subsistir. No parece descabellado afirmar que los auténticos paganos de esta crisis son los componentes de esa clase. Los que pertenecen a la clase más baja de la sociedad ya lo tenían casi todo perdido; los pertenecientes a los escalones más altos pierden, pero no lo suficiente como para que sus hijos y nietos no tengan aseguradas sus vidas a la espera de tiempos mejores. La crisis está yendo directamente al corazón de la clase media cuyas expectativas en estos momentos quedan vedadas para el ascenso y apuntan directamente al descenso. El miedo se ha apoderado de ella que, como el del chiste, a lo más que aspira es a quedarse como estaba. Es tal el pánico, que aceptan sin rechistar todas y cada una de las agresiones que el gobierno anterior y el actual perpetraron y perpetran contra ella. Se acepta la subida brutal del IVA o los recortes sanitarios y educativos sin apenas parpadear; a lo más, una tibia protesta por el aumento de las tasas universitarias o por el copago farmacéutico; se congelaron las pensiones y se reza para que no se bajen más de lo que ya se ha hecho. No parece que quepa la menor duda de que es la clase media la receptora de semejante agresión. ¿Por qué?
Según estadísticas de la UE, de aquí al año 2015, el 5% de la población activa de nuestro país se dedicará a la producción de alimentos, el 15% a fabricar productos industriales y el 80% restante, más de las tres cuartas partes de la población activa, lo hará a producción de servicios, sean estos para atender a empresas o para personas, y dentro de esos servicios, los relacionados con las nuevas tecnologías que, cada día, adquieren mayor presencia y relevancia. Si eso es así, una simple proyección nos indicará que los servicios en el primer tercio del siglo XXI no sólo serán la fuente de generación de empleo, sino que serán la base sobre los que se asiente la nueva economía. La agricultura y la industria ya no darán más de sí, porque la tecnología cada vez tiene mayor espacio y presencia en los sectores agrarios e industriales, hasta el punto de que cada vez producimos más con menos mano de obra.
¿Y cuáles son esos servicios en los que se va a emplear a la mayor parte de la población activa? Además de aquellos relacionados con servicios a las empresas y a las nuevas tecnologías, no cabe la menor duda que la sanidad, la educación y la discapacidad en cualquiera de sus variantes van a adquirir una importancia extraordinaria en la sociedad. Para la ideología socialdemócrata esos servicios no son mercancías que se puedan comprar y vender en función de las posibilidades económicas de cada ciudadano, sino derechos que deben ser garantizados por el Estado. La operación ideológica puesta en marcha a raíz de la crisis económica tiene como objetivo trasladar a la mente del ciudadano que esos derechos han dejado de serlo y que a partir de esta situación de dificultad y de recortes, habrá que pagar por el uso de los mismos. Se trata de ir concienciando a la población de que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades y que el Estado no puede atender esos derechos con el simple pago de los impuestos. Y la política de hechos consumados comienza a surtir efecto. Nos estamos acostumbrando a pagar más por los medicamentos, a rebajar nuestro nivel salarial, a aceptar una rebaja en las pensiones, a pagar más por las tasas universitarias, a la masificación de las aulas escolares, a la disminución del catálogo de prestaciones sanitarias, a la desaparición de las ayudas a la discapacidad y seguiremos aceptando cuantas reducciones se quieran aplicar a condición de que nos dejen vivir con lo poco que nos vaya quedando. No saldremos de este agujero hasta que la clase media haya asimilado que lo que antes eran derechos ahora se han convertido en mercancías que es necesario pagar.
¿Y a quién habrá que pagar? Al Estado si este se responsabiliza de la prestación de esos servicios o a la iniciativa privada si consigue demostrar que su gestión a la hora de prestar esos servicios resulta más eficiente y más barata. Volveremos al Estado de beneficencia, donde una parte de la población no tendrá más remedio que ser asistida benéficamente en educación y en sanidad y a una sanidad privada, a una educación de pago y a unos discapacitados comprando los servicios que necesiten si ellos o sus familias están en condiciones de pagarlos.
La crisis, en su etapa actual, ya no es otra cosa que una gran operación ideológica tendente a devolver al mercado lo que el mercado considera que es suyo. Para salir de esta crisis, la clase media no tiene más que dos caminos: o aceptar lo antes posible, y con todas sus penosas consecuencias, que el ultraliberalismo ha triunfado, o rebelarse contra este estado de cosas y pelear para que no se salgan con la suya quienes pretenden hacerle tragar que las cosas son así y que esta medicina, en forma de crisis, producirá sus efectos cuando se vaya tomando gota a gota, viernes a viernes».