FIRST MEN IN THE MOON. 1964. 101´. Color.
Dirección: Nathan Juran; Guión: Nigel Kneale y Jan Read, basado en la novela de H.G. Wells; Dirección de fotografía: Wilkie Cooper; Montaje: Maurice Rootes; Música: Laurie Johnson; Dirección artística: John Blezard; Producción: Charles H. Schneer, para Chrles H. Schneer Productions-Columbia Pictures (Reino Unido-EE.UU).
Intérpretes: Edward Judd (Arnold Bedford); Martha Hyer (Katherine Callender); Lionel Jeffries (Profesor Cavor); Miles Malleson (Registrador de Dymchurch); Norman Bird (Stuart); Gladys Henson (Enfermera jefe); Hugh McDermott (Richard Challis); Betty McDowall (Margaret Hoy); Erik Chitty, Laurence Herder, Peter Finch.
Sinopsis: Un grupo de astronautas, que creen ser los primeros hombres en llegar a la Luna, se quedan estupefactos cuando encuentran allí una bandera británica y una carta.
Cineasta cultivador de distintos géneros, Nathan Juran fue el responsable de algunas propuestas interesantes en el terreno de la ciencia-ficción, como por ejemplo un film ya reseñado en este blog, A 20 millones de millas de la Tierra. Ya entrados en los años 60, la confirmación de que los Estados Unidos iban a enviar una misión tripulada a la Luna dio pie a la adaptación del texto de un autor tan relacionado con el cine como H.G. Wells. En este caso, se trató de Los primeros hombres en la Luna, y Juran aportó su oficio a una obra en la que está muy presente la huella del mago de los efectos especiales Ray Harryhausem también coproductor de esta película que, si bien se aleja durante buena parte de su metraje de los cánones de la ciencia-ficción, posee muchos elementos que la hacen sobresalir y que, si bien no la han convertido en un film de una gran popularidad, sí han hecho que tenga un nutrido grupo de seguidores entre los aficionados al género fantástico.
La gran sorpresa se inicia de un modo que explica el título español que se le dio a la película: una misión internacional aterriza en la Luna, y sus tripulantes creen ser los primeros humanos en lograr dicha hazaña hasta que, en su primera exploración por el suelo lunar, uno de los astronautas descubre una bandera británica y, a su lado, una carta en la que se habla de una mujer llamada Katherine Callender. Sin salir de su asombro, los exploradores del espacio ponen este hecho en conocimiento de sus contactos en la Tierra, que intentan cerciorarse de qué se esconde detrás de tan singular hallazgo. Sus pesquisas les llevan hasta una residencia de ancianos de la campiña británica, pues uno de sus pacientes, a quien los documentos relacionan con la señorita Callender, lleva décadas obsesionado con la Luna y parece tener algo valioso que contar. Ahí, la película da un salto hacia atrás en el tiempo, trasladándose hasta la época victoriana, y también un giro estilístico importante, ya que la ciencia-ficción deja paso a una simpática comedia british muy en la línea de las que la factoría Ealing produjo en la década anterior. Este nuevo enfoque se materializa con la llegada, a lomos de un reciente invento llamado automóvil, de Katherine Callender hasta la villa campestre en la que reside su prometido, Arnold Bedford, un tipo poco sensato y acuciado por las deudas. Una mañana, la mujer conoce al peculiar vecino de Arnold, el profesor Cavor, que está desarrollando unas investigaciones harto sorprendentes. Así, entre los vaivenes de la relación sentimental y la cada vez mayor implicación de Arnold en los experimentos de Cavor, estos tres personajes acaban a bordo de una nave que les lleva hasta el satélite terrestre. Ahí, el film vuelve a los derroteros del fantástico, de un modo correcto, pero también más convencional que lo visto anteriormente.
La película está filmada en Dynamation, una técnica de composición que mezcla la retroproyección y la stop-motion, y lo cierto es que el resultado visual en pantalla es bastante satisfactorio. El cromatismo, los efectos especiales y el modo en el que los personajes se desenvuelven en ese entorno me parecen mejor conseguidos que en otras muchas producciones de ciencia-ficción de la época, no pocas de mayor enjundia. Lo que falla, a mi juicio, es que, teniendo puntos a destacar, las secuencias propiamente de ciencia-ficción de la película no poseen la gracia, el ingenio y la ligereza de esa mitad del metraje en el que el film es propiamente una comedia, y que va desde la cara de pasmo de los astronautas contemporáneos al ver que, en cuestión de logros, no les alcanza más que para la medalla de plata, hasta que el cohete tripulado por Arnold, Catherine y Cavor aterriza, de un modo más bien poco elegante, sobre la superficie lunar. Pongo en valor que, en plena época de paranoia ante la posibilidad de una guerra nuclear, la misión a la Luna venga auspiciada por Naciones Unidas e incluya astronautas y expertos soviéticos. Tampoco hay que obviar que, en cuestiones de violencia y crueldad, se deje en mejor lugar a los selenitas que a los terrícolas, pero repito que esta parte de la película, siendo consistente en lo narrativo y bastante bien conseguida en sus imágenes, no posee ese plus que le dan sus secuencias más humorísticas. Efecto que, por cierto, se extiende a la banda sonora de Laurie Johnson, irónica y pícara en las escenas que acontecen en la Inglaterra victoriana, y más al uso en las secuencias que tienen lugar en el espacio exterior.
Edward Judd incorporó aquí uno de los escasos papeles protagonistas que hizo en su carrera, y he de decir que hace un buen trabajo, pero también que los otros dos miembros del triángulo protagonista le superan. Martha Hyer, actriz de notable nivel que muchas veces no tuvo los papeles que merecía, está muy inspirada como joven norteamericana metida en un embolado interespacial de considerables proporciones, mostrando una vis cómica a reseñar. Por su parte, Lionel Jeffries, excelente actor que ya había hecho sus pinitos tanto en la comedia como en el fantástico, borda un papel que es a la vez homenaje y parodia a la muy cinematográfica figura del científico loco. Con un personaje cuyo hiperdesarrollado cerebro desencadena una verborrea torrencial, a la par que una actividad frenética, Jeffries tenía un salvoconducto para lucirse, y lo cierto es que lo explotó a a conciencia. De los secundarios, mencionar lo gracioso que está Miles Malleson como funcionario del registro civil, y el saber hacer de Gladys Henson como enfermera jefe de la residencia. Por último, decir que el gran Peter Finch aparece en un rol casi invisible.
Notable comedia y buen film de ciencia-ficción, La gran sorpresa es una película que reúne muchas de las mejores cualidades de la serie B y que, por ello, merece ser bien considerada.