Anoche, y por segunda vez en estos últimos doce meses, Miguel Poveda llenó el que se ha convertido en su hogar barcelonés, el Gran Teatre del Liceu. No fue allí, sino en el Coliseum, donde le vi actuar hace unos años, y ya entonces quedé rendido ante la prodigiosa voz y la entrega escénica del cantaor badalonés, que en el tiempo transcurrido no ha dejado de crecer como artista y de acumular éxitos. El de ayer fue el último capítulo de la gira Diverso, y a fe que no defraudó a un público que, aunque venía entregado de antemano, reunió nuevos motivos para seguir adorando a Poveda, que a los sones de La senda del viento arrancó las primeras ovaciones de los presentes. Arropado por un conjunto flamenco, una sección de vientos, un bajo eléctrico, una batería, tres voces, percusión latina y flamenca, todo ello dirigido por el maestro Joan Albert Amargós, el de Bufalà volvió a dejar claro que la etiqueta de cantaor hace ya tiempo que le queda corta, porque él es un artista total, que maneja un amplísimo abanico de influencias y lo desarrolla en escena gracias a una voz capaz de casi todo. Miguel Poveda podría cantar death metal si se lo propusiese, y seguiría sonando flamenco si lo hiciera. Su ecléctico repertorio de anoche recaló en México, en Cuba y en Argentina, se explayó en homenajear al rec¡entemente retirado Joan Manuel Serrat, transitó por la copla, puso banda sonora a tantas infancias del extrarradio recordando a Los Chichos y, por supuesto, lo bordó por Cádiz y no se quedó corto por Triana.. Puente y La Habana. En sus alocuciones a la audiencia, Poveda reivindica una diversidad que él mismo representa en su faceta más digna de elogio, y habrá quien diga, no sin tener algo de razón, que con ese cancionero tan variado se corre el riesgo de atravesar lo diverso para caer en lo disperso. No lo creo, porque, aunque es en la música andaluza que mamó desde chico donde más luce su poderío vocal, sus incursiones en otras sendas musicales van de la mano del respeto, y cuando esa virtud se junta con el talento, todo fluye con la naturalidad propia de lo que parece sencillo. En las cerca de dos horas y media que duró su actuación, Poveda compartió tablas con Sole Giménez (en uno de los guiños a Serrat) y con el joven Antonio José, con quien ha compartido su último éxito televisivo. Al margen de esto, y de entregarse por entero a un público que le idolatra, Miguel Poveda se mostró generoso con quienes le acompañaban sobre las tablas, en especial con el nunca lo bastante alabado Amargós, cediendo el protagonismo a las voces de El Londro y Noemí Humanes, a la percusión de Paquito González y a la exquisita guitarra de Daniel Casares, antes de despedirse a lo grande con Dame la libertad, canción que se hizo célebre con la majestuosa voz de Juan Peña El Lebrijano. Música de aquí, de allá y de todas partes para dar forma a un espectáculo bien concebido y mejor ejecutado por un artista cuyo gran momento parece perpetuo. El único pero, más allá de que algunas fusiones le entusiasmen a uno más que otras, es una queja general: con el precio al que están los conciertos, muchos artistas no tienen la audiencia que deberían. No es el caso de Miguel Poveda, que está en la cresta de la ola y demuestra cada día que se puede ser muy bueno, y a la vez muy popular.
Vídeo de hace ocho años, en el mismo escenario, de la pieza con la que se abrió el concierto de anoche:
Con Ana Belén, en Marbella: