EXTREME PREJUDICE. 1987. 102´. Color.
Dirección: Walter Hill; Guión: Deric Washburn y Harry Kleiner, basado en un argumento de John Milius y Fred Rexer; Director de fotografía: Matthew F. Leonetti; Montaje: Freeman A. Davies, David Holden y Billy Weber; Música: Jerry Goldsmith; Diseño de producción: Albert Heschong; Dirección artística: Joseph C. Nemec III; Producción: Buzz Feitshans, para Carolco Pictures (EE. UU.).
Intérpretes: Nick Nolte (Jack Benteen); Powers Boothe (Cash Bailey); Michael Ironside (Mayor Hackett); María Conchita Alonso (Sarita); Rip Torn (Sheriff Pearson); Clancy Brown (Sargento McRose); William Forsythe (Sargento Atwater); Matt Mulhern (Sargento Coker); Larry B. Scott (Sargento Biddle); Dan Tullis, Jr. (Sargento Fry); John Dennis Johnston, Luis Contreras, Carlos Cervantes, Marco Rodríguez.
Sinopsis: Un ranger de Texas y un capo de la droga, que fueron amigos en su juventud, se reencuentran mientras unos oficiales en misión secreta intentan detener al narcotraficante.
Servidor es de la opinión de que a las diez primeras películas dirigidas por Walter Hill no cabe ponerles demasiadas objeciones. La última de ellas, en orden cronológico, fue Traición sin límite, facilón título español para este vigoroso film de acción fronteriza que no tuvo una acogida entusiasta por parte del público de su país de origen, por entonces más interesado en productos cuyos protagonistas padecían hipertrofia muscular, corriente a la que el propio Hill sucumbió de inmediato. Vista hoy, la película es un buen ejemplo de la mejor acción ochentera, una especie de film de la Cannon, pero en bueno.
En esta ocasión, Walter Hill no intervino en la escritura del guión, sino que se limitó a la exigente tarea de dirigir. No obstante, el film supone un compendio de sus principales intereses como cineasta: tipos duros, violencia,. testosterona y un inconfundible aroma a western. Porque, casi siempre, Hill rodó westerns, aunque la película en cuestión, a primera vista, perteneciera a un género distinto. Aquí, la influencia más obvia es la de Sam Peckinpah, para quien Hill había adaptado la novela de Jim Thompson en que se basó La huida. Extreme prejudice, con su trama transfronteriza, que transmite un amor salvaje hacia México, coronado con todos los tópicos posibles sobre el país azteca (inciso: una vez más, se comprueba que detrás de los tópicos se oculta no poca verdad), su crónica de una amistad destruida por el tiempo y la antagónica postura moral de los protagonistas, y su estilizada y a la vez explícita forma de exponer la violencia, remite en muchos momentos al fallecido pocos años atrás Bloody Sam. Otro nombre con peso en la película es el de John Milius, coautor del argumento, responsable del título original de la obra y guionista muy dado a fabricar historias sobre héroes muy duros y solitarios enfrentados a un mundo desnaturalizado y corrupto. El ranger de Texas Jack Benteen responde de lleno a esta descripción, que le otorga al film un aire de western crepuscular que, de nuevo, nos remite a Peckinpah. Nada de lo expuesto es ajeno al universo cinematográfico de Walter Hill, que parece muy cómodo con una historia tan adrenalínica como maniquea, en la que la trama que implica al comando de soldados presuntamente fallecidos que, siguiendo con lo presunto, trata de poner bajo arresto al narcotraficante Cash Bailey, me parece el aspecto peor definido en un guión, por otra parte férreo, que coescriben Deric Washburn, en cuyo currículum figura nada menso que El cazador, y el recuperado para la causa cinematográfica Harry Kleiner. Estos militares, que son una especie de El equipo A sin el mínimo atisbo de comedia, protagonizan algunas escenas muy poderosas (por ejemplo, ese final que es un clarísimo, aunque no del todo logrado, tributo a esa obra magna que es Grupo salvaje), pero su enganche global en el libreto se me antoja insuficiente, más allá de suponer otra vuelta de tuerca al tema de la amistad traicionada, ya capital en la relación entre Benteen, un tipo de una pieza inspirado en el modelo masculino que popularizó John Wayme, y Bailey, cuyo conflicto, eso sí, tampoco se salta un solo tópico pues, además de estar a ambos lados de la ley y ser incapaces de dar nn paso atrás en la consecución de sus propósitos, rivalizan por la misma mujer, Sarita, prototipo de la racial y abnegada mujer mexicana a los ojos de los vecinos del norte. Quien busque matices, hará bien en fijarse en otras películas, porque en esta pocos va a encontrar: ni en la trama, ni en una puesta en escena en la que abundan los planos cortos y el culto a la testosterona. Aquí, hay más del western clásico que del crepuscular, pero la naturaleza de Extreme prejudice, en lo que a la pertenencia a este género se refiere, es inequívoca, por mucho que veamos camionetas en lugar de caballos y se trafique con cocaína en lugar de con rifles, pieles y whisky.
El operador Matthew F. Leonetti realiza uno de sus trabajos más insprados hasta la fecha, captando la cegadora luz de la frontera y el efecto del calor sobre los cuerpos y las mentes de sus personajes. Al margen de los disparos y explosiones, en estos tiene que haber un estilo; Hill lo posee por arrobas y Leonetti, con su iluminación, le proporciona a la película el empaque visual exigible, que también la diferencia para bien de tantos films con argumentos similares. Otro punto a favor es la música de Jerry Goldsmith, no exenta de tics ochenteros por la abundancia de sintetizadores y baterías electrónicas, pero dotada de un vigor equiparable a su deslumbrante trabajo en Acorralado.
Para encabezar el reparto, Walter Hill se rodeó de viejos conocidos. Nick Nolte ya había estado a sus órdenes en ese gran éxito que fue Límite:48 horas. Después, la carrera del actor fue dando tumbos, siendo este reencuentro muy positivo para un intérprete al que, eso sí, encuentro aquí algo desaprovechado. Los personajes de rostro pétreo, mirada enérgica y más hechos que palabras son ideales para actores con carisma, pero también con unas limitaciones para abordar otros registros que Nolte no tiene, por lo que le encuentro algo encorsetado en su rol de ranger incorruptible. Por su parte, Powers Boothe ya había trabajado con Hill en la más desconocida, pero excelente, La presa. En Extreme prejudice, Boothe interpreta a un malvado de manual, y raya a buena altura, aunque creo que se queda algo corto a la hora de otorgar humanidad a su personaje. En cuanto a ese secundario de lujo, y estajanovista de la interpretación cinematográfica, que es Michael Ironside, decir que su mercenario de hechos contundentes y moral ambigua le viene como anillo al dedo, y por ello su labor es notable. Como curiosidad, Ironside no había trabajado con anterioridad en una película dirigida por Walter Hill, y no volvió a hacerlo. mismo caso que el de María Conchita Alonso, que aquí interpreta con solvencia a una suerte de Sophia Loren a la mexicana y supone el contrapunto femenino a una obra masculina hasta el tuétano. El veterano Rip Torn, que de western y de adrenalina sabía lo suyo, luce como sheriff y mentor del protagonista, mientras que, del grupo de intérpretes que encarnan al pelotón de soldados, quien se lleva la palma es un William Forsythe cuyo retorcido carisma le hace robar unos cuantos planos.
Extreme prejudice es lo que es… y, con todas sus carencias, es muy buena en lo que es, porque la suma de talentos que formaron parte de su concepción y desarrollo es para ser tenioda en cuenta. Hay otros títulos de acción ochentera más llamativos y espectaculares, pero este es de los mejores.