Anoche actuó en el Jamboree un trío, el del saxofonista J.D. Allen, al que desde ya debo calificar como uno de los más musculosos del panorama jazzístico. Su concierto fue una exhibición de fuerza, alcanzándose en ocasiones un nivel de decibelios poco frecuente en los conciertos de jazz. La parroquia, mayoritariamente extranjera, al menos en las primeras filas, asistió entre admirada y patidifusa a tamaño despliegue de energía, en especial por parte del batería Rudy Royston. El trío lleva ya varios años compartiendo escenarios, y eso se nota para bien, pues está bien engrasado y se lanza a las improvisaciones libres sin vacilar ni buscar terrenos cómodos. Eso sí, a veces uno se preguntaba dónde estaba la melodía, y cuándo se tomarían los músicos un respiro. Sólo las intervenciones solistas de Gregg August al contrabajo y el tema Santa Maria se internaron en zonas más relajadas. El líder, tan generoso en técnica y esfuerzo como parco en palabras, invocaba la tradición de Rollins y Coltrane a través de largos y agresivos solos, mientras Royston seguía baqueteando con violencia sus tambores.
El trío presentaba su nuevo disco, que tiene el españolísimo título de The Matador and the bull. Hay que escucharlo, y hay que ver a estos músicos en acción. Lo de anoche fue digno del Branford Marsalis Trio más desatado. Quizá falta matiz entre tanto punch, pero lo cierto es que pocas veces he visto a un grupo tan potente en directo.
En 2008:
Un tema del nuevo disco: