REFLECTIONS IN A GOLDEN EYE. 1967. 108´. Color.
Dirección: John Huston; Guión: Chapman Mortimer y Gladys Hill, basado en la novela de Carson McCullers; Director de fotografía: Aldo Tonti; Montaje: Russell Lloyd; Diseño de producción: Stephen Grimes; Música: Toshiro Mayuzumi; Dirección artística: Bruno Avesani; Producción: Ray Stark y John Huston, para Warner Bros.-Seven Arts (EE.UU).
Intérpretes: Elizabeth Taylor (Leonora Penderton); Marlon Brando (Coronel Weldon Penderton); Brian Keith (Teniente coronel Morris Langdon); Julie Harris (Alison Langdon); Zorro Davis (Anacleto); Robert Forster (Soldado Williams); Gordon Mitchell, Irving Dugan, Fay Sparks, Ed Metzger, Jed Curtis, Harvey Keitel.
Sinopsis:En una base militar del estado de Georgia, el naufragio del matrimonio entre un militar de alto rango y la hija de un general desencadena una espiral de soterrados conflictos.
Dueño de una trayectoria tan distinguida como ecléctica, John Huston tenía poco que demostrar después de un cuarto de siglo consagrado a la realización de películas, pero continuaba a un nivel muy alto de actividad cuando decidió encargarse de la adaptación de Reflejos en un ojo dorado, obra de la novelista sureña Carson McCullers que ya había causado polémica tras su publicación, y que seguía levantando ampollas entre los estamentos conservadores a causa de la particular visión que ofrecía del entorno castrense, visión que, por ejemplo, hizo que el film no se estrenara en España hasta después del fallecimiento del dictador Francisco Franco. Quizá a causa de su controvertido argumento, Reflejos en un ojo dorado alcanzó un éxito más discreto del que podría esperarse a la vista de su estelar reparto, y por supuesto del que merecía.
Aunque el último largometraje completo dirigido por Huston había sido La Biblia… en su principio, Reflejos en un ojo dorado entronca bastante más con el film que la precedió, La noche de la iguana, por su entramado teatral y la importancia del sexo en la historia, visto a través de un prisma muy característico del puritano Sur de los Estados Unidos y que, de forma inevitable, remite al universo de Tennessee Williams, quien por cierto fue buen amigo de Carson McCullers. En esta ocasión, la historia se ambienta en una base militar, no en los años previos a la intervención de los Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial, como sucede en la novela original, sino en los inmediatamente posteriores a la finalización del conflicto.Allí vive el matrimonio formado por Weldon y Leonora Penderton, unión que es poco más que una pantomima destinada a guardar las apariencias de cara al exterior. Weldon, hombre metódico y de rostro siempre circunspecto, es un homosexual reprimido que se refugia en sus clases a los jóvenes reclutas para olvidar su conflicto interior. Leonora, experta amazona y mujer caprichosa, una especie de versión vulgar de la típica dama sureña, desprecia a su marido por su falta de virilidad y tiene como amante a Morris Langdon, otro alto oficial de la base, casado con Alison, una mujer sensible y enfermiza que tiene como confidente a su mayordomo filipino. En una ocasión en la que Leonora se desnuda ante su esposo con el único fin de humillarle, el joven soldado Williams, encargado de las caballerizas -y a quien gusta cabalgar desnudo por las inmediaciones de la base-, asiste desde el exterior a la escena y, desde entonces, se obsesiona con la mujer hasta el punto de entrar algunas noches en su habitación para espiarla mientras duerme.
No es frecuente que se hable de adulterio y homosexualidad en un entorno castrense, y Huston lo hace con valentía, haciendo buen uso de la estructura teatral del libreto, pero volviendo a mostrar su excelente pulso para la acción en una de las mejores secuencias de la película, en la que Weldon se ceba en el semental preferido de su mujer para volcar todas sus frustraciones: ese caballo representa todo lo que él quisiera, o más bien debería, ser, pero él no es más que un mal jinete cuyas preferencias eróticas se decantan hacia personas de su mismo sexo. De ahí la naturalidad con la que él, a diferencia de lo que sucede con Alison, la esposa de Langdon, asume el adulterio entre este y su mujer, que en el fondo le inspira más repugnancia que otra cosa. Todo ese sexo, que en la práctica sólo se materializa entre Leonora y su amante, crea una atmósfera realmente turbia, en la que Huston parece sentirse muy cómodo. El director se centra en ciertos símbolos (la distinta capacidad para montar a caballo de sus protagonistas como parábola de su vida sexual, el detalle de Williams rompiendo una y otra vez el candado de la residencia de los Penderton, las partidas de cartas entre Landon y Leonora con Weldon como testigo mudo), y utiliza a veces planos muy recargados, casi surreales, con la ayuda del prolífico cameraman italiano Aldo Tonti, quien no en vano había trabajado para Visconti, Fellini y Rossellini, lo que viene a ser la Santísima Trinidad del cine italiano. Más allá de lo que sucede en otra de las escenas clave, aquella en la que, en mitad de la fiesta, una furibunda Leonora abofetea en público a su esposo al enterarse de lo que le ha hecho a su caballo favorito, en la que se opta por una música más típica y ligera, la banda sonora de Toshiro Mayuzumi juega con las disonancias para ilustrar la naturaleza insana de una historia de represión y derrota frente a los convencionalismos sociales. Quiero destacar la forma en la que Huston filma el desenlace de la tragedia, primero con un tono casi tenebrista y, en última instancia, alternando primeros planos de los personajes sin cortar, sino a través de violentos travellings.
Elizabeth Taylor asume un rol que presenta importantes similitudes con el que desempeñó en la que con gran probabilidad sea su obra cumbre como actriz, ¿Quién teme a Virgina Woolf?, trabajos que en cierto modo eran el reverso de los papeles de damisela que interpretó en sus primeros años. Leonora es una mujer dominante, sin demasiadas luces, vulgar más allá de lo que imponen las apariencias y carente de sensibilidad. Marlon Brando, que tantas veces confesó que el trabajo de actor le parecía insustancial, hace una interpretación magnífica de un personaje que jamás asumiría cualquiera a quien le importara algo reinar en las taquillas. Ambos, ella en modo volcánico y él de una manera mucho más soterrada, logran tener química precisamente gracias a la manifiesta falta de ella que muestran sus personajes. La labor de Brian Keith, un formidable secundario, en poco desmerece a la de la pareja protagonista. Su personaje es lo que debe, pero tampoco eso le hace sentirse especialmente satisfecho, sobre todo cuando asiste al drama de su esposa, muy bien interpretada por otra actriz de mucha calidad como Julie Harris. Zorro Davis, cuya única intervención en el cine tuvo lugar en esta película, se muestra a un nivel inferior al de los mencionados con anterioridad, mientras que el debutante Robert Forster aporta presencia, aunque resulte llamativo que su personaje, tan importante a nivel simbólico en la película, apenas tenga diálogos.
A mi juicio, Reflejos en un ojo dorado es una película a la que no se la ha dado el valor que tiene. Aceptando que Carson McCullers no es Tennessee Williams, aquí reaparecen el calor, el drama de la sexualidad diversa en un entorno del todo hostil y la turbiedad que se oculta detrás de las convenciones, temas tan queridos por el legendario dramaturgo. Todo ello, servido por grandes actores y con un John Huston inspirado. Mucho nivel.