EL CRÍTICO. 2022. 80´. Color.
Dirección: Javier Morales Pérez y Juan Zavala; Guión: Javier Morales Pérez; Dirección de fotografía: Eduardo Mangada; Montaje: Javier Morales Pérez; Música: Carlos M. Jara; Producción: José Skaf, Alfonso Cortés-Cavanillas, Juan Zavala, Pedro González Bermúdez, Isabel Lapuerta, Aníbal Ruiz Villar y Guillermo Farré, para Turner Broadcasting System (España).
Intérpretes: Carlos Boyero, Oti Rodríguez Marchante, Fernando Trueba, Antonio Resines, Enrique González Macho, Pepa Blanes, Mirito Torreiro, Nacho Vigalondo, Iciar Bollaín, Álex de la Iglesia, Pedro Vallín, Luis Tosar, Antonio Hernández, Carles Francino, Borja Hermoso, José Luis Rebordinos, Miguel Marías, Beatriz Martínez, María Guerra, Antonio de la Torre, Enrique López Lavigne.
Sinopsis: Biografía de Carlos Boyero, probablemente el crítico de cine más conocido en España.
Javier Morales Pérez, que ya había formado parte del equipo creativo en distintos documentales de TCM, y Juan Zavala, debutante en la dirección, sumaron esfuerzos para rodar El crítico, acercamiento a la controvertida figura de Carlos Boyero, el cronista de cine (y otras cosas) más seguido y temido de España durante décadas. Rodada en buena parte en el Festival de Cine de San Sebastián de 2021, y estrenada en el mismo certamen el año siguiente, la película ganó el premio al mejor documental, otorgado por el Círculo de Escritores Cinematográficos, y ha sido bien acogida por los espectadores.
Debo decir que, aunque conocía al personaje y no me era ajena su reputación, mi conocimiento directo del biografiado fue muy superficial hasta que, ya entrado este siglo, empecé a leer sus columnas en el diario El País. Descubrí un espíritu afín, algo así como lo que uno querría ser de mayor. Era comprensible mi simpatía hacia alguien que decía lo que le daba la real gana, que hablaba de cosas importantes (el cine lo es más que casi todas las otras) desde una indiscutible fidelidad a sí mismo, que cobraba bien por ello y que amaba las películas clásicas, los distintos placeres de la vida, la ciudad de Donosti o el jazz. Así que, hablando de un personaje que tantas filias y fobias genera, he de decir que me incluyo sin reservas en las filas de los partidarios. Y no porque esté de acuerdo con todo lo que dice (de hecho, sus opiniones sobre algunas de mis películas favoritas, como La puerta del cielo u Ocho y medio, y sobre los westerns de Sergio Leone, me parecen casi ofensivas), sino por su condición de tipo sin dobleces en un mundo podrido de hipocresía. Siempre me gustó la gente que se muestra como es, y no como debe, a la que se toma o se deja, y Carlos Boyero, como deja claro este documental, es de esa clase de tipos ya casi en extinción.
La película se nutre de una amplia entrevista al biografiado, que exhibe sus dotes de gran conversador, así como de algunas de sus más conocidas apariciones públicas en la radio o la televisión. A partir de aquí, testimonios de amigos, conocidos y detractores (los enemigos, salvo alguna loable excepción, personificada en Miguel Marías, no osan aparecer) construyen un retrato que se inicia en la Salamanca de los años 50, lugar del que le quedan el amor hacia su madre y su tía y el desprecio hacia toda la autoridad, empezando por la paterna, focalizado en los curas por lo visto y vivido en un traumático internamiento en los Escolapios. En este aspecto, el film no aporta ninguna documentación que ratifique o difiera de la versión de su protagonista. El resto del mundo aparece más tarde, a partir de que, con la mayoría de edad, un joven, y ya por entonces díscolo, Carlos Boyero emprendiera un viaje sólo de ida hacia la capital de España para estudiar Ciencias de la Información en la Complutense. Fernando Trueba, que como Óscar Ladoire o Antonio Resines pululaba por el recinto, recuerda que la primera frase que le oyó decir a Boyero, en referencia a la Facultad, fue: «Esto está lleno de progres de mierda». Otra circunstancia a resaltar es que, a diferencia de sus colegas de estudios, el salmantino no quería hacer cine. Es más, no quería hacer absolutamente nada, lo cual es síntoma de sabiduría, pero algo había que hacer para ganarse la vida y para pagarse los muy variados vicios, así que después de unos pinitos como actor que el propio protagonista califica de vergonzantes, el mismo Trueba le consiguió un empleo como cronista nocturno en la Guía del Ocio, en cuyo consejo rector estaba un tal Florentino Pérez. Pronto las crónicas noctámbulas se convirtieron en reseñas cinematográficas, y aquí ya tenemos al Carlos Boyero que se convirtió en una celebridad por unas afiladas críticas que, allá por 1986, terminaron por costarle el empleo porque a los anunciantes deja de gustarles la libertad de expresión cuando alguien la emplea en su contra.
Para resumir el perfil público de Carlos Boyero, y lo que representa en la cinematografía patria, para bien y para mal, nada mejor que esta frase de Álex de la Iglesia que encontramos en el inicio de El Crítico: «Cuando Boyero te ha puesto a parir, es que ya eres un director de verdad». Casi desde aquí, Morales y Zavala crean otra película, la que a partir de Boyero narra la evolución (o más bien, la involución) de la crítica cinematográfica en España, y por extensión de todo el periodismo, al que la popularización del acceso a las noticias, la falta de relevo de algunas firmas míticas y la omnipresencia de las redes sociales han llevado a la precarización y la irrelevancia. Sumando elementos, los codirectores construyen un entramado ameno, con un poso de melancolía muy acorde con el perfil de su protagonista, bajo el que se aprecia que en este país es más cómodo quedar bien con todo el mundo y sería mejor hacerlo, de no ser porque semejante actitud, además de esforzadísima, es aburrida de cojones. Boyero tomó siempre la otra vía. Hoy, su irreconducible alergia a lo digital y el propio signo de los tiempos le han llevado a ser menos influyente, pero queda como el último de una estirpe después de la cual todo será mucho más asquerosamente neutro. Esa última cena donostiarra junto a Oti Rodríguez Marchante, el último amigo de los tiempos dorados, ejerce de telón. Y nos deja con la seguridad de que el mundo, también el del cine, tan dado al elogio por compromiso y a otros vicios endogámicos, entre los que no hay que olvidar el de escribir que te gusta algo sólo para parecer más listo, necesita más Carlos Boyero, aunque haya quien le relegue a la (indocumentada) condición de dinosaurio misógino. Por eso El Crítico vale mucho la pena, aunque en ella se hable mucho más de la profesión que del cine en sí mismo.