THE ADVENTURER. 1917. 24´. B/N.
Dirección : Charles Chaplin; Guión: Vincent Bryan, Maverick Terrell y Charles Chaplin; Dirección de fotografía: William C. Foster y Roland Totheroh; Montaje: Charles Chaplin; Dirección artística: George Cleethorpe; Producción: Henry P. Caulfield, John Jasper y Charles Chaplin, para Lone Star Corporation-Mutual Films (EE.UU.).
Intérpretes: Charles Chaplin (Charlot); Edna Purviance (La chica); Eric Campbell (El pretendiente); Albert Austin (El mayordomo); Henry Bergman (El padre); Monta Bell, Frank J. Coleman, Marta Golden, John Rand, James T. Kelley, Janet Sully, Loyal Underwood.
Sinopsis: Charlot es perseguido por la policía después de huir de la cárcel. Como logra salvar a una dama de clase alta de morir ahogada, consigue codearse con los ricos.
Uno de los cortos que Chales Chaplin rodó en 1917 para la Mutual fue El aventurero, en el que el cómico londinense vuelve a ponerse a ambos lados de la cámara para seguir convirtiendo a su icónico personaje de Charlot en el mito del cine que continúa siendo más de un siglo después de aquellas producciones, cuyo principal fin era el de divertir a las masas, cualidad especialmente loable en un mundo por entonces inmerso en la guerra más destructiva que se había conocido. No es que El aventurero sea la mejor de estas películas que construyeron la leyenda de Charlot, pero sí constituye una lograda plasmación en pantalla del modo de hacer reír del Chaplin de la primera época.
Como es frecuente en esta clase de films, El aventurero se divide en dos partes, que confluyen en la parte final. En la primera, un Charlot con uniforme de presidiario emprende una frenética huida de un grupo de policías que le persiguen de un modo tan persistente como torpe. Siempre me ha impresionado el ritmo que, pese a la escasa manejabilidad de las cámaras y que, en lo que se refiere a técnica cinematográfica, mucho estaba por hacer en aquellas primeras décadas de vida del séptimo arte, los cómicos del cine mudo eran capaces de imprimir a sus escenas de acción, gracias en buena parte a los orígenes circenses de toda esa pléyade de cómicos de la que sobresalieron Chaplin y Keaton. La primera parte de El aventurero es un perfecto ejemplo de ello, porque el despliegue físico del protagonista es, una vez más, excepcional, y sus atropellados encuentros con esos policías con los que Chaplin recoge el testigo de los Keystone Cops de Mack Sennett, una manera de que el espectador, tenga la edad y el recorrido vital que tenga, recupere al niño que una vez fue. El giro se produce cuando la persecución lleva hasta el mar, y allí Charlot socorre a dos damas en apuros, que resultan pertenecer a la clase alta y le acogen como invitado, en agradecimiento por su heroico acto, sin saber que se trata de un convicto. El fugado, que será pobre pero no tonto, se adapta con gusto a esa nueva realidad de lujo y comodidades, hasta el punto de despertar el interés romántico de la más joven de sus anfitrionas. Ahí llegará el cierre del círculo, porque esta circunstancia no agrada al ceñudo pretendiente de la dama, que descubre en el periódico la condición de reo del intruso y desata de nuevo la persecución.
Acción a raudales, diversión y una inocencia no exenta de apuntes de crítica social es lo que hallarán quienes se acerquen a El aventurero, pieza en la que también se aprecian las muchas virtudes del Chaplin director, sin duda uno de los cineastas con mayor sentido del entretenimiento que hayan existido y, a la vez, capaz de llevar su obra mucho más allá del mero producto de consumo.