CONDENADOS. 1953. 93´. B/N.
Dirección: Manuel Mur Oti; Guión: Manuel Mur Oti, basado en la obra teatral de José Suárez Carreño; Dirección de fotografía: Manuel Berenguer; Montaje: Antonio Gimeno; Música: Ludwig Van Beethoven; Producción: Antonio Vich, para Cervantes Films (España).
Intérpretes: Aurora Bautista (Aurelia); José Suárez (Juan); Carlos Lemos (José); Félix Fernández (Tabernero); Aníbal Vela, Eugenio Domingo, Antonio Díaz del Castillo, Pedro Ignacio Paul.
Sinopsis: Juan es un agricultor que llega a la hacienda de Aurelia, una mujer cuyo marido está en la cárcel por cometer un crimen pasiomal.
Consagrado en tiempo récord como uno de los cineastas españoles más interesantes surgidos en la posguerra, el gallego Manuel Mur Oti venía de realizar la que para muchos es su mejor película, Cielo negro, cuando emprendió la adaptación cinematográfica de Condenados, pieza teatral que había obtenido el Premio Lope de Vega y que expone un drama pasional ambientado en el campo castellano. Obra olvidada durante mucho tiempo, Condenados supone uno de los argumentos más incontestables para ubicar, como defiende buena parte de la crítica contemporánea, al director vigués en el lugar que le corresponde en el panorama fílmico español.
Pese a que el film es un drama rural que discurre íntegramente en los paisajes manchegos, el director se aleja de las influencias del Noerrealismo y opta por una estética de corte eminentemente expresionista, como ya puede apreciarse en la escena inicial, en la que la muy bien escogida música de Beethoven y los claroscuros y contrapicados muestran el sufrimiento de Aurelia, una mujer incapaz de asumir el peso de hacer prosperar las extensas tierras que posee. Es una mujer sola, que trabaja de sol a sol y se enfrenta a una tarea que a todas luces la sobrepasa. En ese momento de la historia, el espectador sólo sabe que el marido de Aurelia está ausente. La situación de la mujer cambia cuando llega a su hacienda Juan, un joven experto en las tareas agrícolas y extremadamente trabajador, bajo cuya dirección los terrenos empiezan a florecer y los animales hallan los cuidados necesarios para garantizar el éxito de la explotación. Eso sí, cuando Juan se acerca al pueblo para reclutar los brazos necesarios para recoger la cosecha, conoce la realidad que se esconde detrás de esos campos: todos los lugareños se niegan a trabajar para Aurelia, pues su marido se halla preso por haber asesinado a un hombre, movido por los celos. Con razón o sin ella, todos consideran culpable a la mujer, y se niegan a trabajar para ella. Esto no arredra a Juan, que reaparece con un ejército de peones forasteros y logra que la hacienda florezca como nunca antes, para alegría de una Aurelia que ha recuperado la ilusión. Todo cambia cuando reaparece José, el marido, beneficiario de una drástica reducción de condena.
Los celos constituyen el núcleo temático de este drama que evoca un romanticismo arrebatado, de reminiscencias claramente lorquianas. Es de resaltar, eso sí, que José Suárez Carreño no es Federico, y la película se resiente de unos diálogos bien trabajados en lo literario, pero carentes de naturalidad y recargados en exceso. Lo que brilla es la puesta en escena que desarrolla Mur Oti, pues gracias a ella vemos cómo aflora en Juan el deseo de ocupar por entero el sitio del esposo ausente, también en el lecho conyugal, entendemos que la aridez del romance se lleva bien con la de los propios terruños que lo albergan, observamos la tortura de quien debe ejercer de dueño sabiendo que no es merecedor de esa condición (por si acaso, el propio Juan se encarga de demostrárselo, desencadenando la tragedia), y sentimos, en un final que sin duda sirvió de ejemplo a Vicente Aranda para culminar una de sus películas más redondas, Celos, cómo la mujer hace lo que debe si se atiende a las rígidas directrices de la moral nacional-católica, pero que es precisamente esa actitud la causante de su desgracia. A mi juicio, Condenados oculta, pero no demasiado, una apología del adulterio que en poco coincidía con los principios de la España que, como dijo un sabio sevillano, ora y embiste. Tiene un gran peso en la calidad estética de la película la espléndida fotografía en blanco y negro de Manuel Berenguer, uno de los grandes nombres de su profesión en España, asociado a las mejores obras de Manuel Mur Oti y que venía de ejercer su magisterio en una película que quizá conozcan: Bienvenido, Míster Marshall. Como ya hemos señalado, el recurso de ilustrar esta historia de árido romanticismo rural con música de Beethoven se revela como un acierto, que se aprecia especialmente en la secuencia inicial y en aquella en la que Juan entra en la iglesia en compañía de los braceros que ha contratado en la comarca. Todo este cúmulo de decisiones afortunadas y de criterio artístico suple las estrecheces propias del lugar y la época, pues, por mucho que la película se autocalifique, en los créditos iniciales, como superproducción, el presupuesto se intuye ajustado.
El mayor protagonismo interpretativo lo asume Aurora Bautista, una actriz que siempre prefirió las tablas a los platós y que en aquellos años era toda una estrella gracias a hitos del conocido como cine de cartón-piedra a las órdenes de Juan de Orduña. Sin negar la calidad de su trabajo, hay que señalar que, en un film concebido para su lucimiento, Bautista se deja llevar en exceso por los tintes expresionistas de la obra y sobreactúa en algunas escenas clave. José Suárez, joven galán que había brillado en Brigada criminal, lleva a cabo una de las mejores interpretaciones de su carrera en la piel de un hombre modélico en numerosos aspectos, pero que termina vencido por el deseo, mientras que Carlos Lemos, cuyo personaje es el que marca la película incluso en su ausencia, se marca un debut cinematográfico de altos vuelos.
Para quienes consideren que hay que colocar a Manuel Mur Oti entre la élite de la cinematografía española, Condenados es una carta ganadora, además de una película digna de reivindicación.