ANGUSTIA. 1987. 88´. Color.
Dirección: Bigas Luna; Guión: Bigas Luna. Diálogos de Michael Berlin; Dirección de fotografía: Josep Maria Civit; Montaje: Tom Sabin; Música: José Manuel Pagán; Diseño de producción: Felipe De Paco; Producción: Pepón Coromina, para Samba P.C.-Luna Films (España).
Intérpretes: Zelda Rubinstein (Madre); Michael Lerner (John); Talia Paul (Patty); Àngel Jové (Asesino); Clara Pastor (Linda); Isabel García Lorca (Caroline); Craig Hill, Nat Baker, Vicente Gil, Antonella Murgia, Tatiana Thauven, Benito Pocino, Jean Paul Soto.
Sinopsis: John es un oftalmólogo, dominado por su anciana madre, que colecciona ojos humanos.
Angustia supuso el segundo, y postrero, intento de Bigas Luna de labrarse una carrera internacional. Todos coincidieron en señalar que este film de terror metacinematográfico, rodado después de una obra tan barcelonesa como Lola, mejoró bastante lo conseguido en Renacer, la primera incursión del cineasta catalán en el extranjero, y de hecho esta película es una de las mejores de este director de trayectoria irregular y personalidad muy marcada.
Las fuentes de Angustia las encontramos en el giallo, antecedente inmediato del slasher estadounidense que tanto furor hizo en las taquillas allá por los años 80, con éxitos del calibre de Viernes 13 o Pesadilla en Elm Street. Eso sí, en esta película, a diferencia de lo que sucede en las obras canónicas del subgénero transalpino, conocemos muy pronto la identidad del criminal, un oftalmólogo de carácter timorato dominado por su madre, en una relación que tiene precedentes cinematográficos del calibre de Al rojo vivo o, más próxima a la que nos ocupa, Psicosis, con la que también le emparenta una advertencia al espectador respecto, en este caso, del carácter hipnótico de la película, sin duda muy efectiva en las salas de exhibición, pero bastante menos cuando el film se ve en soledad. Ambos personajes viven en una casa de claras reminiscencias góticas en compañía de una multitud de pájaros. Cuando uno de ellos huye de su jaula, es de destacar el empeño que ponen madre e hijo en devolverlo a su lugar sin ocasionarle el más mínimo daño. Con las personas, y uno lo entiende perfectamente, no ocurre lo mismo: empleado modélico de la sección de oftalmología de un hospital que reúne una impresionante colección de ojos humanos, John, decidido a ampliar ese macabro tesoro lo máximo posible, no perdona, hipnosis materna mediante, el desaire sufrido por obra y gracia de una paciente bastante borde, así que horas después del incidente acude a la lujosa mansión de la susodicha para emseñarle algo de cortesía y, de paso, sumar dos nuevos ojos a la colección. De camino, se lleva por delante al marido de la sujeta, un tipo apocado que pasaba por allí. Más tarde, cuando es despedido de su trabajo, John acude a una sala de cine para continuar allí su carrera criminal. En este punto, Angustia nos hace partícipes de su giro argumental más afortunado, pues se nos hace saber de un modo inequívoco que todo lo que acabamos de ver forma parte de una película, contemplada en un cine de los de antes por una heterogénea pléyade de espectadores.
En este punto, Bigas Luna se sirve de ese público, y en concreto de dos adolescentes que se hallan en el cine viendo las andanzas del oftalmólogo asesino, para reflexionar sobre las distintas reacciones de las personas cuando asisten a la ficticia exhibición de lo horrendo. Ambas muchachas representan los dos extremos del espectro: una de ellas devora despreocupada sus palomitas y disfruta del sangriento espectáculo; la otra, en cambio, entra en pánico ante lo que ve en pantalla, ajena al hecho de que se encuentra ante una obra de ficción. La reacción de los adultos es, en general, mucho más neutra, aunque algunos no pueden disimular muecas de desagrado mientras miran la pantalla sin apenas pestañear. Al final, quien tiene razón es la joven asustadiza, porque uno de los espectadores es un asesino que quiere montar su propio baño de sangre mientras, en la pantalla, el oftalmólogo y su madre entran en conflicto a la vez que desarrollan su propia matanza. Ambas situaciones avanzan en paralelo, y Bigas Luna sortea muy bien el riesgo de confusión emtre las dos historias, pero no se muestra tan acertado al evitar escenas repetitivas. En el debe hay que apuntar también que los diálogos no son gran cosa, y que, a la postre, la resolución de ambas tragedias, la que se nos presenta como ficticia y la real, es bastante tópica, sin encontrar en el clímax el notable ingenio exhibido hasta el último tercio de la película.
En lo técnico, estamos ante una de las obras más destacadas de Bigas Luna. Más allá de la omnipresencia de los ojos (tenemos cinco sentidos, pero en el principio de todo casi siempre está la vista), que tiene sus raíces en Luis Buñuel y en cierta joya de la serie B que dirigiera Cornam y protagonizara Ray Milland, hay planos excelentes (los del pájaro atrapado tras el armario, o aquellos en los que el asesino real se encuentra justo delante de la pantalla en la que el ficticio sigue perpetrando sus fechorías, que remiten a la interesantísima Fundido a negro), movimientos de cámara complejos y muy bien resueltos, como los que vemos en la secuencia que tiene lugar en la mansión de las primeras víctimas del oftalmólogo, las imprescindibles dosis de efectismo, siendo de alabar la mesura que muestra un director siempre aliado del exceso, y mucho tino a la hora de explotar los mecanismos del suspense y las posibilidades terroríficas de un espacio cerrado y lleno de gente. En su tercera y última colaboración con Bigas Luna, Josep Maria Civit lleva a cabo uno de los mejores trabajos de su carrera, mientras que José Manuel Pagán, que igualmente culminó aquí su relación profesional con el director barcelonés, aporta una banda sonora inquietante y con matices, ajena a los clichés de las películas de terror.
En el capítulo interpretativo, sobresalen de manera clara los actores del film de ficción, en detrimento de los que intervienen en la parte de la película que se nos presenta como real. Zelda Rubinstein, actriz de vocación tardía, da vida a una madre tiránica y obsesiva, una criatura que emana poder sin necesidad de levantarse de la silla. Su presencia y su voz están sin duda, entre lo mejor de la película, capítulo en el que también cabe incluir a un Michael Lerner que, pese a ser conocido por sus carismáticas apariciones en televisión, también fue un notable actor de cine. Lerner se muestra vulnerable (no deja de ser una marioneta en manos de su madre, que en cierto modo ejerce de Caligari) y despiadado a la vez, lo que no está al alcance de cualquiera. La pareja de adolescentes muestra un nivel bastante más discreto, en especial en el caso de una Clara Pastor que exhibe no pocas limitaciones, mientras que Àngel Jové, peronaje íntimamamente ligado a la obra primeriza de Bigas Luna, aporta presencia como personaje hierático, y chirría algo cuando su rol pasa a ser más activo.
Notable ejercicio de terror metacinematográfico, Angustia tiene muchas de las cualidades de los films de terror que muchos como yo devoramos en nuestra adolescencia, y a la vez un toque personal que la ha hecho envejecer mucho mejor que la mayoría de aquellos productos. Su originalidad reside en la acumulación de capas narrativas, y quizá su final no esté a la altura de su planteamiento, pero este título merece un lugar importante dentro del terror español.