MONSIEUR HIRE. 1989. 78´. Color.
Dirección: Patrice Leconte; Guión: Patrice Leconte y Patrick Dewolf, basado en la novela Les fiançailles de M. Hire, de Georges Simenon; Dirección de fotografía: Denis Lenoir; Montaje: Joëlle Hache; Música: Michael Nyman; Diseño de producción: Ivan Maussion; Producción: Phillippe Carcassonne y René Cleitman, para Cinéa-Hachette Première-FR3 Films Production (Francia).
Intérpretes: Michel Blanc (Monsieur Hire); Sandrine Bonnaire (Alice); Luc Thuillier (Emile); André Wilms (Inspector); Eric Berénger, Marielle Berthon, Phillippe Dormoy, Marie Gaydu, Michel Morano, Nora Noël, Christina Reali.
Sinopsis: Un inspector de policía investiga el asesinato de una joven. Sospecha de un tipo reservado, el señor Hire, que pasa buena parte de su tiempo libre espiando a una vecina.
El nombre de Patrice Leconte empezó a ser conocido por la cinefilia cuando, en la segunda mitad de los años 80, se estrenó Tandem, pero no fue hasta su siguiente película, Monsieur Hire, cuando el director francés consiguió un prestigio internacional que hoy en día, y tras una carrera desigual, mantiene sólo a medias. Hablamos de un proyecto en el que Leconte traslada a la pantalla una novela de Georges Simenon, autor conocido por sus historias policíacas cuyas obras han sido adaptadas, con mejor o peor suerte, en numerosas ocasiones en el cine y la televisión. Film de sustrato tan negro como el vestuario de su protagonista, Monsieur Hire destaca de manera poderosa no sólo entre la filmografía de Leconte, sino también entre las adaptaciones cinematográficas de libros de Simenon, situándose entre lo mejor del cine francés de finales del siglo XX.
Si juzgamos la obra desde su superficie, Monsieur Hire es una historia policíaca, dado que en su eje se encuentra la investigación de un asesinato, pero es muchas otras cosas, con dos temas principales muy del gusto del maestro Alfred Hitchcock: el voyeurismo (Hire, que ya fue condemado años atrás por ese delito, pasa las horas espiando desde su ventana a una joven y bella vecina) y la teoría del falso culpable, ese chivo expiatorio por medio de cuya condena las sociedades, incluso las teóricamente más civilizadas, creen purgar sus taras colectivas. Hire es el ejemplo perfecto: hombre solitario, reservado y taciturno, del que intuimos sus orígenes judíos y al que incomoda la compañía de la práctica totalidad de sus semejantes, manifestando además este sentimiento de un modo bastante claro, hasta el punto de que acaba no quedando claro si su antipatía es causa o efecto. En cualquier caso, ese desprecio que él y sus convecinos se dedican mutuamente convierte a Hire en el principal sospechoso de un asesinato acaecido en la zona. El primer encuentro entre esa especie de ermitaño urbano y el investigador no puede ser más cáustico, con dos momentos antológicos: aquel en el que el perseguido le dice al perseguidor que la causa por la que sus paisanos le odian es precisamente que no les ha hecho nada, y ese otro en que el interrogado se revuelve y hace constar que quien le cuestiona no debe de ser gran cosa si a sus ya muchos años no ha pasado de la categoría de inspector. Que Hire sea un mirón, característica que la película resalta sobremanera, tampoco ayuda demasiado a espantar las sospechas que existen sobre él. Se produce, eso sí, un hecho extraño, porque cuando la joven a la que el protagonista espía con singular empeño le descubre, no sólo no le denuncia, sino que incluso busca su compañía. Ahí da comienzo otra película, que por un lado es romántica en un sentido profundo, y que a la postre supura desencanto por todos sus poros.
Leconte consigue que el espectador sienta compasión hacia un personaje que ni la busca, ni la quiere, ni puede que la merezca. Poco a poco, vemos cómo detrás del mirón de gesto hosco se esconde un hombre sensible, poco atractivo y rechazado por todos, capaz de enamorarse hasta el tuétano de la mujer a la que espía y, a la vez, dotado de la suficiente inteligencia para comprender que, si ella se le acerca, es porque está involucrada de forma indirecta en el crimen que se investiga y quiere saber cuánto sabe de eso el hombre que la observa. El director expone estos elementos de un modo esquemático y eficaz, con unas maneras fílmicas deudoras del polar (que, en el fondo, son un estilizado compendio de las del cine negro clásico norteamericano), y un aroma trágico que se manifiesta por entero en el tercio final. Está escrito que ese es el destino de los románticos, y ni Simenon ni Leconte son ajenos a esa verdad casi absoluta. El detallismo en la puesta en escena, una agilidad narrativa muy basada en planos cortos y el contraste entre la elegancia pasada de moda de Hire y la mucho más ordinaria apariencia del resto de personajes son otros aspectos a destacar de un film al que no le sobra nada, y al que quizá le falte un mejor desarrollo del personaje del inspector. Hablamos de una obra oscura también en la estética, aunque se huye de tentaciones expresionistas y tanto la iluminación como los encuadres buscan el realismo. Monsieur Hire es de esas películas en las que uno percibe que el director conoce y entiende bien el material literario que está adaptando, y a la vez ha meditado a conciencia cada aspecto del film. Por ejemplo, ahí tenemos la utilización de la música de Brahms en las escenas que muestran la pasión voyeurista del señor Hire, que se complementa muy bien con la sensible partitura de Michael Nyman, mejor aquí que en otros trabajos mucho más célebres para el cine.
Michel Blanc había interpretado numerosos papeles en el cine y la televisión, entre los cuales los dos films que dieron a conocer en Francia a Patrice Leconte y una serie protagonizada por el personaje más recordado de los creados por Simenon. Con todo, el de Hire es el papel de su vida, por la enorme riqueza de detalles que contiene y la manera en la que este actor los recrea, destacando las escenas en las que la fobia social del protagonista deviene en arrebatos de ira, como aquella en la pista de hielo en la que Hire sufre una doble humillación: frente a la muchedumbre y frente a su amada. Creo que estamos ante esa clase de personaje que hubieran bordado Jack Lemmon o José Luis López Vázquez, y dice mucho de Blanc que consiga situarse a esa altura. Por su parte, Sandrine Bonnaire, que ya había hecho trabajos notables para Varda y Pialat, luce magnífica en un personaje que nos es presentado en primera instancia como una víctima, pero que está muy lejos de serlo. En cierto modo, Alice es el reverso pragmático de Hire porque, al igual que le sucede a él, la ciega el amor hacia un ser que no la merece. La diferencia entre ambos reside en el sacrificio, y Bonnaire brilla al mostrar la frialdad con que lo ejecuta. En cambio, Luc Thuillier, el tercer vértice de ese trágico triángulo, no da excesivo juego a nivel interpretativo, y André Wilms se resiente de la falta de complejidad de su personaje.
Gran película, sin duda. No soy de los que piensa que el gran arte sólo es aquel que produce desazón, pero en Monsieur Hire coinciden ambas cosas, siendo además una obra que no era nada moderna cuando se estrenó y que, precisamente por eso, ha envejecido de maravilla.