THE BIG SHORT. 2015. 128´. Color.
Dirección: Adam McKay; Guión: Adam McKay y Charles Randolph, basado en la novela de Michael Lewis; Dirección de fotografía: Barry Ackroyd; Montaje: Hank Corwin; Música: Nicholas Britell; Diseño de producción: Clayton Hartley; Dirección artística: Elliott Glick (Supervisión); Producción: Brad Pitt, Dede Gardner, Jeremy Kleiner y Arnon Milchan, para Plan B-New Regency Productions-Paramount Pictures (EE.UU.)
Intérpretes: Christian Bale (Michael Burry); Steve Carell (Mark Baum); Ryan Gosling (Jared Vennett); Brad Pitt (Ben Rickert); John Magaro (Charlie Geller); Finn Wittrock (Jamie Shipley); Rafe Spall (Danny Moses); Hamish Linklater (Porter Collins); Jeremy Strong (Vinny Daniel); Marisa Tomei (Cynthia Baum); Adepero Oduye (Kathy Tao); Tracy Letts (Lawrence Fields); Stanley Wong, Oscar Gale, Melissa Leo, Margot Robbie, Anthony Bourdain, Richard Thaler, Selena Gómez.
Sinopsis: Un heterogéneo conjunto de analistas económicos descubren que el negocio inmobiliario estadounidense va camino del colapso, mientras desde todos los ámgulos se insiste en la solidez del sistema.
Ser el director de cabecera de Will Ferrell, un cómico al que es tan difícil encontrarle la gracia como el sentido a la vida, no parecía la tarjeta de presentación más idónea para hacerse cargo de una producción multiestelar y destinada a jugar en las grandes ligas pero, sea como fuere, Adam McKay demostró pertenecer a la categoría de las entidades socialmente reinsertables gracias a La gran apuesta. film de gran formato que adapta la novela superventas de Michael Lewis y explica la galopante crisis económica de 2008 desde el prisma de quienes vieron venir la catástrofe, pulsaron inútilmente las luces de alarma y acabaron lucrándose gracias a tener mejor vista y a ser menos obedientes que la inmensa mayoría de sus semejantes. En la construcción del proyecto tuvo mucho que ver la productora de Brad Pitt, un tipo con mejor ojo para los guiones que para las bodas, y el entramado cinematográfico resultante constituyó un éxito en toda regla, brillante en lo artístico, bien tratado por la taquilla a pesar de su tono crítico y ampliamente recompensado en el circuito de alfombras rojas, con cinco nominaciones a los Óscar y el premio al mejor guión adaptado.
Tuvo que ser Leonard Cohen quien comenzara uno de sus mayores arrebatos de inspiración con aquel: «Todo el mundo sabe que los dados están trucados/pero todos los lanzan con los dedos cruzados». Visto lo que ocurrió con la crisis de las hipotecas basura en 2008, estos versos resultaron premonitorios, y resumen en buena parte lo que vemos a lo largo de las más de dos horas de metraje de una película que explica que los cataclismos económicos siempre son una mezcla de codicia, maldad, pereza y estupidez. De aquello siempre se dijo que nadie lo vio venir: la novela de Michael Lewis, y a su rebufo la película de Adam McKay, suponen una enmienda a la totalidad a esa complaciente visión de unos hechos cuyas consecuencias, ya sean económicas, sociales o políticas, arrastramos desde entonces y no está claro hasta cuándo seguiremos haciéndolo. La narración la dirige un yuppie que viene a ser la versión irónica -y mentalmente sana- de Patrick Bateman, el ejecutivo asesino salido de la mente de Bret Easton Ellis, pero desde el inicio los focos se centran en un extraño individuo muy lúcido para averiguar dónde ganar dinero, pobremente dotado para las relaciones sociales y amante del thrash metal llamado Michael Burry. Este hombre, con un punto de azar y muchos de capacidad analítica, supo que eso de que los bancos concedieran hipotecas como rosquillas y que hasta el tonto del pueblo, con contrato temporal, se comprara una casa con jardín (ejemplo práctico: los que en España acabaron creando la PAH) no podía acabar bien, y decidió emplear las carteras de inversión que gestionaba en apostar por la caída en picado de un sistema económico que, en aquellos momentos, parecía a prueba de bombas. De uno u otro modo, esta convicción se contagia al trajeado banquero al que aludimos antes, a un ejecutivo financiero que empezó a cuestionárselo casi todo a raíz del suicidio de su hermano, y a un par de cerebritos con mejores ideas sobre las finanzas que dinero para ponerlas en práctica. Todos ellos primero intuyen, y después averiguan, que una economía que basa su crecimiento en un dinero que en realidad no existe camina hacia el colapso, y que quienes deberían evitarlo no lo ven, o no quieren verlo. Así pues, La gran apuesta es un sarcástico homenaje a ese puñado de individuos que, mientras todo el mundo estaba en una próspera pero vacía inopia, supo ver que la economía de su país era un camión cargado de mierda que, como viajaba sin frenos, produciría muy mal olor al estrellarse, cosa que iba a suceder más tarde o más temprano. La película no es más, ni tampoco menos, que la crónica de ese proceso.
Es obvio que La gran apuesta, con su denuncia de las maldades del sistema económico envuelta en humor ácido, debe mucho a El lobo de Wall Street. También que Adam McKay está lejos de ser Martin Scorsese, aunque consiga una imitación en general bastante lograda, gracias sobre todo a que se apoya en un libreto fantástico, por la ejemplar narración de los hechos, el alto nivel de los diálogos y su pertinaz tendencia al sarcasmo, ejemplarizada en esos cameos de personajes famosos que explican al espectador medio (con un mensaje de fondo que parece decirle: de acuerdo, es usted imbécil; pero no se preocupe, los que dirigen el cotarro tampoco es que sean la lucidez personificada) los complejos conceptos económicos que manejan los protagonistas, y coronada con un falso final feliz que deja claro lo fácil que es manipular a la gente si se dispone de los púlpitos adecuados. En lo que peor emula McKay a Scorsese es en la tendencia a utilizar piezas musicales para marcar las transiciones narrativas, que en La gran apuesta no pasan de ser videoclips de escaso valor añadido al margen del de la canción de turno, pero justo es reconocer que, en casi todo lo demás, McKay alcanza cotas, tanto en el plano visual como en la construcción literaria del relato, muy superiores a las que cabía esperar de alguien con su currículum. Escenas como la de la epifanía del ejecutivo resentido en el club de striptease de Florida, o la del gurú asocial de los dos jóvenes economistas en el pub inglés, son para levantarse y aplaudir, y el conjunto es ágil, punzante, cínicamente ilustrativo y muy poco sermonero. Muy justa fue la nominación de la Academia para Hank Corwin, porque el montaje es una de las mejores bazas de la película. Nicholas Britell acierta al componer una banda sonora con un acusado punto sardónico. Por su parte, Barry Ackroyd debería haber cedido algo menos a las tentaciones videocliperas del director, pero su trabajo en la iluminación de interiores, con esa pomposidad artificiosa tan del lugar y la época, le redime con creces.
En ocasiones, las películas con mensaje, y resulta evidente que La gran apuesta lo es, ven lastrado su alcance por la presencia en su reparto de estrellas del celuloide que difuminan el discurso. No ocurre esto en el film que nos ocupa, porque todos los intérpretes, no sólo los principales, parecen tener muy claro que están interviniendo en una ópera bufa, y adaptan su interpretación a ese contexto… salvo en el caso del coproductor del film, cuyo personaje sirve como contrapunto dramático y testimonio de la realidad. Christian Bale, actor concienzudo y camaleónico donde los haya, es quizá quien peor se adapta a ese contexto sarcástico de la película, pero como su calidad como intérprete es tan grande, y su personaje no deja de ser un inadaptado de manual, ese detalle se revela de escasa importancia. Steve Carell, en cuya comicidad siempre existe un poso de amargura, sí es un actor que encaja a la perfección en la película, consiguiendo gracias a ella uno de sus mejores trabajos en la gran pantalla, con una importante riqueza de matices. Ryan Gosling, actor muy dado a demostrar su valía profesional con personajes muy serios, rompe aquí esa tendencia y parece muy a gusto con ese Bateman cínico a quien todo parece sudársela sobremanera. Por lo que respecta a Brad Pitt, que da vida a un tipo que abandonó el mundo de las altas finanzas para convertirse en algo parecido a un ermitaño, hay que decir que resulta digna de elogio su capacidad para engrandecer películas con papeles decisivos, no tanto en presencia en pantalla como en relevancia en la historia. Su intervención aquí es un nítido ejemplo de ello. Lo mismo cabe decir de Marisa Tomei, que aparece poco en pantalla, pero es capaz de lucir mucho. Del resto de intérpretes, me quedo con la fantástica actuación de Jeremy Strong, en el papel del miembro más visceral del grupo de Mark Baum, aunque el trabajo de Rafe Spall está prácticamente a la misma altura. John Magaro me parece también un actor muy interesante.
Película excelente en muchos momentos, La gran apuesta educa y entretiene. A veces, Hollywood tiene la virtud de mearse en todo aquello que es Hollywood sin dejar de serlo, y esta es una de esas veces. Créanme, pocas separaciones han dado resultados más certeros que la de Adam McKay y Will Ferrell, al menos en lo que al director se refiere.