DELLAMORTE DELLAMORE. 1994. 106´. Color.
Dirección: Michele Soavi; Guión: Giovanni Romoli, basado en la novela gráfica de Tiziano Sclavi; Director de fotografía: Mauro Marchetti; Montaje: Franco Fraticelli; Música: Riccardo Biseo y Manuel De Sica; Diseño de producción: Massimo Antonello Geleng; Producción: Tilde Corsi, Giovanni Romoli, Michele Soavi y Heinz Bibo, para Audifilms-Urania Films-K.G. Productions (Italia-Francia).
Intérpretes: Rupert Everett (Francesco Dellamorte); François Hadji-Lazaro (Gnaghi); Anna Falchi (Viuda/Secretaria del nuevo alcalde/Prostituta); Mickey Knox (Comisario Straniero); Fabiana Formica (Valentina); Clive Riche (Doctor); Katja Anton (Novia de Claudio); Barbara Cupisti (Magda); Anton Alexander (Franco); Pietro Genuardi, Patrizia Punzo, Stefano Masciarelli, Alessandro Zamattio.
Sinopsis: El cuidador de un cementerio tiene, dentro de sus tareas cotidianas, la de eliminar a algunos muertos que resucitan a los siete días de ser enterrados.
En los años 80, la crisis del cine italiano en su globalidad, y de los films de género en particular, era un hecho indiscutible. En el terror, la huella del giallo y sus hallazgos estéticos habían perecido por sobreexplotación, degenerando en subproductos que, eso sí, en algunos casos eran de una torpeza muy divertida. Dario Argento y sus discípulos intentaban mantener encendida la llama, con resultados artísticos en general poco satisfactorios. No obstante, el canto de cisne de toda una forma de producir cine a la europea tuvo detrás a un director, Michele Soavi, que había crecido a la sombra del autor de Phenomena y realizado algunos films que, sin ser gran cosa, al menos tenían sus puntos de interés. Fueron los cómics de la serie Dylan dog, escritos por Tiziano Sclavi, los que dieron pie a una película rompedora e inclasificable que ya impactó en la cinefilia más inquieta del fin de siglo y cuyo prestigio internacional no hace más que aumentar con el paso del tiempo. Dellamorte Dellamore, cuyo título español oposita a ser uno de los más ridículos de la historia del cine, es de lejos la mejor película de un director consagrado desde hace tiempo a la pequeña pantalla, y a la vez una de esas raras joyas bizarras cuyo visionado deja huella.
La introducción nos traslada a las cintas trabsalpinas de muertos vivientes, con los cadáveres saliendo de sus tumbas en noches de luna llena y animando las solitarias noches de un tenebroso cementerio. No tardamos en comprobar que el tono de esta película, muy cercano al de una comedia muy negra, difiere del habitual en este tipo de productos. En efecto, los muertos salen de sus tumbas con el mismo hambre de carne humana que de costumbre, pero quien acaba con su rebelión a balazo limpio es un personaje de maneras cáusticas y escasa predisposición al diálogo. Se trata del guardián del cementerio, muy apropiadamente apellidado Dellamorte, que sabe desde hace tiempo que algunos muertos resucitan una semana después de su entierro, pero se guarda la información para no entrar en una vorágine de papeleo burocrático absurdo con el Ayuntamiento. A ese hombre, que se hace pasar por impotente para jolgorio de la muchachada de un pueblo con cuyos habitantes apenas guarda relación, sólo le acompaña Gnaghi, una especie de Quasimodo mudo que le hace las veces de sirviente. En este peculiar universo, la vida pasa a su manera hasta que Dellamorte conoce a la guapa viuda de un potentado del lugar y se enamora de ella.
Dellamorte dellamore tiene casi siempre la sagrada virtud de descolocar al espectador, pues salta con envidiable agilidad del tono jocoso a un romanticismo inspirado en Poe, a quien se recita en algunas de las escenas decisivas, haciendo que el disfrute de la audiencia impere frente (y en buena parte gracias) a lo delirante del conjunto. Con una lucidez inusual en él, Soavi explota un elemento tan cinematográfico como un cementerio desde diversos ángulos, unidos por el nexo común de relativizar la muerte, ya sea por la resurrección de los cadáveres y su posterior regreso al nicho tras un oportuno tiro en la cabeza, como búnker de un ser antisocial hasta el extremo e, incluso, como altar sexual. Con muchos primeros planos, decorados e iluminación con un punto, o varios, de tenebrismo kitsch y un evidente espíritu transgresor (ahora que estamos en pleno agobio preelectoral, he de reconocer que el trato que se le da al alcalde en la película me ha divertido lo suyo), Soavi logra que el tinglado no chirríe ni cuando, en el último tercio, se abandone casi por completo la ligereza y se transite por rutas mucho más serias. Cuando la habilidad para el crimen de Dellamorte deja de circunscribirse a los muertos vivientes, esa huida del protagonista y de su también enamorado acompañante (dentro de la irreverencia general, no hay que obviar los evidentes toques necrófilos) hacia ninguna parte posee una profundidad que no alcanzan otras muchas películas con más pretensiones. Si en otras partes del film la cosa se sostiene por lo bizarro de las situaciones y el carisma del personaje principal más que por un guión que por momentos se recrea en sí mismo sin avanzar, en ese clímax de poso entre romántico y existencialista el engranaje narrativo funciona mucho mejor, hasta desembocar en un final más que digno, en el que tiene un papel destacado un personaje, Franco, el único amigo en el pueblo de Dellamorte, que hasta entonces parecía tener un peso liviano en la trama y que de repente se revela fundamental para comprender lo que sucede. Es en esta parte cuando la música, antes demasiado deudora de los clichés del cine a lo Argento, adquiere mayores vuelos. Soavi, mejor que nunca, nos brinda planos fantásticos (el primer beso entre Dellamorte y la viuda en el osario, ambos separados por las telas que cubren sus rostros), pero más allá de eso destaca su capacidad para trascender las limitaciones presupuestarias que sin duda maneja y ofrecer un producto que podrá ser barato, nihilista e incluso descabellado, pero jamás cae en la cutrez.
Junto a la ofrecida en El placer de los extraños, esta es la mejor interpretación que uno le haya visto a Rupert Everett, un actor que más de una vez se me ha quedado corto. Aquí dispone de un personaje ideal para el lucimiento, y no sólo no lo desaprovecha, sino que parece muy cómodo en la piel de un tipo muy de cómic: frío, a la vez despiadado y romántico, un inadaptado de manual que vive a gusto en un mundo entre onírico y estrambótico, aunque nada vulgar. Everett luce, y mucho, como también lo hace el recientemente fallecido François Hadji-Lazaro, que encarna a un ser deforme de buen corazón, leal al máximo pero bastante asqueroso a la hora de comer. Sin diálogos, este actor es capaz de transmitir las emociones de un personaje menos simple de lo que aparenta, sin sobreactuar ni caer en el absurdo. No creo que Anna Falchi sea una gran actriz, pero si he de ser honesto, no me veo capaz de juzgar su trabajo en esta película, que uno es heterosexual y vivimos unos días muy calurosos. Mickey Knox cumple bien como policía muy típico del giallo, Barbara Cupisti aporta simpatía al personaje más puramente humorístico y a Fabiana Formica le faltan tablas, aunque luce bien como estatua parlante.
Al margen de las adhesiones que pueda generar por mostrarse tan alejada de lo convencional Dellamorte dellamore es una joya bizarra que merece ser puesta en valor, por ser una película de zombis diferente y llegar más lejos que otras con muchas más ínfulas y presupuesto, que proporciona disfrute desde el primer hasta el último minuto de su visionado. La última gran película del terror italiano es un film heterodoxo a más no poder, a la par que lleno de aciertos.