SON OF FRANKENSTEIN. 1939. 97´. B/N.
Dirección: Rowland V. Lee; Guión: Wyllis Cooper, inspirado en la novela de Mary W. Shelley; Dirección de fotografía: George Robinson; Montaje: Ted Kent; Música: Frank Skinner; Dirección artística; Jack Otterson; Producción: Rowland V. Lee, para Universal Pictures (EE. UU.)
Intérpretes: Basil Rathbone (Barón Wolf Von Frankenstein); Boris Karloff (Monstruo); Bela Lugosi (Ygor); Lionel Atwill (Inspector Krogh); Josephine Hutchinson (Elsa Von Frankenstein); Donnie Dunagan (Peter Von Frankenstein); Emma Dunn (Amelia); Edgar Norton (Benson); Perry Ivins, Lawrence Grant, Lionel Belmore, Michael Mark, Ward Bond.
Sinopsis: El hijo del doctor Frankenstein viaja desde los Estados Unidos hasta Europa para hacerse cargo de las propiedades de su padre.
Cineasta prolífico desde la época muda, y casi siempre asociado a la serie B, Rowland V. Lee asumió la tarea de continuar con la saga cinematográfica del doctor Frankenstein después de las dos míticas películas dirigidas por James Whale. Cuatro años habían pasado desde La novia de Frankenstein, justamente los mismos que habían transcurrido entre ésta y el film que dio comienzo a la serie, pero en este intervalo las preferencias del público se habían decantado hacia otros géneros y la Universal, productora que reinó en el cine de terror de los años 30, intentaba aferrarse a sus franquicias más exitosas, pero a la vez tenía que asumir que la edad de oro había pasado. Con todo, Rowland V. Lee facturó una secuela digna, lejana al brillo de sus predecesoras pero más que correcta. El título español, eso sí, tiene miga. Quizá alguien creyó que, de respetar el original, alguien pensaría que el monstruo se había dedicado al fornicio sin protección en sus ratos libres, y urdió un cambio sin pies ni cabeza. O tal vez sólo se trate de una ocurrencia estúpida.
Con la novela de Mary Shelley cada vez más lejana en el recuerdo, en esta ocasión el libreto, obra de Wyllis Cooper, busca al hijo del barón, que vive en los Estados Unidos en compañía de su esposa e hijo, del todo ajeno a la huella dejada por su progenitor en Europa hasta que viaja en dirección al Viejo Continente para tomar posesión de sus bienes. Ya en su destino, el también doctor es objeto de un recibimiento muy poco amistoso por parte de los lugareños, a quienes la simple mención del apellido Frankenstein devuelve a tiempos que preferirían olvidar. Ajenos a la poco disimulada hostilidad que le brindan, el heredero y su familia se instalan en el castillo en el que, una vez, su padre creó vida desde la nada. Sus apuntes y cuadernos de notas se hallan entre los bienes recuperados, así que su hijo los estudia y descubre que el monstruo sigue allí, en el castillo, custodiado por Ygor, un personaje deforme que sobrevivió milagrosamente al ahorcamiento al que fue condenado. Ygor utiliza al monstruo para ejecutar su particular venganza contra quienes le sentenciaron, lo que salpicará al heredero, que por otra parte se empeña en continuar los fatales experimentos de su padre, y a su familia.
Es cierto que a la película le cuesta mucho arrancar, que su primer tercio es plano y que el guión tiene algunas incoherencias que lindan con lo pintoresco (por ejemplo, tiene muy poco sentido, al margen de tratarse de una escena brillante, la resurrección del monstruo a cargo del hijo del barón, pues supuestamente la criatura ya salía de vez en cuando de paseo a liquidar a los enemigos de Ygor), pero en su segunda mitad el film mejora bastante, se hace más ágil en lo narrativo y contiene, ahora sí, secuencias a la altura de las anteriores obras de la saga. En lo técnico, la película arranca con un plano-secuencia muy prometedor, aunque muy pronto el director se decanta por lo funcional. Destacan los decorados, de una marcada influencia expresionista que no sigue la fotografía, mucho más naturalista que recargada. Como buen artesano, Rowland V. Lee se maneja con brío en las escenas de acción, y algo menos en las más pausadas, en las que tampoco es que los diálogos, en general bastante rutinarios a excepción de algunas conversaciones entre el heredero y el jefe de policía, le ayuden en exceso. No dejo de señalar que la banda sonora, uno de los primeros trabajos importantes de ese estajanovista que fue Frank Skinner, es de una calidad notable. En el debe, hay que hacer constar que el final, forzado y artificioso, rompe con mucho de lo bueno que ha tenido lugar en el clímax.
En un principio, el papel del hijo del barón Frankenstein debía recaer en Peter Lorre, pero un desacuerdo contractual entre productoras situó al frente dle reparto a Basil Rathbone, un actor excelente a quien se recuerda como el primer gran Sherlock Holmes del celuloide. En general, Rathbone desempeña su trabajo con su habitual maestría, aunque justo es señalar que su talento brilla más en las escenas en las que su personaje demuestra que es hijo de su padre que en aquellas en las que ha de desprender una bonhomía que en el guión parece metida con calzador. A su lado, los dos grandes mitos del terror de la Universal: Boris Karloff, que por tercera (y última) vez encarnó a la criatura de Frankenstein en la gran pantalla, y Bela Lugosi. La actuación de Karloff está a la altura de las ofrecidas en los films precedentes, mientras que Lugosi luce en el rol de Ygor de una forma que tal vez no se le haya reconocido de manera suficiente.Otro que raya a muy buena altura es Lionel Atwill, como jefe de policía mutilado tiempo atrás por la criatura que ahora reaparece, mientras que Josephine Hutchinson cumple bien con un rol bastante rutinario, y el niño Donnie Dunagan se muestra más bien redicho,
Como ya se ha mencionado, Son of Frankenstein no alcanza la altura de sus predecesoras, pero sí es el último film de la saga que aguanta el tipo, pues los posteriores rayan en la parodia, fuese o no voluntaria. Tuvo que ser en Inglaterra, y dos décadas más tarde, cuando el mito de Frankenstein resurgió en los cines.