I CORPI PRESENTANO TRACCE DI VIOLENZA CARNALE. 1974. 89´. Color.
Dirección: Sergio Martino; Guión: Ernesto Gastaldi y Sergio Martino, basado en un argumento de Sergio Martino; Director de fotografía: Giancarlo Ferrando; Montaje: Eugenio Alabiso; Música: Guido y Maurizio De Angelis; Diseño de producción: Giantito Burchiellaro; Producción: Carlo Ponti, para Compagnia Cinematografica Champion (Italia).
Intérpretes: Suzy Kendall (Jane); Tina Aumont (Dani); Luc Merenda (Roberto); John Richardson (Franz); Roberto Bisacco (Stefano); Ernesto Colli (Vendedor ambulante); Angela Covello (Katia); Carla Brait (Ursula); Cristina Airoldi (Carol); Patrizia Adiutori, Carlo Alighiero, Luciano Bartoli, Gianni Greco, Luciano De Ambrosis.
Sinopsis: En una ciudad italiana de provincias, una estudiante norteamericana de arte ve cómo un psicópata enmascarado asesina a sus compañeras.
Por mucho que su primera película como director fuese un western, ese cultivador de todos los géneros posibles llamado Sergio Martino se especializó, al principio de su carrera, en el giallo, precedente transalpino del slasher (e hijo, a su vez, de Psicosis) cuyas raíces se hallan en Mario Bava y Dario Argento, y en el que Martino filmó algunas de sus mejores películas. Por orden cronológico, el último film de esta naturaleza que dirigió este cineasta todoterreno antes de cambiar de tercio fue Torso: Violencia carnal, obra que sigue a rajatabla todos los cánones del subgénero y que, sin poseer excesiva enjundia, sí ha sido apreciada por cinéfilos de distintas generaciones como un entretenido compendio de las constantes de una clase de películas que son referencia del terror europeo.
Al margen de un titulo original muy evocador (Los cuerpos presentan signos de violencia carnal), lo primero que llama la atención de la película es esa secuencia marcadamente softcore (el giallo siempre tuvo una fuerte carga erótica, los años 70 fueron muy anchos de miras en este aspecto, y se diría que, con esta escena, Martino anticipaba los derroteros por los que iba a transitar mucha de su obra inmediatamente posterior) que acompaña los títulos de crédito iniciales, sin aparente relación con la historia pero que, sin embargo, ofrece claves sobre dos aspectos esenciales del film: la identidad del asesino y los motivos que le empujan a cometer los crímenes. Lo siguiente que vemos es una clase de Historia del Arte, en la que un profesor alecciona a sus alumnos sobre la obra de Il Perugino, pintor italiano que ilustra la transición entre la Edad Media y el Renacimiento. La película entera està en estas dos secuencias, como comprobaremos a medida que varias de las alumnas caigan víctimas del psicópata de turno. Lo que vemos, lo hemos visto muchas veces: jóvenes muy ligeras de ropa que son perseguidas, y en muchos casos brutalmente ejecutadas, por un enguantado asesino cuyos crímenes siempre veremos filmados con cámara subjetiva para que, mientras asistimos al espectáculo de carne y sangre, elucubremos acerca de la identidad del criminal (a media película este tema ya está bastante claro, todo hay que decirlo), unas cuantas pistas falsas repartidas aquí y allá con más o menos arte, la policía que apenas forma parte de la ecuación y que va años luz detrás del criminal, y un clímax granguiñolesco en el que se desvelan los dos aspectos clave que en la introducción se insinuaban. Ocurre que Sergio Martino podrá ser menos profundo que una piscina infantil, pero no es torpe, y por ello debe reconocérsele que los tópicos se acumulan con gracia, que en el desarrollo de la trama hay sentido del suspense y que la puesta en escena, sin ser un dechado de distinción, tampoco es cutre. Queda claro, y esto también es puro giallo, que la función de algunos personajes reside únicamente en servir de carnaza al psicópata, y la de otros se limita a aportar pistas falsas para incrementar la intriga pero, repito, todavía a esas alturas el gazpacho de siempre mantenía buena parte de su sabor y potencial refrescante. No conviene olvidar que esta película no tiene otra pretensión que la de entretener, y esa la cumple con creces.
Ha quedado dicho que es perder el tiempo buscar algo original en la propuesta de Martino, pero también hay que tener estilo copiando. Que la escena del primer crimen, por poner un ejemplo, nos la sepamos de memoria y que, además, carezca de lógica si se analiza con un mínimo rigor, no impide que esté bien rodada, que en el abundante uso de la cámara subjetiva no haya buenas dosis de ingenio visual, y que, por mucho que se bordee el charco del ridículo (y pienso en la escena de la comuna hippie, y sobre todo en su lodosa conclusión), el conjunto se libra de caer en él. A esto contribuyen un montaje acertado, una iluminación que se nos presenta realista de día y estilizada en las escenas nocturnas, cuidando siempre de que el rojo de la sangre sea llamativo, y una música, compuesta por los hermanos Guido y Maurizio De Angelis, en la que la influencia de los trabajos de Morricone para los primeros films de Argento,siendo notoria, ni llega al plagio descarado ni irrumpe en la acción de un modo estruendoso e innecesario, sino que la acompaña y acentúa el misterio.
Como suele ocurrir, el trabajo de los intérpretes es desigual. Suzy Kendall, que ya sabía de qué iba la cosa porque no en vano había tenido un papel importante en la ópera prima de Dario Argento, lidia con un personaje bastante plano aunque, eso sí, demuestra tener buena capacidad para el grito. Tina Aumont, la mejor del reparto a mi juicio, aporta buen hacer al papel femenino mejor desarrollado de la trama, mientras que Luc Merenda, rostro muy característico de la serie B transalpina, no desentona en el rol del doctor del pueblo al que las protagonistas acuden con la intención, obviamente poco exitosa, de evitar al asesino. No es que la interpretación de John Richardson, quien ya estuviera entre el elenco en una de las mejores obras de Mario Bava, sea memorable, pero al menos evita caer en la parodia. Roberto Bisacco llega con esfuerzo al aprobado, Ernesto Colli regala su inquietante presencia, y las actrices Angela Covello y Carla Brait se limitan a cumplimentar la cuota erótica del film, sin que ni sus personajes ni su desempeño den para mucho más. Carlo Alighiero cumple bien en la piel de uno de los personajes-trampa.
Resumiendo: Torso: Violencia carnal no es el colmo de la originalidad, y ni siquiera es el mejor giallo de cuantos dirigiera Sergio Martino, pero se deja ver con agrado y no decepcionará a los aficionados a ese subgénero, o al cine de terror en general.