CRY MACHO. 2021. 104´. Color.
Dirección: Clint Eastwood; Guión: Nick Schenk y N. Richard Nash, basado en la novela de este último; Dirección de fotografía: Ben Davis; Montaje: Joel Cox y David Cox; Música: Mark Mancina; Diseño de producción: Ron Reiss; Dirección artística: Gregory G. Sandoval (Supervisión); Producción: Albert S. Ruddy, Clint Eastwood, Tim Moore y Jessica Meier, para The Malpaso Company-Ruddy Productions-Warner Bros. (EE.UU).
Intérpretes: Clint Eastwood (Mike Milo); Eduardo Minett (Rafo); Natalia Traven (Marta); Dwight Yoakam (Howard Polk); Horacio García Rojas (Aurelio); Fernanda Urrejola (Leta); Iván Hernández, Jorge Luis Pallo, Marco Rodríguez, Ana Rey.
Sinopsis: Una estrella del rodeo retirada recibe el encargo de ir hasta México para llevar a Texas al hijo de un amigo, que vive en la capital azteca con su madre.
Ajeno al paso de los años, Clint Eastwood continúa su actividad profesional sin permitir que el público se olvide durante demasiado tiempo de que él es el último clásico del cine norteamericano. Así, después de la excelente Richard Jewell, este veterano director dobló la apuesta y se colocó a ambos lados de la cámara en su siguiente proyecto, Cry Macho, adaptación de una novela de N. Richard Nash publicada en los años 70., que se había intentado llevar al cine en distintas ocasiones, sin que ninguno de esos proyectos llegase a buen puerto. Eastwood sí logró completar la película, que tuvo una tibia acogida en las taquillas y fue mayoritariamente repudiada por la crítica, que la consideró una obra fallida, muy alejada de los mejores logros de Clint Eastwood como cineasta. Con matices, estoy de acuerdo con esa valoración.
Pienso que varias de las últimas películas de Clint Eastwood han sido juzgadas de forma injusta, más por causas políticas que cinematográficas. No es el caso de Cry Macho, film que se queda a medio camino en muchos aspectos esenciales y en el que, por primera vez, el público se ha dado cuenta de que Eastwood es un hombre de más de noventa años. Sin duda Clint, que nunca anduvo escaso de narcisismo, no se siente una persona de esa edad, y hasta esta película había logrado que el público participara de esa convicción. Quizá superado por el esfuerzo que supone estar a ambos lados de la cámara, por primera vez veo falta de energía en su labor como cineasta, y un evidente bajón físico de la estrella en pantalla. Esto podría haber dado pie a la gran road movie crepuscular que Cry Macho pretende ser, pero las carencias del guión, escrito en primera instancia por el propio autor de la novela y revisado por Nick Schenk, responsable de la escritura de algunas de las postreras obras mayores de Eastwood, lo impiden. Al libreto le falta consistencia y le sobran tópicos, algo que quizá un director en plena forma fuera capaz de soslayar, pero no es el caso. Hay ecos de Howard Hawks, y también de Sam Peckinpah, en la historia de este veterano profesional que recibe un encargo y, frente a todos los imponderables, lo ejecuta, pero la inspiración y la magia aparecen sólo a cuentagotas, lo que priva al conjunto de tener la enjundia de Mula, claro precedente de esta película, también por su cierto aire testamentario, y en la que también México goza de gran protagonismo. Cry Macho presenta un enfoque amable, quizá demasiado, del vecino del Sur, que choca con el pregonado por las opciones políticas que Eastwood defiende, pero a esta historia de aprendizaje vital le falta gancho, e incluso podría decirse que en la caracterización del preadolescente coprotagonista, un niño al que su padre siempre ignoró y al que ahora quiere recuperar para salvarle de una madre esclava de casi todos los vicios, hay una calculada ingenuidad que no juega a favor de la propuesta. Detalles innecesarios, como la escena de la doma de los caballos salvajes por parte de la antigua estrella del rodeo, ejecutada en su práctica totalidad por dobles como no puede ser de otra manera, lastran una obra cuyos resultados se quedan lejos de las intenciones. En contra de lo que muchos piensan, y de la imagen que él mismo ha proyectado durante bastante tiempo (y contra la que se revuelve en una de las escenas más notables de la película), Clint Eastwood es un tío sensible, y ahí queda la recurrente presencia de ese clásico inmortal que es Sabor a mí para demostrarlo, pero en muchos pasajes del film se le va mano y llega a ser blando, de una forma que su autor había evitado desde Los puentes de Madison, para mí una obra menor en su filmografía, pero sin la fuerza narrativa de entonces.
La solvencia técnica es la acostumbrada, y en eso Eastwood no ha retrocedido un palmo. Su modo de filmar es pausado, incluso en las escenas de acción, revelando a un hombre que, en la etapa final de su vida, se despide de su público en paz, entendida esta en un plano espiritual. Las escenas nocturnas, tan del gusto del director, tienen la calidad visual de siempre, y el trabajo de edición se sitúa en las antípodas de la actual tendencia a provocar suicidios colectivos si un plano dura más de cinco segundos. La música, de Mark Mancina, compositor interesante que ha reducido su actividad en los últimos años y colabora por primera vez con un cineasta muy dado a formar equipos estables, emana esa misma sensación de calma, aunque tampoco es capaz de aportar el gancho que les falta a otros elementos del film.
En esta ocasión, Clint Eastwood muestra evidentes dificultades para afrontar el reto físico que supone interpretar al protagonista de la película, lo cual es una lástima y adquiere mayor peso si tenemos en cuenta que no encontraremos una actuación de altura en el resto del elenco. A Eduardo Minett, actor que da vida a Rafo, el adolescente rebelde mexicano, es evidente que le faltan tablas, y me temo que en el set de rodaje le faltaron también directrices, pues se le ve algo perdido con un personaje que, de todos modos, no resulta muy creíble. Natalia Traven cumple como mujer mexicana abnegada y racial, en un rol muy cercano a varios personajes femeninos de Sam Peckinpah, mientras que Dwight Yoakam no pasará la historia por este papel, que a mi juicio necesitaba de un actor con más fuste. Fernanda Urrejola se sobrepone a las limitaciones de un personaje tópico y poco relevante, mientras que Horacio García Rojas es un villano poco distinguido.
En definitva, Cry Macho es la película en la que nos dimos cuenta de que Clint Eastwood tiene más de noventa años. Considero un milagro que siga rodando a tan avanzada edad, pero en esta obra sólo hay destellos de un talento superlativo, insuficientes para obviar la sensación de que el film podría haber sido bastante mejor de lo que es.