CURRO ROMERO: MAESTRO DEL TIEMPO. 2021. 91´. Color.
Dirección: Curro Sánchez Varela; Guión: Alberto García Sánchez, Casilda Sánchez y Curro Sánchez Varela, según una idea original de José Carlos Conde; Dirección de fotografía: Alex G. Flores y Dani Llamas; Montaje: Telmo Iragorri y David Goñi; Música: Lucas Vidal; Producción: David Marcelo, Yolanda Suárez y Uxío Corbelle, para Womack Studios-It´s Flamenco, A.I.E.- Canal Sur Radio y Televisión (España).
Intérpretes: Curro Romero, Juan Echanove, Carmen Tello, Joaquín Sabina, Juan Antonio Ruiz Espartaco, Gonzalo Sánchez Conde Gonzalito, María Romero, Buendía Romero, Pedro Algaba, Carlos Herrera, Antonio Burgos, Alberto García Reyes, Aurora Vargas, Concha Romero, Jesús Soto de Paula, Andrés Calamaro, Miquel Barceló, Alonso Núñez Rancapino, Miguel Poveda, Pepe Luis Vázquez, Victorino Martín, Álvaro Domecq, Goran Sward, Jimmy Sward, José María García, Pablo Aguado, Oliver Félix Romero, Cristina Sanchez, Pedro Piqueras, Diego Urdiales, José Cortés Jiménez Pansequito, Pepe Moreno.
Sinopsis: Biografía del torero sevillano Curro Romero.
Desde que inició su trayectoria como cineasta, Curro Sánchez Varela centró sus esfuerzos en el documental musical, hasta que se salió de ese terreno, aunque no del todo, al abordar la biografía de una leyenda de la tauromaquia como Curro Romero. En este trabajo, la música, y en concreto el flamenco, siempre tan ligado al mundo del toro, ocupa un lugar importante, si bien el núcleo de la propuesta se centra en explicar la relevancia del biografiado en un espectáculo cada vez más discutido, pero sin el que es imposible entender la historia de España, y en concreto la del azaroso siglo XX que vivió este país. La película, que ha obtenido buenas críticas allá donde se ha exhibido, cumple con su objetivo de ofrecer un retrato completo de un personaje icónico.
No voy a perder demasiado tiempo en explicarlo, porque hay cosas que escapan a la lógica, pero en Sevilla se puede ser ateo y macareno, de la misma forma que se puede no ser taurino y ser currista. Sé de lo que hablo. El film de Sánchez Varela intenta, no tanto documentar este fenómeno, sino explicar cómo la peculiar manera de entender la tauromaquia y la vida del matador nacido en Camas le han convertido en un símbolo de la capital andaluza, cuya importancia va mucho más allá de los toros. Porque poco puede haber más sevillano que Curro Romero: en el habla, en el gesto y en ese continuo deambular por los extremos que le ha hecho objeto de arrebatadas pasiones, de encendidos amores y de no menos intensos odios. La película, cuya estructura respeta los estándares del género, se nutre en primer lugar del testimonio del biografiado, que a sus cerca de noventa años parece mirárselo casi todo con ese distanciamiento tan suyo, pero también de multitud de admiradores que intentan explicar con palabras el arte de Curro sobre el albero. Porque, y eso lo conceden, aunque sea a regañadientes, incluso sus detractores más acérrimos, Curro Romero inspirado fue capaz de provocar unos niveles de éxtasis entre los entendidos en la tauromaquia a los que muy pocos se han podido aproximar en toda la historia. La genialidad es, por definición, inconstante, y el diestro de Camas lo fue en grado sumo a lo largo de sus muchas décadas en las plazas, pero Curro Romero supo entender como pocos que raras veces el arte puede surgir de la prisa. En sus mejores tardes, su toreo se hizo eterno, y así lo explican gentes como Juan Echanove, Joaquín Sabina o Antonio Burgos, todos ellos curristas de pro. Los profanos sólo podemos participar desde la distancia del éxtasis de los entendidos al describir las faenas más legendarias de alguien que supo parar el tiempo, pero si aguzamos la vista y los oídos seremos capaces de entender cómo ese hombre, de natural tímido y discreto, revolucionaba los tendidos hasta el punto de generar ciegas idolatrías (algunas en lugares tan lejanos como Suecia) y reinar en la Maestranza (su relación con Madrid tuvo mucho de amor-odio) como nadie lo ha hecho, y a la vez de recibir más almohadillas que nadie e, incluso, de pasar una noche en comisaría después de uno de sus días aciagos en el ruedo.
Curro Romero ha vivido el declive de la tauromaquia, que en buena medida ha coincidido con el suyo y que en parte ha sido provocado por quienes en teoría más deben proteger este espectáculo: ganaderos, empresarios, matadores, periodistas y aficionados. Él, no obstante, habla con la misma distancia de su gloria y de su miseria porque, al fin y al cabo, nunca le importaron demasiado los juicios ajenos. El film, y justo es reconocerlo, retrata con detalle a la persona, de infancia feliz pero hambrienta, que sucumbió al tópico del matrimonio con la folclórica (en su caso, el enlace fue con Concha Márquez Piquer, hija de la reina de la copla), al hombre de carácter templado e ideas muy claras, al bético de pro, al amigo íntimo de Camarón de la Isla que amó y fue amado por los flamencos, al generador de escándalos que siempre gozó del silencio y del retiro, y al tipo divertido en la intimidad que sufrió la pérdida repentina de una de sus hijas. Puede decirse que Curro Romero representa la maravilla de la contradicción de un modo tan peculiar como lo es su filosofía de vida aplicada a la tauromaquia. En un mundo cada vez más estandarizado, él es un personaje único, que en los últimos años apenas ha aparecido en público para contraer matrimonio canónico con quien es su pareja desde hace muchos años, Carmen Tello, y para ver al equipo de sus amores ganar su tercera Copa en el estadio de la Cartuja.
En definitiva, Curro Sánchez Varela, con la ayuda de los testimonios de gente que sabe hablar y sabe de lo que habla, y utilizando en ocasiones material inédito, ha tejido un verdadero manual del currismo, en exceso hiperbólico en lo que se refiere a los textos narrados por Juan Echanove, cuyo interés va, a mi juicio, bastante más allá del aficionado a las corridas de toros por su gran valor histórico y sociológico. Podrá decirse, y con razón, que se trata de una película muy estándar sobre un personaje que es de todo menos eso, pero lo cierto es que es un logrado retrato de Curro Romero y, a través de él, de la ciudad que le encumbró y del devenir de un país siempre abonado a la convulsión. Ah, y la música es excelente, porque de casta le viene al galgo.