SONATAS. 1959. 109´. Color.
Dirección: Juan Antonio Bardem; Guión: Juan Antonio Bardem, Juan de la Cabada y José Revueltas (ambos en el fragmento mexicano), basado en la Sonata de otoño y la Sonata de estío, de Ramón María del Valle Inclán; Dirección de fotografía: Cecilio Paniagua y Gabriel Figueroa; Montaje: Margarita de Ochoa y Carlos Savage; Música: Isidro B. Maiztegui y Luis Hernández Bretón; Diseño de producción: Francisco Canet y Gunther Gerszo; Producción: Manuel Barbachano Ponce, para Uninci- Producciones Barbachano (España-México)
Intérpretes: Francisco Rabal (Marqués de Bradomín); María Félix (La Niña Chole); Aurora Bautista (Concha); Fernando Rey (Capitán Casares); Carlos Rivas (Juan Guzmán); Ignacio López Tarso (Jefe de los guerrilleros); Carlos Casaravilla (Conde de Brandeso); Manuel Alexandre (Teniente Andrade); David Reynoso (Teniente Elizondo); Rafael Bardem (Juan Manuel Montenegro); Nela Conjiu, Ada Carrasco, José Torvay, Matilde Muñoz Sampedro, Enrique Lucero, José María Prada, Manuel Arbó, Xan Das Bolas, Micaela Castejón, Josefina Serratosa.
Sinopsis: El Marqués de Bradomín, un aristócrata seductor, se ve involucrado en la rebelión liberal contra la monarquía absoluta de Fernando VII. Años después, instalado en México, inicia un romance con la amante de un general odiado por su pueblo.
El proyecto más ambicioso realizado por Juan Antonio Bardem desde que decidió dedicarse a la dirección de largometrajes resultó ser su primer fracaso. Hablo de Sonatas, la adaptación libre de dos libros de Valle Inclán con la que el cineasta madrileño, en pleno ascenso profesional después de la nominación al Óscar por La venganza, pretendió lanzarse al mercado internacional con una coproducción hispano-mexicana que, de rebote, le proporcionaba oxígeno en su sempiterno rifirrafe con la censura franquista. Pese a que la cinematografía del país norteamericano pasaba por un gran momento (con Luis Buñuel como ejemplo destacado), y a la presencia en el reparto de grandes estrellas españolas y mexicanas, la película fue rechazada por la crítica y tampoco halló un respaldo masivo en las audiencias internacionales. Tratándose de un paso atrás en la carrera de Bardem, opino que el film es mejor de lo que se ha dicho.
Quizá el mayor error de la película parta de su mismo concepto: la idea era rodar dos de las cuatro Sonatas escritas por Valle Inclán, en concreto las de Otoño y Verano, en países y con equipos de producción distintos. Esto produjo una obra desigual, en la que la segunda parte, rodada en México con actores y equipo técnico de aquel país, es inferior en muchos aspectos a la primera, filmada en España junto a los colaboradores que hanían participado en las obras maestras precedentes de Bardem. El nexo en común entre ambas historias es la presencia de los dos protagonistas masculinos: el Marqués de Bradomín, personaje que se define como feo, católico y sentimental, y el capitán Casares, adalid de las causas liberales a ambos lados del Atlántico. Bradomín es un galán, que disfruta de los placeres de la vida y ofrece un perfil más bien cínico. De camino por los montes gallegos, el aristócrata es hecho prisionero por los soldados de Casares, hostigados por las fuerzas monárquicas al mando del Conde de Brandeso, cuya esposa anda en amoríos con Bradomín. Los revolucionarios se disponen a ajusiticiar al Marqués, pero en última instancia deciden salvarle la vida a cambio de que les ayude en su propósito de huir hasta América. Las intenciones del galán pasan por visitar a su amada, que se encuentra gravemente enferma, para fugarse juntos. Ella accede, pero el plan es descubierto y sólo Bradomín y Casares logran alcanzar el navío que les llevará a la otra orilla del Atlántico. Allí, ambos se separan, y mientras el Marqués se dedica al juego y a pleitear por unas propiedades que le han sido usurpadas, Casares se une a las fuerzas revolucionarias que se han rebelado contra el poder despótico del general Bermúdez. El encuentro de Bradomín con la amante del tirano, La Niña Chole, hará que los caminos de esos dos españoles tan distintos vuelvan a cruzarse.
Reitero que a Bardem, por muchas ganas que tuviera de filmar con mayor libertad creativa, le sentaron mejor los aires gallegos, pues en esos parajes se rodó la primera parte de la película, que los aztecas, visto que en lo único que supera el fragmento mexicano al español es en la fotografía de Gabriel Figueroa, y no porque el trabajo de Cecilio Paniagua, que por primera vez rodó en color a las órdenes del director madrileño, sea deficiente, sino porque la forma que tiene el mexicano de captar las poderosas luces de su país es impresionante. En lo demás, la segunda parte del film es de menor calidad que la primera, por la mayor previsibilidad de los cambios que introduce Bardem respecto al texto de Valle Inclán, por el maniqueísmo del libreto y por la afectación de personajes y diálogos, pues la forma de expresar en palabras y gestos el romance entre Bradomín y La Niña Chole es forzada y llega a lo empalagoso. Incluso las escenas de acción, que no escasean en un film que, en el fondo, trata del hecho revolucionario, están mejor resueltas en la penumbra de Galicia que en la soleada llanura mexicana, por mucho que en el planteamiento de las mismas percibamos una marcada influencia del western. Ninguna secuencia de la segunda mitad del film posee la fuerza y la calidad de la que ilustra la desesperada huida de los amantes y los rebeldes que culmina, en mitad de la playa de la Lanzada, con algunos de los planos más bellos jamás filmados por el Bardem quizá más centrado en la estética que se hubiera conocido hasta entonces. A diferencia de la propuesta de Isidro B. Maiztegui, la música escrita por Luis Hernández Bretón peca de ampulosa, y tampoco es que la toma de conciencia final del Marqués de Bradomín sea un dechado de sutileza.
Es difícil encontrar un reparto más estelar en una coproducción hispano-mexicana, aunque el desempeño de los intérpretes sea desigual. Francisco Rabal, que poco antes había rodado la adaptación de Nazarín urdida por Buñuel, es uno de los mejores actores que ha dado nuestro país, pero no acabo de verle cómodo en el rol de un noble que, en ciertos aspectos, podría ser una versión española del mítico Giacomo Casanova, como lo prueba el que dé una mejor versión de sí mismo en las escenas más puramente viriles que en las de corte más sentimental e intimista. Por su parte, María Félix hace de María Félix: cumple bien como mujer de armas tomar, pero hubiera hecho falta una actriz más dúctil para resultar convincente como persona ciegamente enamorada. Fernando Rey otorga carisma y dignidad a un personaje idealista que sin duda es el preferido del director, mientras que Aurora Bautista sí sabe dar con el tono de una mujer entregada al amor. Entre los secundarios, me quedo con los españoles, en especial con un malvado Carlos Casaravilla, cuyo final es otro de los momentos álgidos de la película, y con Manuel Aleixandre, notable como lugarteniente de Casares. De los actores mexicanos, quien más destaca es el recientemente fallecido Ignacio López Tarso, sin desdeñar el trabajo de Enrique Lucero.
En Sonatas hay dos películas: la primera no desmerece a la obra precedente de Juan Antonio Bardem, y me parece justo destacarlo. La segunda, en cambio, justifica en parte las malas críticas recibidas por este film desigual, que truncó en parte una carrera hasta entonces meteórica.