PAFEKUTO BURU/PERFECT BLUE. 1997. 81´. Color.
Dirección: Satoshi Kon; Guión: Sadayuko Murai, basado en la novela de Yoshikazo Takeuchi; Dirección de fotografía: Hisao Shirai; Montaje: Harutoshi Ogata; Música: Masahiro Ikumi; Dirección artística: Nobutaka Ike; Producción: Hiroaki Inoue, Yoshihisa Ishihara, Masao Maruyama, Hitomi Nakagaki y Yutaka Togo, para Rex Entertainment- Madhouse (Japón).
Intérpretes: Junko Iwao (Voz de Mima); Rica Matsumoto (Voz de Rumi); Shinpachi Tsuji (Voz de Takodoro); Masaaki Okura (Voz de Uchida); Yosuke Akimoto (Voz de Tejima); Yoku Shioya (Voz de Shibuya); Hideyuki Hori (Voz de Sakuragi); Emi Shimohara (Voz de Eri); Masashi Ebara, Kiyoyuki Yanada, Toru Furusawa, Shiho Niiyama, Shinchiro Miki.
Sinopsis: Una cantante pop acepta las presiones de los jefes de la industria y abandona su carrera de cantante por la de actriz. A partir de ese momento, un admirador comienza a cometer crímenes y el sentimiento de culpa corroe a la joven.
Pocos debuts cinematográficos más espectaculares, y no me refiero sólo a la animación japonesa, hubo en los años 90 que el del malogrado Satoshi Kon, que con Perfect blue, adaptación de una novela de Yoshikazo Takeuchi, adquirió un inmediato prestigio internacional refrendado por el reconocimiento en distintos festivales especializados en cine fantástico como Sitges u Oporto. En un principio, el film iba a ser rodado con actores reales, pero distintas vicisitudes en la preproducción acabaron llevando el proyecto a las manos de Satoshi Kon, quien lo convirtió en un objeto de culto cuya reputación no hace sino aumentar con el paso de los años.
Dicen quienes han podido comparar ambos trabajos que la película se aparta bastante del contenido de la novela, pero lo cierto es que Satoshi Kon consigue una obra impactante, concisa e hipnótica, a partir de una estructura compleja que suministra al espectador distintos niveles de lectura. Ya desde el inicio se nos brindan esbozos de la trama, fragmentos que se irán ensamblando a medida que nos adentremos en el drama de Mima, una joven cantante pop, componente de un trío de éxito discreto, que cede a las pretensiones de quienes manejan el negocio del espectáculo y aparca su faceta musical para iniciar una nueva, e incierta, carrera como actriz en un violento thriller televisivo. Al principio, Kon muestra la última actuación musical de Mima, y lo hace respetando la atmósfera naïf que envuelve todo lo relacionado con el pop nipón, pero hay dos detalles que enturbian tanta candidez: la presencia en la actuación de una pandilla de alborotadores, reprimida gracias a la acción de un admirador de rostro desfigurado, y la propia tristeza de la joven cantante, que no acaba de ver claro un giro tan radical a su carrera, circunstancia que tampoco entusiasma a Rumi, su representante, que en su juventud también había sido cantante pop. Estas dos tempranas muestras de turbación en un entorno pretendidamente virginal no hacen más que anunciar la oscuridad que irá adueñándose de manera progresiva de un relato en el que se mezclan la realidad, la ficción de la serie que está rodando Mima y el producto de su creciente inestabilidad mental. Como la protagonista, el espectador acaba por no distinguir qué elementos de la narración son reales, qué otros forman parte de la ficción televisiva y cuáles tienen su origen en la mente de una joven absolutamente superada por los acontecimientos. Llama la atención la soledad de Mima, que sólo habla con su madre por teléfono, no tiene pareja ni amistades de su edad, y únicamente se relaciona con quienes, de una forma u otra, tutelan su carrera artística. En este aspecto, el film es muy revelador en cuanto a la manera en la que la industria explota a los ídolos de los adolescentes, en especial a las mujeres, algo común en todas partes pero que en Asia adquiere proporciones impactantes, a juzgar por el número de suicidios de estrellas jóvenes que se dan. Otra cuestión en la que Perfect blue es una obra pionera es en la denuncia (hablamos de finales del siglo XX, cuando Internet no era ni por asomo el Leviatán que es hoy en día) de los peligros de la usurpación de identidad en el ciberespacio: un fanático crea la web de Mima, que al principio se muestra halagada ante tamaño entusiasmo, para caer pronto en el desasosiego por la publicación en su nombre de opiniones y detalles íntimos, unas inventadas y los otros, inquietantes por el grado de conocimiento que revelan respecto a su vida personal, a lo que hay que añadir que Mima también recibe cartas que la califican de traidora por haber dejado atrás su carrera como vocalista. Todo esto complementa de manera magnífica la cualidad principal de la película: que es un excelente thriller, alambicado y vibrante, en el que nada es lo que parece y, al mismo tiempo, todo lo es. Satoshi Kon consigue que la audiencia se mimetice en la protagonista, devorada por la zozobra moral que le produce haber dejado de hacer lo que realmente le gusta (para más inri, el grupo llega a las listas de éxitos justo después de que ella lo abandone), y sobre todo pasar de ser una figura angelical y deliberadamente infantilizada, a tener un papel importante en una ficción plagada de sexo y violencia, que exige de ella una impudicia antagónica con todo lo que había representado como cantante. De golpe, toda su intimidad ha sido violada: la personal, en internet, donde desconocidos exponen su vida sin que ella pueda impedirlo, y la física, pues su cuerpo también pasa a estar a la vista de todos en fotografías y episodios de la serie. Las consecuencias en alguien tan joven y tan solo son devastadoras, hasta el punto de que, cuando los responsables del giro copernicano en la carrera de Mima van siendo brutalmente asesinados, ni ella misma sabe si todo eso forma parte de la serie, si los crímenes son reales y los perpetra su más fervoroso admirador (figura que remite una vez más al mito de la bella y la bestia), o si son sus propias manos las que acaban con la vida de sus explotadores.
La animación tiene la típica apariencia del anime japonés, y cierto es que todos hemos visto películas de dibujos animados, tambien niponas, más pulidas en lo técnico, pero también hay que decir que Satoshi Kon posee un salvaje sentido de la estética (véase el plano frontal del ascensor que se abre para mostrarnos el cadáver del productor), y que su puesta en escena es muy enérgica, con movimientos de cámara brillantes y mucho sentido del ritmo, que apreciamos en especial en las escenas en las que una desesperada Mima persigue al fantasma que la tortura, que no es sino su otro yo como cantante. Para mostrar la soledad de la protagonista, Kon recurre con frecuencia a planos cenitales de ella, sobre la cama o en la bañera, y también al plano medio-corto, que nos permite ver su zozobra interior sin descuidar el entorno, en ocasiones – la pecera o los peluches en su habitación- muy revelador. De igual modo, la música, único trabajo para el cine de Masahiro Ikumi, acentúa el contraste entre la forzada candidez del tema principal, el perpetuo juego de espejos que es la película y la negritud (también en la iluminación, diáfana en la escena inicial y cada vez más oscura) que poco a poco se apodera de ella.
Junko Iwao era, a pesar de su corta edad y sus pocos años de carrera, toda una experta en dar voz a diferentes personajes cinematográficos y televisivos de la animación japonesa, y lo cierto es que ese bagaje da pie a un trabajo notable, que proporciona diferentes matices al personaje de Mima sin dejar de lado su aspecto principal: que nunca deja de ser una joven inocente metida en un microcosmos que está muy lejos de poseer su pureza. Otra experta en eso de prestar su voz a personajes del anime como Rica Matsumoto consigue también una calificación alta en el papel de Rumi, el único personaje que cuida de Mima, en parte porque ve en ella una representación de su propio pasado. Shinpachi Tsuji le da a Takodoro un registro vocal que recuerda a los samurais circunspectos de tantas películas japonesas y, dentro de la destacada labor de todo el elenco, he de mencionar el trabajo de Yoku Shioya en el papel del guionista Shibuya, y también el de Masasaki Okura como el manipulador Uchida.
Gran película, compleja, violenta y muy inteligente, que por sí sola encumbró a un director que dejó otras importantes muestras de talento y que, por desgracia, murió demasiado pronto.