WITCHFINDER GENERAL. 1968. 85´. Color.
Dirección: Michael Reeves; Guión: Tom Baker y Michael Reeves, basado en la novela de Ronald Bassett. Escenas adicionales de Louis M. Heyward; Director de fotografía: John Coquillon; Montaje: Howard Lanning; Música: Paul Ferris; Dirección artística: Jim Morahan; Producción: Louis M. Heyward, Arnold Miller y Philip Waddilove, para Tigon British Film Productions (Reino Unido).
Intérpretes: Vincent Price (Matthew Hopkins); Ian Ogilvy (Richard Marshall); Hilary Dwyer (Sara); Robert Russell (Stearne); Rupert Davies (John Lowes), Wilfred Brambell (Amo Loach); Nicky Henson (Soldado Swallow); Patrick Wymark, Tony Selby, Bill Maxwell, Maggie Kimberly, Godfrey James.
Sinopsis: En una Inglaterra sumida en la guerra civil, el inquisidor Matthew Hopkins viaja por el país para procesar a las acusadas de brujería.
Artesano adscrito al género de terror, Michael Reeves dirigió tres largometrajes, el último de los cuales fue Cuando las brujas arden, particular acercamiento a la poco comocida Inquisición inglesa que, si bien pasó bastante desapercibido en su estreno, contribuyó a asentar el estatus de Vincent Price como mito terrorífico. Sin duda, la presencia del actor es la circunstancia que ha alejado a esta película del olvido, y lo que ha hecho que esta serie B de manual haya sido reivindicada por multitud de fans del cine de terror clásico. Con sus limitaciones, la postrera película de Michael Reeves no decepciona, e incluso ofrece más de lo que pudiera esperarse en un principio.
Durante siglos, el enjuiciamiento y ejecución de personas, muchas de ellas mujeres, acusadas de mantener tratos con el Maligno y de practicar la brujería, se extendió por casi todas las latitudes conocidas. En Inglaterra, los años más cruentos de esta política de torturas y asesinatos masivos en nombre de la fe coincidieron con la guerra civil que enfrentó a los realistas, que pretendían que Carlos II ocupara el trono, con los parlamentarios republicanos al mando de Oliver Cromwell. Es este conflictivo período el que sirve de marco para una película que, más allá de que uno de sus principales protagonistas sea un soldado que sirve a la Mancomunidad de Inglaterra, pasa de puntillas por los episodios bélicos y se centra en las andanzas de un inquisidor que recorría los pueblos y ciudades para comandar los procesos contra quienes eran acusados de brujería. El film, que no se anda con medias tintas, comienza con una ejecución pública, que era el entreteniento por antonomasia de los lunes en ese y en otros territorios. Matthew Hopkins, tal es el nombre del inquisidor, cabalga por Inglaterra en compañía de su ayudante, Stearne, experto en lograr confesiones mediante torturas. En una de esas villas, el acusado es un párroco católico (sí, en las Islas Británicas la Inquisición tuvo a veces como víctimas a quienes en otros lugares ejercieron de verdugos), cuya hija está prometida con un joven soldado de Cromwell.
Que uno los productores de la película, Louis M. Heyward, figure en los créditos como guionista de las escenas adicionales indica que Michael Reeves no gozó del control creativo de una película que, aunque no se mencione, se inspira en un poema de Edgar Allan Poe, que lleva por título El gusano conquistador, tanto como en la novela de Ronald Bassett que le sirve de fuente reconocida. Sea como fuere, el resultado en pantalla es impactante, y lo que más destaca de esta obra es su fiereza, inusual para la época, a la hora de mostrar los crueles métodos de los inquisidores. Cierto es que el terror británico, en plena vigencia gracias a los éxitos obtenidos por las productoras Hammer y Amicus, había contribuido a flexibilizar la rígida censura británica, pero Cuando las brujas arden incluye planos más explícitos que los de gran parte de sus contemporáneos, incluyendo ahorcamientos y ejecuciones en la hoguera expuestas con detalle. No obstante, el film denuncia la perversidad moral de quienes, en principio, son castos defensores de la fe: Hopkins, bajo sus maneras de aristócrata puritano, es un sádico que goza con el dolor ajeno y que, además, utiliza su indiscutido poder para recibir los favores sexuales de las acusadas. Esto hace Sara, la hija del párroco, para salvar de la hoguera a su padre, pero el inquisidor tampoco es hombre de palabra, lo que a la larga le llevará a ser objeto de las ansias de venganza de Richard, el prometido de la joven. Por su parte, Stearne es un asesino legalizado, poseedor de todos los vicios. Ellos son quienes, con el beneplácito de las autoridades locales, torturan y asesinan a las acusadas, bajo pretextos delirantes, muchas veces sin más fundamento que la animadversión que sentían hacia ellas quienes actuaban como delatores. La película, que no evita caer en el efectismo, es maniquea a la inversa, constituyendo una rotunda condena a la persecución religiosa, simbolizada en un Matthew Hopkins que viene a ser la versión inglesa de nuestro Torquemada. Michael Reeves expone la perversidad del personaje con abundantes primeros planos, y su poder haciéndole aparecer muchas veces en contrapicado. No es que su trabajo sea excelso, pero tampoco torpe: está bien expuesto el contraste entre las escenas en exteriores, que salvo en las ejecuciones sugieren libertad, y las que discurren en lugares cerrados, casi siempre contaminados (excepción hecha de la primera visita de Richard a su prometida, en la que ambos tienen sexo con el consentimiento del párroco) por los siniestros métodos con los que Hopkins ejerce su poder. Reeves crea un producto vistoso, ayudado en parte por la notable labor en la dirección de fotografía de John Coquillon, y muy entretenido, rematado con un clímax de gran impacto visual. Paul Ferris, compositor de cabecera de Michael Reeves, y que también interpreta un pequeño papel en la película, ofrece una partitura eficaz, muy deudora de los trabajos de James Bernard para la Hammer.
En el apartado interpretativo, la estrella indiscutible de Cuando las brujas arden es un Vincent Price que, culminada su labor en el ciclo de películas que dirigió Roger Corman sobre textos de Edgar Allan Poe, se había apartado del terror en buena parte de sus recientes apariciones cinemtográficas y televisivas. No obstante, papeles como el del perverso inquisidor Matthew Hopkins, que pocos actores podían ejecutar de la soberbia manera en que él lo hace, marcaron su regreso al género que le hizo inmortal. Ian Ogilvy, que ya había actuado en los dos anteriores films de Michael Reeves, da vida al apuesto y enérgico soldado Richard Marshall de manera solvente, aunque lejos del siniestro encanto de Price. Buena actuación de Rupert Davies en la piel del infortunado párroco, y lo mismo cabe decir de Hilary Dwyer (más tarde Heath) en su primera incursión en la pantalla grande. La actriz se muestra eficaz encarnando a una joven enamorada, víctima del lascivo sadismo de Hopkins. Robert Russell cumple bien como sicario, Patrick Wymark hace una breve aparición como Oliver Cromwell, y Maggie Kimberly consigue transmitir toda la crueldad de las ejecuciones públicas.
Buena película, que recomiendo sin dudar a los aficionados al cine de terror.