THE RIDER. 2017. 101´. Color.
Dirección: Chloé Zhao; Guión: Chloé Zhao; Dirección de fotografía: Joshua James Richards; Montaje: Alex O´Flinn; Música: Nathan Halpern; Producción: Mollye Asher, Chloé Zhao, Bert Hamelink y Sacha Ben Harroche, para Caviar-Highwayman Films-Protagonist Pictures (EE.UU.).
Intérpretes: Brady Jandreau (Brady Blackburn); Tim Jandreau (Wayne Blackburn); Lilly Jandreau (Lilly Blackburn); Leroy Pourier (Frank); Cat Clifford (Cat Clifford); Tanner Langdeau (Tanner Langdeau); Lane Scott (Lane Scott); James Calhoon, Terri Dawn Pourier, Alan Reddy, Todd O´Brian.
Sinopsis: Un joven cowboy, que se recupera de un grave accidente, se enfrenta a la idea de tener que renunciar a su pasión, el rodeo.
Sucede a veces en el arte que un proyecto surge a partir de otro. Puede atestiguarlo Chloé Zhao, cineasta de origen chino que, durante el rodaje de su ópera prima, Songs my brothers taught me, entabló amistad con el vaquero de ascendencia india Brady Jandreau, quien poco después sufrió un gravísimo accidente en un rodeo que le dejó importantes secuelas. La directora tomó la historia de Jandreau y decidió ficcionarla, dando lugar a uno de los hitos del cine independiente estadounidense de los últimos años, reconocido en multiud de festivales y coronándose, entre otros, en el de Valladolid.
Una de las mayores virtudes de quienes se dedican al difícil arte de dirigir películas consiste en saber qué clase de material manejan, y cuál es la manera idónea de exponerlo ante la audiencia. Chloé Zhao se gradúa con nota en esta complicada tesitura, y lo hizo de un modo poco corriente, tejiendo un híbrido entre la ficción y el documental en el que, por un lado, ella misma se encargó de guionizar los avatares de Brady Jandreau y de sus familiares y conocidos, y por el otro decidió que todos ellos se interpretaran a sí mismos, renunciando a la presencia de actores profesionales. Esta mezcla de naturalismo y ficción se percibe afortunada desde los primeros fotogramas, en los que vemos al protagonista haciéndose las curas de las graves heridas en la cabeza que sufrió en el accidente que marcará una vida que empieza y acaba en el rodeo, que para él es pasión y oficio. Desde una perspectiva que, más allá del paso de las décadas y de las diferentes latitudes, entronca su forma de filmar esta historia con los métodos del Neorrealismo, Chloé Zhao nos ofrece el reverso de tantas y tantas películas: si hay un tipo de historia que Hollywood ha explotado hasta la saciedad es la que ilustra la realización de un sueño, a pesar de las dificultades que uno pueda hallar en el camino. The rider nos sitúa ante un joven que ya era lo que quería ser en la vida, pero al que el infortunio obliga a replantearse su existencia.
Llama la atención que sea una cineasta llegada desde muy lejos quien ofrezca un retrato comprensivo y honesto, pero no condescendiente, de la América más conservadora, casi siempre retratada desde el elogio acrítico o la ridiculización superficial, dependiendo de la ideología, o más bien de los prejuicios, de quienes se ponen a ello. Esto muestra el grado de enfermedad al que ha llegado un país obligado de nuevo a escoger entre dos carcamales, un tarado y un gagá, mientras la sinrazón va devorándolo todo a su paso. La película de Chloé Zhao, a la que puede acusarse de caer en la tentación de romantizar unos paisajes desolados en los que poco lugar hay para la esperanza, lo que demuestra que ni ella es ajena a la épica del western, respira autenticidad, y hace casi imposible que el espectador no se sienta partícipe de una historia triste, en la queda claro que todos tenemos ilusiones, ambiciones y proyectos, y que el destino puede divertirse mucho destrozándolos. Brady Jandreau lucha hasta el final por volver a los rodeos, porque es lo único que sabe y quiere hacer, pero tiene una vida, junto a un padre viudo en dificultades económicas y una hermana adolescente a la que debe cuidar, que poco tiene que ver con el sueño americano. Visita con frecuencia a su ídolo Lane Scott, otra joven estrella del rodeo que quedó parapléjica a causa de una mala caída e intenta recuperarse en una clínica especializada en lesiones de la médula espinal. Brady alienta la ilusión de que Lane vuelva a ser quien fue, en parte porque es una forma de cultivar la suya propia, a pesar de que los daños sufridos en la cabeza y en la mano derecha convierten sus anhelos en un riesgo para su supervivencia. En este aspecto, pasional pero a la vez pesimista, The rider emula el tono elegíaco que desprenden los otros dos grandes films sobre el rodeo que me vienen a la mente, Junior Bonner y Bronco Billy. Brady y quienes le rodean viven muy lejos del resto del mundo, en una realidad muy dura que exige de ellos una fuerza mental de la que muchos carecen, de ahí que con frecuencia se refugien en el alcohol, las drogas o el juego para sobrellevar las frustraciones de un modo que, más temprano que tarde, no hace sino amplificarlas. Creo que la directora abusa de la cámara en mano, aunque alabo la honestidad de su puesta en escena, y el modo en que las imágenes describen sin juzgar. Las escenas entre Brady y Lane son conmovedoras, no tanto por lo que muestran sino por lo que ocultan, y lo mismo cabe decir del modo en que el convaleciente protege a su hermana, y de la especial relación que mantiene con los caballos, unas criaturas con las que Brady tiene una especie de conexión espiritual que jamás alcanza con las personas, excepción hecha de su postrado ídolo, a quien muestra vídeos de sus mejores hazañas para que siga luchando. El conjunto posee un alma crepuscular captada de maravilla por Joshua James Richards, brillante a la hora de mostrar la luz del fuego en la oscuridad de las praderas, de un modo que hace recordar, y es mucho decir esto, el trabajo de Néstor Almendros en Días del cielo. La música, que empieza siendo inexistente, gana enteros a medida que avanza el hilo dramático.
La historia del cine abunda en ejemplos de gente que se interpreta a sí misma y, sea por estar mal dirigida o por ser incapaz de dar una versión natural delante de las cámaras, lo hace mal. No es el caso de Brady Jandreau, que con su trabajo brinda toda la autenticidad que se le supone. Sin hablar ni gestualizar en exceso, este joven sabe plasmar su dilema interior, sus afanes y sus pesares, de un modo que acentúa el valor documental de la película. Tim Jandreau, padre en la ficción y en la realidad, cumple en el papel de un hombre derrotado por la vida que, pese a todo, posee la apreciable cualidad de asumir su triste presente. La joven Lilly Jandreau aporta la alegría y el desparpajo de la juventud, mientras que el resto del reparto, como Cat Clifford o Tanner Langdeau, contribuye a ilustrar la dureza de la vida en las badlands de Dakota del Sur.
Gran película, que logra eso tan difícil de resultar universal, pese a mostrar una realidad tremendamente local y de lo más desconocida para gran parte del planeta, incluyendo a quienes viven en los Estados Unidos. Chloé Zhao se consagró de golpe con esta obra que justifica el aluvión de elogios recibidos.