Anoche se cerró la 44ª edición del Festival de Jazz de Barcelona con un concierto, el del Chick Corea Trio, que además de esperadísimo, resultó la mar de atípico. Primero, porque antes de iniciarse la actuación, Tito Ramoneda, cabeza visible de la empresa organizadora del festival, hizo entrega a Corea de la medalla de oro de un certamen en el que actuaba por undécima vez. Pero, sobre todo, el concierto resultó atípico en su parte inicial por una de esas estupideces logísticas que bien pueden arruinar un gran espectáculo: resulta que un par de potentes focos apuntaban directamente a los ojos de quienes ocupábamos los asientos situados en el segundo piso del bello y muy poco funcional Palau de la Música, y muchos de los espectadores empezaron a quejarse. Primero, dirigiéndose con educación a los acomodadores para que advirtieran al responsable del hecho de que aquello era un concierto de jazz y no un interrogatorio en Guantánamo, y después a grito pelado, mientras Corea y los suyos, ajenos al asunto, atacaban el primer tema, seguramente extrañados por la algarabía reinante. Acabada esta primera canción, invisible y casi inaudible para quien esto escribe, los malditos focos se apagaron y pudimos disfrutar en silencio y sin quedarnos ciegos de una de las mejores formaciones que pueden verse hoy en día en el universo jazzístico. He de hacer notar, sin embargo, que durante todo el concierto la sala estuvo notablemente sobreiluminada, cuando lo ideal en un concierto es que se vea bien a quienes ocupan el escenario, no a los que están sentados diez filas más adelante que tú.
Comentada la chapuza, vayamos a lo que importa. Chick Corea al piano acústico, Christian McBride al contrabajo y Brian Blade a la batería. Toma ya. Un pianista superlativo secundado por una sección rítmica capaz de hacer milagros. Desde los años 60, Chick Corea se ha distinguido por ser un espíritu inquieto, que lo mismo podía acompañar a tótems del jazz como Sarah Vaughan o Stan Getz, formar parte de arriesgados proyectos tendentes a reformular el free y llevarlo a cauces más accesibles, y entrar en la banda de Miles Davis justo cuando de allí surgieron dos de los mejores discos de la música del siglo XX: Bitches Brew e In a Silent Way. Ya en solitario, el estrellato en el universo jazzístico, un sinfín de proyectos de lo más diverso que iban desde el jazz-rock heredero de aquellos años junto a Miles, la Elektric Band, el jazz más ortodoxo (esos discos en trío junto a Miroslav Vitous y Roy Haynes, los duetos con Gary Burton, Origin) y frecuentes acercamientos a la musica española, con especial énfasis en el flamenco. Al contrario que a buena parte de los puristas del jazz, a mí el conjunto de la obra de Corea me resulta de lo más interesante, entre otras cosas porque me gusta la variedad y los músicos que saben moverse en distintos mundos, y sobre todo porque no conozco otro pianista que toque con la gracia de este hombre al que Paco de Lucía, amigo y compañero en distintas aventuras musicales, confiesa envidiar porque toca como si tuviera una guitarra en cada mano.
Anoche el plan era interpretar jazz ortodoxo, y más allá del esperpento inicial, la actuación estuvo a la altura de lo esperado por el público que abarrotaba el Palau. Apareció el Chick Corea más puramente jazzístico, el buen entendedor de Monk y Powell, el pianista ágil, lírico, académico y profundo lleno de ideas brillantes. Junto a él, dos músicos excepcionales, cuyos proyectos en solitario son de primer nivel y que, además, acompañan a menudo a primeros espadas como Wayne Shorter o Pat Metheny. Le he visto actuar varias veces, con distintas formaciones, y creo que no hay en el mundo un contrabajista mejor que Christian McBride. En cuanto a Blade, lleva más de una década siendo uno de los baterías más solicitados en los proyectos jazzísticos de más enjundia, y nada más verle empuñar las baquetas uno ya puede entender el porqué de tanto elogio. Los tres hicieron una música excelente durante una hora que pasó volando, hasta que Corea dio entrada a un invitado sorpresa y también cómplice suyo en sus proyectos más cercanos al flamenco: Carles Benavent, a quien vi actuar en Luz de Gas hace una semana. Con el bajista del Poble Sec sobre las tablas, el grupo se lanzó a improvisaciones cada vez mejores, y cada vez mejor recibidas hasta que el bis, que arrancó con las primeras notas del adagio del Concierto de Aranjuez, concluyó con todo el Palau de la Música Catalana cantando y llevando el compás a las palmas de uno de los temas más célebres de Chick Corea, Spain. Un público puesto en pie despidió a estos cuatro músicos excepcionales capaces de convertir un espectáculo que empezó desastroso en un concierto para el recuerdo. Hasta el año que viene, y tengan más cuidado con los focos.
En Maribor, Eslovenia, pocos días atrás y por Monk:
A dúo con Hiromi Uehara: