LO STRANO VIZIO DELLA SIGNORA WARDH. 1971. 92´. Color.
Dirección: Sergio Martino; Guión: Ernesto Gastaldi y Eduardo Manzanos Brochero; Director de fotografía: Emilio Foriscot; Montaje: Eugenio Alabiso; Música: Nora Orlandi; Diseño de producción: José Luis Galicia y Jaime Pérez Cubero; Diseño de vestuario: Riccardo Domenici; Producción: Luciano Martino y Antonio Crescenzi, para Devon Films- Copercines (Italia-España).
Intérpretes: Edwige Fenech (Julie Wardh); George Hilton (George); Cristina Airoldi (Carol); Ivan Rassimov (Jean); Alberto de Mendoza (Neil Wardh); Carlo Alighiero (Comisario); Manuel Gil (Dr. Arbo); Bruno Corazzari, Luis de Tejada, Anne Pouchie, Marella Corbi, Mira Vidotto.
Sinopsis:La esposa de un hombre de negocios sospecha que un antiguo amante puede ser el asesino de mujeres jóvenes que tiene aterrorizada a la ciudad de Viena.
Cineasta todoterreno, siempre dispuesto a abordar los géneros más de moda en cada momento, Sergio Martino rodó su primer giallo recién iniciada la década de los 70, cuando los grandes nombres de este subgénero cinematográfico genuinamente italiano ya habían dictado los cánones a seguir. Lo strano vizio de la signora Wardh (el título español es un sinsentido que parece ideado por alguien que ni siquiera vio la película) no se aparta en exceso de la fórmula que exportaron al mundo Mario Bava y Dario Argento, pero no está exenta de calidad e ingenio. Los buenos resultados de esta coproducción italo-española animaron a Martino a nuevas incursiones en el giallo, algunas ya reseñadas en este blog y, en lo que se refiere a Vicios prohibidos, un punto superiores en cuanto a calidad a la que nos ocupa.
El prólogo no puede ser más fiel a los principios fundamentales del giallo: en mitad de la noche, un vehículo conducido por un hombre, cuyo rostro no vemos, recoge a una prostituta. Poco después, la asesina utilizando una navaja de afeitar. Sangre, misterio y erotismo más o menos soterrado desde el mismo inicio, para que nadie se lleve a engaño. Entrados en materia, el film se centra en una mujer, Julie, casada con un hombre de negocios, que regresa a Viena, la ciudad en la que se ha cometido el crimen que acabamos de ver, el cual no es el único de similar naturaleza acaecido en la ciudad en tiempos recientes. Conocedora de la situación, Julie sospecha que Jean, un antiguo amante con quien matuvo una relación de cariz sadomasoquista, que la sigue y le envía ramos de rosas con mensajes enigmáticos (a título de anécdota. el contenido de uno de ellos es el germen de la mencionada Vicios prohibidos), puede ser el asesino a quien persigue la policía. Julie pasa el mucho tiempo en el que su marido la desatiende en pro de sus negocios junto a Carol, una joven frívola. En una fiesta organizada por ella, la protagonista conoce a George, un hombre apuesto que se convierte en su nuevo amante. Mientras, una de las chicas que asistió a esa fiesta es la nueva víctima del asesino sin rostro.
La intriga, que Martino ilustra con oficio y soltura, se desarolla en torno al peculiar cuarteto que forman Julie, su esposo, su antiguo amante y el nuevo. El film es capaz de mantener en tensión al espectador, aunque sus giros de guión y, por supuesto, el esclarecimiento de la autoría de los crímenes se basan en el puro engaño al espectador, que jamás puede creer en lo que está viendo y debe aceptar soluciones un tanto peregrinas, como el hecho de que un hombre interesado en la muerte de Julie se desviva por salvarla una vez ella ha caído en la trampa mortal que le ha tendido otro de ellos. Eso sí, al desenlace, que parece un ilustre precedente de la leyenda urbana de la niña de la curva, no le falta ingenio. Por ahondar en las características del género al que pertenece la película, aquí no abundan los planos subjetivos, la identidad del asesino de mujeres tiene más de macguffin hitchcockiano (no faltan los homenajes al mago del suspense, el más obvio de los cuales tiene que ver con la celebérrima escena de la ducha de Psicosis) que de elemento esencial de la intriga, y la intervención de la policía es decisiva, cosa que no suele ocurrir en esta clase de filmes. En lo demás, Lo strano vizio de la signora Wardh es un giallo de manual, también en cuanto al intenso cromatismo de la propuesta, en el que priman los colores primarios y, siguiendo la costumbre, el rojo y el negro tienen mucha importancia. Martino, que siempre tuvo buena mano para la acción, brilla en secuencias como la que transcurre en el gran parque en el que Carol se cita con el hombre desconocido que extorsiona a Julie, y mantiene el tipo en las escenas clave. Como curiosidad, buena parte del último tercio de la película fue rodada en Sitges, cuya luminosidad contrasta con lo tenebroso de las escenas vienesas, muchas de las cuales ocurren de noche. Buen trabajo de ese aplicado artesano que fue Emilio Foriscot, quien, como Martino, demostró haber tomado buena nota de la estética de Bava y Argento. Dos cualidades a mencionar de la película las hallamos en su música, a la que Nora Orlandi dotó de inequívocos aires morriconianos (tanto es así, que Tarantino terminó utilizándola), y en su vestuario. En muchas películas de los años 60 y 70, este apartado acostumbra a estar regido por lo hortera, pero en esta ocasión, los modelos diseñados por Riccardo Domenici poseen una elegancia muy superior a la media.
Edwige Fenech, que ya sabía lo que era el giallo, porque poco antes había rodado Cinco muñecas para la luna de agosto a las órdenes de Mario Bava, es la protagonista absoluta de la película, que recomiendo a cualquier hombre que tenga dudas acerca de su sexualidad. Si no se queda embobado viéndola, es gay, no hace falta decir nada más. Por algo Fenech fue uno de los mitos eróticos de, como poco, una generación. Al margen de esto, su trabajo, a lomos de un personaje que, más allá de su promiscuidad, se nos muestra como de naturaleza melancólica, es superior al de sus compañeros masculinos, en algún caso con creces. La actriz da con el tono, enigmático y angustiado, que necesita Julie a medida que el cerco de sangre se estrecha sobre ella. George Hilton, actor muy conocido por los aficionados al spaghetti-western, se muestra más parco de lo necesario, siendo superado por un competente Alberto de Mendoza, que interpreta al marido de Julie. Ivan Rassimov, actor con más presencia que registros interpretativos, se queda corto como amante sádico de la protagonista, un rol que le otorgaba unas posibilidades de lucimiento que no logra aprovechar. La debutante, y posteriormente exitosa productora, Cristina Airoldi, cumple como joven despreocupada, y Carlo Alighiero se muestra solvente en el papel del comisario de policía.
Lo strano vizio de la signora Wardh es un film recomendable para amantes del terror a la italiana, aficionados al slasher en general, y amantes frustrados de Edwige Fenech. Quien pertenezca a las tres categorías, disfrutará mucho del visionado de esta película, al margen de la fe que hay que echarle al guión para creérselo.