Servidor vive en un barrio pobre, en todos los sentidos del término. De ahí que sus fiestas, o lo que sea eso, que han tenido lugar este pasado fin de semana, sean un fiel reflejo de ello. Un cartel, con los previsibles errores de sintaxis, anunciaba para los despistados como yo que el evento no hubiera podido celebrarse sin el apoyo de la asociación de comerciantes del barrio, a cuyos miembros no conozco porque hago la compra online. Puestos a desconocer, tampoco sé si los titulares de los numerosos negocios-tapadera que hay en la zona se han implicado también en la organización de los festejos, aunque estos regeneradores del comercio local suelen ser reacios a que se hurgue en sus negocios. Unas pocas atracciones infantiles, de esas que le retrotraen a uno a los años 80 en los que creció, son el único signo visible de jolgorio, y a uno, que es soso de natural, ya le iba bien así, pero qué sería de unas fiestas populares sin su correspondiente dosis de bailoteo. La noche del viernes nos libramos (benditas estrecheces presupuestarias, qué mal lo deben de pasar en los barrios pijos), porque desde donde uno vive se escucha perfectamente la música sin necesidad de asistir al espectáculo y los que tenemos vida propia ya nos montamos la verbena nosotros, pero el sábado hubo que poner death metal para no escuchar a una orquesta a la que calificaré de mediocre porque tengo el día generoso. Melodías de fiesta mayor de Villarrebuzno interpretadas con bastante poca gracia fue lo que pude oír entre canción y canción de Cannibal Corpse. Los de la banda intentaban darle un toque latino al brebaje, pero a quien esto escribe, muy poco receptivo a la salsa si le sacas de Rubén Blades y del allioli, aquello le pareció un pandemónium muy adecuado para torturar a terroristas islámicos, que seguro que en el barrio hay alguno. El domingo se encargaron de amenizar la velada unos tipos que parecían unos imitadores de Los del Río, mientras las personas de orden y parte de las otras veíamos el partido de la selección española de fútbol. Gracia tenían más que los del sábado, pero arte, casi el mismo. Para terminar, batucada y fuegos artificiales porque no puede haber una fiesta que se precie sin joder a las mascotas. Y ahora, culminado el via crucis, a confiar en que el año que viene habré reunido el dinero suficiente como para cambiar de barrio.