THE GRIFTERS. 1990. 109´. Color.
Dirección: Stephen Frears; Guión: Donald E. Westlake, basado en la novela de Jim Thompson; Dirección de fotografía: Oliver Stapleton; Montaje: Mick Audsley; Música: Elmer Bernstein; Dirección artistica: Leslie McDonald; Diseño de producción: Dennis Gassner; Producción: Martin Scorsese, Jim Painter y Robert A. Harris, para Cineplex Odeon Films (EE.UU.).
Intérpretes: Anjelica Huston (Lilly Dillon); John Cusack (Roy Dillon); Annette Bening (Myra Langtry); Henry Jones (Simms); Pat Hingle (Bobo Justus); Stephen Tobolowsky (Joyero); Charles Napier (Gloucester Hebbing); J.T. Walsh (Cole Langley); Xander Berkeley (Teniente Pierson); Jimmy Noonan, Michael Laskin, Eddie Jones, Lou Hancock, Gailard Sartain, Ivette Soler. Noelle Harling, Frances Bay.
Sinopsis: La madre de un joven estafador, con quien apenas mantiene contacto, va a visitarle de camino a uno de sus trabajos para la Mafia. La mujer no puede ocultar su antipatía hacia la novia de su hijo.
Director todoterreno, curtido durante décadas en la televisión británica antes de hacerse un nombre como cineasta, Stephen Frears había alcanzado un éxito mundial gracias a su adaptación de Las amistades peligrosas cuando un equipo de productores, entre los que estaba el mismísimo Martin Scorsese, le escogió para llevar a la pantalla una obra bien distinta: Los timadores, escrita por un clásico de la novela negra estadounidense de posguerra como Jim Thompson. Bien dotado para la acción, y fantástico director de actores, Frears extrajo un excelente partido de esta negrísima historia triangular de perdedores que, sin llegar a ser un triunfo masivo, sí logró una buena respuesta del público y el respaldo casi unánime de la crítica, corroborado por el reconocimiento obtenido en los Spirit Awards y por cuatro nominaciones infructuosas a los Óscar, entre las cuales una a la mejor dirección.
Una de las contribuciones más importantes a la calidad artística de la película es su guión, obra de Donald E. Westlake, él mismo un reseñable escritor de novela negra, muchas veces bajo el seudónimo de Richard Stark, que entendió muy bien el estilo cáustico de Jim Thompson, su querencia por los personajes retorcidos y ese nihilismo existencial que refleja su visión de que es la codicia, y no otros vocablos más agradables al oído, lo que en verdad mueve el mundo. Thompson es un gran retratista de la ciénaga moral de quienes se sitúan al otro lado de la ley, y el libreto de Westlake es fiel a su espíritu en todo momento, sin edulcorar a unos personajes para quienes los demás son sólo instrumentos para conseguir sus nada ejemplares fines. Frears resalta desde el principio el carácter triangular de la historia, y lo hace recurriendo a la técnica de la pantalla partida, tan de moda en los años 70, para ilustrar los movimientos que llevarán al primer encuentro entre los protagonistas: Lilly, una mujer madura, con el pelo teñido de rubio platino, que trabaja para el crimen organizado apostando en los hipódromos; su hijo Roy, un timador de poca monta que muy pronto descubre el poco sentido del humor del que hacen gala los primos de turno cuando descubren sus tejemanejes, y Myra, la novia de Roy, una estafadora bella y ambiciosa que ha conocido tiempos mejores. En pocas pinceladas, sabemos de ellos lo que tenemos que saber: que Lilly es una superviviente, una mujer sin demasiados escrúpulos que, llegada a la madurez, desea ser algo más que un simple peón en el entramado de la Mafia; que Roy es un ave de vuelo bajo, cuya relación con su madre oculta, bajo el gran distanciamento que existe entre ambos, un complejo de Edipo, y que Myra es un ser de perversa inteligencia que sabe explotar el interés sexual que despierta entre los hombres. De ese primer encuentro extraemos las conclusiones que sientan las bases de la trama: que Roy es el eslabón más débil frente a dos mujeres que le superan ampliamente en cuanto a fortaleza de carácter, que esas dos mujeres no se soportan entre sí, y que todos ellos son hábiles para conseguir dinero con métodos ilegales, pero poseen mucho menos del que creen necesitar.
Frears,, que ya había exhibido buenas maneras para el thriller con The Hit, se maneja con soltura en este neo-noir edípico (a Hollywood suele sentarle bien volver la vista hacia la época de las gabardinas, los sombreros, los revólveres, los tipos duros y las mujeres-fatal) y trufado de humor negro al que la causticidad de los diálogos sienta como un guante. La estética es marcadamente retro, con una Lilly que recuerda a la Rita Hayworth de La dama de Shanghai, un joven protagonista masculino cuya imagen remite a un Elvis veinteañero, y una Myra con la carnalidad de una Marilyn Monroe y unas maneras de hacer que la aproximan a la Barbara Stanwyck de Perdición. Los hipódromos, los garitos nocturnos o los moteles de carretera son la escenografía de un drama iluminado a la manera de un cuadro de Edward Hopper, lleno de luz artificial y perdedores elegantes. Ese espíritu retro incluye un homenaje explícito a El golpe (la fabulosa secuencia, concebida como un largo flashback, en la que Myra explica a Roy los buenos tiempos que desea revivir junto a él, o tal vez a su costa), y una bella partitura musical de otro gran clásico como Elmer Bernstein, en plena segunda juventud gracias, en buena parte, a Scorsese. En la película, el espectador conoce todo lo que ocurre hasta una escena clave, la del encuentro nocturno entre Lilly y Myra en el motel de carretera, en la que por primera vez se le oculta información: el público descubrirá la verdad de lo sucedido tan pronto lo haga Roy, en un giro que precipita el clímax. Como el Código Hays era historia desde hacía casi un cuarto de siglo, Los timadores esquiva los subrayados morales innecesarios. Frears pudo trabajar con colaboradores habituales como Oliver Stapleton o Mick Audsley, y sin duda el film se beneficia en el apartado visual del alto grado de entendimiento existente entre ellos: se nota cuando detrás de un proyecto hay gente que sabe lo que quiere conseguir, y colabora para hacerlo.
Anjelica Huston vivía por aquellos años la que tal vez haya sido la etapa más brillante de su carrera, y creo que nunca ha estado mejor que en la piel de Lilly Dillon, una mujer lo suficientemente fría como para utilizar a todos los que la rodean, pero no lo bastante despiadada como para no sufrir las consecuencias de sus actos: Lilly es una criminal, pero no una psicópata, y por ello el personaje es harto complejo y la forma en la que Huston lo recrea, magnífica. Sólo la Kathy Bates de Misery la privó de una estatuilla que merecía tanto como ella. John Cusack, entonces un joven actor en pleno ascenso, parecía tener imán para las buenas películas, pero viendo ésta, y sin que ello signifique que su trabajo no esté a la altura exigible, se comprende por qué Cusack no es un gran actor, ni una gran estrella: le faltan registros para lo primero, y carisma para lo segundo. De ahí que le superen sus dos compañeras de reparto, también una espléndida cuasidebutante como Annette Bening, actriz de enorme talento a la que Hollywood muy pocas veces ha hecho justicia. Los timadores fue una de esas ocasiones, con un personaje que reúne voluptuosidad e inteligencia… pero no en una proporción tan alta como para que Myra haga realidad sus planes. El nivel de los secundarios es bastante alto, empezando por un notable veterano como Pat Hingle, en el papel de un jefe mafioso, y siguiendo por un J. T. Walsh que engrandece la secuencia del flashback antes mencionada. Henry Jones, Xander Berkeley, Stephen Tobolowsky y Frances Bay son otros intérpretes que aprovechan sus pequeños roles para exhibir sus cualidades.
Los timadores es una de las mejores películas negras de las postrimerías del siglo XX, y a mi criterio, el film de mayor calidad de los dirigidos por Stephen Frears, aunque en su obra figuren títulos más populares o de mayor respaldo crítico. Imprescindible, también por ser una adaptación modélica de un escritor a reivindicar como Jim Thompson.