CONVOY. 1978. 108´. Color.
Dirección: Sam Peckinpah; Guión: B.W.L. Norton, basado en la canción escrita por Chip Davis y Bill Fries; Director de fotografía: Harry Stradling, Jr.; Montaje: Garth Craven y John Wright; Música: Chip Davis; Dirección artística: J. Dennis Washington; Diseño de producción: Fernando Carrere; Producción: Robert M. Sherman, para EMI Films (EE.UU.).
Intérpretes: Kris Kristofferson (Rubber Duck); Ali MacGraw (Melissa); Ernest Borgnine (Sheriff Lyle Wallace); Burt Young (Pig Pen); Madge Sinclair (Viuda); Franklyn Ajaye (Spider Mike); Brian Davies (Chuck Arnoldi); Seymour Cassel (Gobernador Haskins); Cassie Yates (Violet); Walter Kelley, J.D. Kane, Billy E. Hughes, Whitey Hughes, Bill Foster, Thomas Huff, Larry Spaulding.
Sinopsis: Un grupo de camioneros se rebela contra el acoso del sheriff Wallace, dando lugar a un movimiento de protesta de los transportistas a escala nacional.
Sam Peckinpah aceptó dirigir Convoy a causa de su mala situación económica, en parte provocada por una severa adicción a las drogas que, con los años, no había hecho otra cosa que empeorar. Dadas las circunstancias, esperar una película a la altura de las obras maestras del director era poco menos que un milagro, que por supuesto no se produjo. Se cuenta que, en el rodaje, el estado de Peckinpah, que de todas formas rodó el film contra su voluntad, llegó a ser tan lamentable, que parte de la filmación corrió a cargo de sus ayudantes, entre los cuales figuraba el célebre actor James Coburn. Sea como fuere, y aun en plena decadencia, la impronta de Bloody Sam se deja ver en esta obra de encargo, cuyo libreto está basado en una canción escrita pocos años antes por Bill Fries, bajo el seudónimo de C.W. McCall. En primer lugar, porque su entrada en el proyecto supuso un giro en la concepción de la obra, pensada como una comedia de camioneros pero que, bajo el influjo de Peckinpah, devino en una sátira contra el poder cargada de humor negro, y con el inconfundible aroma del western. De todo ello salió, ironías del destino, la película más taquillera de la filmografía de alguien que dirigió Grupo salvaje, Perros de paja, La huida o Pat Garrett y Billy el niño, por nombrar sólo algunas de las mejores películas de Sam Peckinpah.
Más de uno ha definido Convoy como un western con camiones, y doy fe de que esa descripción se ajusta bastante a la realidad de una película que continúa la senda de uno de los subgéneros de moda en los años 70, los films de carretera, pero aportando peculiaridades significativas, casi todas tomadas del cine del Oeste: Convoy es, en esencia, el duelo entre un carismático outlaw y un implacable servidor de la ley. El toque de Peckinpah supone darle un giro a los cánones morales del western clásico, como ya había hecho en Pat Garrett y Billy el Niño, pues sus simpatías se decantan de manera inequívoca hacia el forajido, mientras que el agente del orden es un corrupto capaz de lo que sea con tal de imponer su autoridad, la cual no está basada en el carácter, sino en el miedo. Los demás personajes ejercen de coro, más o menos necesario, pero el valor de Convoy es el del enfrentamiento entre Rubber Duck y el sheriff Lyle Wallace. Por eso, y aquí hallamos el principal aspecto a señalar en el debe de la película, las escenas en las que no aparece el antagonista carecen del vigor y el magnetismo que sí poseen aquellas en las que el corrupto uniformado lleva la voz cantante. Es cierto que la aparición del gobernador permite a Peckinpah hacernos partícipes de su idea de que los políticos son especímenes esencialmente hipócritas y oportunistas, visión que dota de vigencia a la película, pero en general los secundarios están para hacer bulto. Y lo hacen, porque los despóticos métodos de Wallace terminan provocando una rebelión de unos transportistas hastiados, que ven en Rubber Duck al líder que se enfrenta con éxito al poder, es decir, que él es su esperanza de libertad. Por ello, se le unen y toman las carreteras en una demostración de fuerza que provoca el consabido sudor frío en las autoridades.
Dicho lo cual, un Sam Peckinpah en sus horas más bajas sigue siendo bastante. Tomando la canción en la que se basa el libreto como hoja de ruta, el director californiano luce su estilo visual característico, y tantas veces imitado, en distintas secuencias de verdadero impacto. En la multitudinaria pelea en el bar, rodada con espíritu de comedia casi de dibujos animados, abundan los planos al ralentí marca de la casa, mientras que las abundantes persecuciones por las inacabables vías del Medio Oeste son todo lo espectaculares que cabría esperar. En Convoy, Peckinpah no hace demasiado honor a su sobrenombre más popular, porque no es que haya demasiada sangre para sus estándares, pero sí muestra una enorme querencia por destrozar y explotar vehículos, pues no son pocos los vehículos policiales y camiones de gran tonelaje que quedan hechos añicos en la carretera, muchas veces con la cámara lenta a modo de amplificador del impacto. La explosión del vehículo de Rubber Duck en el puente demuestra que Sam Peckinpah (la falta de la inspiración de los mejores tiempos se nota más, por ejemplo, en los diálogos) era capaz de hacer gran cine incluso puesto hasta las cejas. La escena final, del todo inverosímil, es un enorme chiste, y por ello la reacción de Lyle Wallace es la que es. Al margen de las mencionadas referencias a Pat Garrett y Billy el Niño, el director introduce un claro autohomenaje, porque la estancia en los calabozos de Spider Mike y la posterior alineación de los camiones en la carretera para acudir en su rescate remiten al glorioso clímax de Grupo salvaje, aunque aquí las comparaciones sean un tanto odiosas. El hecho de tratarse de un film de encargo explica que Peckinpah, muy amigo de trabajar con gente conocida, se rodee esta vez de técnicos que, a excepción de uno de los editores, Garth Craven, nunca habían colaborado con él. De ellos, el trabajo del camarógrafo Harry Stradling, Jr., es bastante bueno: se nota que este eficaz profesional estaba muy curtido en el western y el cine de acción. La banda sonora, al margen de la canción principal que funciona como hilo narrativo de la película, se nutre de clásicos del country & western, en las voces de Crystal Gayle, Merle Haggard o Glen Campbell, todos ellos nombres importantes del género.
En el reparto, Peckinpah sí pudo rodearse de intérpretes con quienes ya había trabajado previamente. Kris Kristofferson, cómplice del director en los años 70, da vida a un personaje que tiene mucho en común con el que interpretara en su primera colaboración con el viejo Sam, aunque en un registro más lacónico y adulto. Su química con Ernest Borgnine, el inolvidable Dutch Engstrom de Grupo salvaje, es magnífica: ambos se retroalimentan en pantalla de un modo perfecto, en buena parte porque la interpretación de Borgnine de un villano excesivo, casi de dibujos animados, es de mucho nivel. No sucede lo mismo con Ali MacGraw, a la que se ve un tanto perdida, presa de un personaje mal desarrollado y siempre a la sombra del de Kristofferson. La interpretación de Burt Young es mediocre, no siendo la primera ni la última suya en la que podemos decir lo mismo. Bien Madge Sinclair y Franklyn Ajaye, la primera como camionera irredenta y el segundo como víctima del racismo institucional, e idénticos parabienes en el haber de Seymour Cassel, en el rol del oportunista gobernador.
Convoy es, por supuesto, un Peckinpah menor, pero también una película muy entretenida con secuencias muy espectaculares.