Servidor se ha propuesto no diñarla sin haber visto al menos un concierto de todos y cada uno de los mejores guitarristas vivos. En consecuencia, anoche tenía una cita obligada en la Sala Razzmatazz, donde actuaba uno de los más virtuosos entre los virtuosos, Mister Steve Vai.
Discípulo aventajado de uno de los más brillantes músicos de la historia del rock, Frank Zappa, Vai es un prodigio de técnica guitarrística cuya carrera en solitario, siempre inquieta y en permanente búsqueda de nuevos ritmos y sonidos, se inició hace casi tres décadas con un álbum bastante marciano (Flex-Able) que ya apuntaba bastante bien por dónde irían los tiros de allí en adelante. Después de su paso por bandas punteras del hard rock comercial como Whitesnake, y de su etapa como guitarrista en la banda de David Lee Roth, Vai publicó en 1990 un disco, Passion and Warfare, que le situó entre los reyes de la guitarra rockera y contiene algunas de sus mejores canciones. Después llegaron discos de virtuosismo bestial y continua exploración sónica que se alternaban con proyectos más de conjunto en los que Vai también asumía la voz solista (y que, en mi opinión, suponen la parte menos interesante de su trayectoria), y un potente último álbum, The Story of Light, que anoche presentaba en Barcelona acompañado por Dave Weiner a la guitarra rítmica, Philip Bynoe al bajo, Deborah Henson-Conant al arpa y Jeremy Colson a la batería. Músicos enormes para acompañar a un guitarrista excepcional.
Steve Vai y su banda aparecieron con extrema puntualidad sobre el escenario de una sala llena que, como casi siempre, era una caldera, y nos ofrecieron una primera parte de concierto extremadamente potente. La acústica del local no es la mejor, pero ni eso, ni el alto nivel de decibelios, consiguieron que la calidad y la fuerza de la música quedara deslucida, que se perdieran los matices. Alternando temas nuevos con algunos de los más conocidos de su trayectoria, el grupo encadenó canciones sin apenas darse un respiro mientras el público disfrutaba de mala manera de una música a la vez virtuosa y contundente.
Steve Vai sabe que un concierto de rock & roll no es sólo música, y se trabaja la parte teatral a conciencia. Desde la indumentaria (salió a actuar con sombrero, gafas oscuras y unos pantalones multicolores por los que, directamente, pidió disculpas) hasta la parte escenográfica y luminotécnica están planificadas de una manera muy alejada de la sobriedad característica de los músicos virtuosos. Todo en Vai es barroco y arriesgado: su forma de tocar, su vestuario, sus guitarras (toca no menos de media docena en cada concierto) y, desde luego, sus composiciones. Por ello, después de mucho hard rock y solos espectaculares, la actuación se encaminó hacia terrenos más experimentales y al espectáculo puro y duro, con un interludio acústico de Dave Weiner, un par de brillantes solos de la arpista Deborah Henson-Conant, Vai sentado tocando la guitarra acústica, Jeremy Colson haciendo un solo con un muy iluminado (a Vai le chiflan los instrumentos que brillan, eso está claro) kit de batería portátil, e incluso con la interacción desde el escenario con dos jóvenes espectadores que, sin duda, vivieron sobre las tablas momentos que nunca olvidarán. Eso sí, la banda seguía impartiendo clases magistrales y Steve Vai soleando como Dios mismísimo…
Sonaron clásicos como Tender surrender, una espatarrante versión de The Animal, y desde luego el que para mí es uno de los mejores instrumentales que he oído jamás, For the love of God. No faltó ver tocar a Steve Vai luciendo su muy particular versión de un traje de luces (o disfraz de hombre-linterna, como escuché por ahí), ni esos habituales malabarismos con la guitarra (llegó a tocarla con la lengua) que tanto deben de hacer llorar a sus imitadores, ni un tema extra (que no fue un bis, porque Mr. Vai quiso ahorrarnos el numerito de salir del escenario, que todos nos desgañitáramos pidiendo otra, y por fin el bis de rigor), ni casi nada… a mí me faltaron Bad Horsie y I would love to, pero después de dos horas y media de un fantástico concierto, que acabó con Vai saliendo a saludar, como los toreros, a un público entregado, servidor no tenía ningún motivo para quejarse, pues acababa de asistir a un fenomenal concierto de uno de los mejores guitarristas del Universo.
En Washington, D.C., este mismo año:
Por el amor de Dios. Sevilla, 1991, Leyendas de la Guitarra: