Hace ya algún tiempo que el notable actor Gerard Depardieu viene dando muestras de ser un tipo poco recomendable. Su reciente decisión de abandonar Francia y trasladar su residencia a Bélgica por motivos fiscales prueba que a muchos ricos, por no decir a casi todos, les importa bien poco cómo vivan los demás, y mucho mantener sus privilegios a costa de quien sea. En estos tiempos, la redistribución de la riqueza no ha de ser un objetivo difuso, sino una obligación, y sería deseable la existencia de una normativa fiscal armonizada en Europa que evitara que algunos países comunitarios se conviertan en refugio de defraudadores y demás experimentos socialmente fallidos. A mucha gente puede parecerle exagerado que alguien pueda pagar el 70% o el 80% de sus ingresos en impuestos. A mí, en cambio, me indignan el paro, el empleo precario, los recortes a las capas sociales más necesitadas, el gran aumento del número de personas sin hogar, los recortes en ciencia e investigación, las nulas esperanzas de futuro de generaciones enteras en Europa, el fraude fiscal y los insoportables niveles de burocracia y corrupción en que estamos sumergidos. Y todo esto no se evita con los ricos quedándose con todo y repartiendo, si les place, alguna limosna para mostrar su lado solidario y su sonrisa hipócrita. Se evita desde la política, legislando y haciendo que sean los que más tienen quienes más aporten a las arcas estatales, e impidiendo que el sostenimiento de las arcas públicas recaiga casi en exclusiva sobre los asalariados. Ojalá en España, donde los ricos, por no dar, no dan ni limosnas, tomáramos ejemplo de este tipo de medidas adoptadas en el lado civilizado de los Pirineos. Porque si en Francia son necesarias, aquí ya son perentorias.