THE LIFE AND DEATHS OF CHRISTOPHER LEE. 2024. 90´. Color.
Dirección: Jon Spira; Guión: Jon Spira; Dirección de fotografía: Simon Vickery; Montaje: Alex Barrett; Producción: Adam F. Goldberg y Hank Starrs, para Canal Cat Films-Sky (Reino Unido).
Intérpretes: Peter Serafinowicz (Voz de Christopher Lee); Christopher Lee, Harriet Walter, Juan Aneiros, Juan Ramírez, Corrado Canonici, Jonathan Rigby, John Landis, Joe Dante, Caroline Munro, Paul Maslansky, Peter Jackson.
Sinopsis: Repaso a la biografía del actor británico Christopher Lee.
Jon Spira lleva algún tiempo haciendo méritos para figurar en el catálogo de los documentalistas contemporáneos más interesantes. Buena prueba de ello es su último trabajo hasta la fecha, Vida y muertes de Christopher Lee, en el que disecciona la rica biografía del legendario actor británico desde una perspectiva original, ingeniosa y no exenta de ironía.
Vida y muertes de Christopher Lee es un homenaje, pero está lejos de ser una película-tributo al uso ya desde su inicio, en el que una marioneta con el rostro del actor nos habla de su fallecimiento, que tuvo lugar en 2015, recién cumplidos los 93 años, haciendo hincapié en que para él ese tránsito hacia la nada tiene una importancia relativa, dada la gran cantidad de veces en las que los personajes que interpretó murieron en pantalla. La estrecha relación entre Lee y la Parca no sólo tuvo lugar delante de las cámaras, pues mucho antes de dedicarse a la interpretación, este hijo de aristócrata, que hablaba con fluidez italiano, alemán y ruso, se alistó en el ejército británico y participó, durante la Segunda Guerra Mundial, en distintas misiones secretas, la información relativa a las cuales continúa siendo clasificada, sobre las que el actor siempre guardó siencio, aunque hay una anécdota, no recogida en la película, que puede ilustrar a los interesados respecto a la naturaleza de las mismas: en el set de rodaje de uno de los films de El señor de los anillos, Peter Jackson aleccionaba a un actor sobre cómo debía interpretar su muerte, pero Lee le corrigió diciéndole que un hombre no moría así, con una firmeza que dejaba ver que sabía bien de lo que hablaba. Como tantos otros soldados, Christopher Lee se readaptó mal a la vida civil después del conflicto, y esto acabó por llevarle al mundo de la actuación. Su altura, muy por encima de la media, sus maneras refinadas pero un punto inquietantes, y su voz profunda le encaminaron pronto hacia los papeles de villano, si bien sus primeros años como actor no fueron precisamente exitosos, encadenando trabajos alimenticios, en no pocos de los cuales su nombre ni siquiera aparecía en los títulos de crédito. Su suerte cambió cuando Hammer Films, productora británica de serie B, le contrató para desempeñar un rol que encumbró a un actor al que Lee admiraba: Boris Karloff. En La maldición de Frankenstein, Christopher Lee interpretó a la criatura, coincidiendo por primera vez en la pantalla con Peter Cushing, quien muy pronto pasó de compañero a gran amigo. El éxito de la película llevó a la productora a especializarse en el cine de terror, y el siguiente paso fue llevar de regreso a las salas de exhibición a uno de los personajes míticos del género, el conde Drácula. Ocho minutos es el tiempo que aparece en pantalla Christopher Lee en este film, período más que suficiente para elevar al actor londinense a la categoría de icono del cine de terror. Intérprete de variados registros, y también un gran cantante, Lee se sintió encasillado en el rol de distinguido villano, lo que le diferenció de Cushing y de otro mito del cine fantástico que igualmente fue su amigo, Vincent Price. Ambos se sintieron complacidos con la popularidad que les brindaron sus personajes terroríficos, mientras que Christopher Lee se mostró siempre displicente hacia el género, y lo que de verdad ansiaba era ser conocido por su participación en grandes producciones que fueran éxitos de taquilla.
El modo escogido por Jon Spira para narrar la historia es heterodoxo y simpático. El esquema consiste en dar voz al biografiado, que aparece en pantalla como marioneta o en imágenes de archivo, haciendo que éste narre su trayectoria en primera persona. Ya el hecho de que el narrador del film sea un títere tiene su punto irónico, pero lo que el director logra con eso es marcar distancia, algo muy próximo al temperamento del biografiado, y explorar sendas menos trilladas que las habituales en esta clase de obras. El empleo de la animación, es cierto, lo vemos mucho últimamente, pero aquí hay oficio, y gracia en la exposición. Spira elige unos pocos testimonios, pero muy selectos: la sobrina de Christopher Lee, y gran actriz, Harriet Walter; el biógrafo oficial del actor, Jonathan Rigby; su yerno, Juan Aneiros; cineastas que fueron amigos personales del biografiado, como John Landis, siempre hiperbólico, Joe Dante y Peter Jackson, y Caroline Munro, uno de los escasos testimonios vivos de la época de la Hammer. Todos ellos aportan apuntes dignos de mención, pero lo más reseñable, a mi entender, es la mención a la envidia que siempre sintió Christopher Lee respecto a Michael Caine. Nacidos en la misma ciudad, ambos presentan perfiles opuestos: Caine nació siendo pobre y llegó a ser una gran estrella de Hollywood, mientras que Christopher Lee, de ilustre linaje, siempre sintió que su obra no estaba a la altura de sus expectativas, debiéndose conformar con ser un icono de la serie B, cuyas tentativas de llegar a lo más alto se vieron lastradas porque las películas de gran presupuesto en las que participó, o bien fueron malas, o fracasaron en taquilla. A modo de ejemplo, Christopher Lee es quizás el mejor villano de toda la saga Bond, pero aparece en un film, El hombre de la pistola de oro, que ni es demasiado bueno ni supuso un éxito comercial. Lee se enorgullecía de algunas de sus películas, como La vida privada de Sherlock Holmes y, sobre todo, El hombre de mimbre, a la que siempre citó como su favorita, pero no pensaba lo mismo de gran parte de su filmografía, muchas veces con razón, porque gran parte de lo que rodó no está a la altura de su talento. No fue hasta la vejez cuando el actor logró sacarse esa espina, gracias a sus papeles en distintos films de Tim Burton y, sobre todo, a su destacada presencia en las dos sagas más populares de las últimas décadas, Star Wars y El señor de los anillos. Eso sí, como la dicha nunca es completa, Peter Jackson eliminó del montaje final toda la intervención de Lee en la tercera parte, El retorno del rey, y esta sólo llegó al público después del estreno de la versión extendida. La reencarnación de Christopher Lee en cantante de heavy metal tiene cabida en el film de Spira, aunque uno cree que merecería una película aparte. Y así, entre marionetas parlantes, jugosas anécdotas, secretos no desvelados y un excelente trabajo de montaje, el visionado de Vida y muertes de Christopher Lee transcurre en un santiamén, educa a la vez que entretiene y, quizá sin pretenderlo, ofrece un documentado retrato de lo que ha sido el cine fantástico desde la Hammer hasta las superproducciones inspiradas en Tolkien.
No quiero cerrar esta reseña sin alabar el trabajo de Peter Serafinowicz, que ofrece una brillante imitación de la profunda y poderosa voz de Christopher Lee, lo que sin duda es el mejor punto de apoyo para Jon Spira a la hora de narrar la historia del modo en que lo hace. En resumen, una película de muy buen ver, del todo recomendable para amantes del cine, y en especial para quienes disfruten de los films fantásticos y de terror.