LOOKING FOR RICHARD. 1996. 109´. Color.
Dirección: Al Pacino; Guión: Al Pacino y Frederic Kimball, basado en la obra de teatro de William Shakespeare Ricardo III; Director de fotografía: Robert Leacock; Montaje: William A. Anderson, Ned Bastille, Pasquale Buba y Andre Ross Betz; Música: Howard Shore; Dirección artística: Kevin Ritter; Producción: Al Pacino y Michael Hadge, para Fox Searchlight-20th Century Fox (EE.UU).
Intérpretes: Al Pacino (Él mismo/Ricardo III); Frederic Kimball (Él mismo/Obispo de Ely); Kevin Spacey (Él mismo/Buckingham); Penelope Allen (Ella misma/Reina Elizabeth); Winona Ryder (Lady Anne); Kevin Conway (Él mismo/Hastings); Harris Yulin (Él mismo/Rey Eduardo); Alec Baldwin (Él mismo/Clarence); Larry Briggman (Él mismo/Lord Stanley); Estelle Parsons (Margaret); Aidan Quinn (Richmond); Paul Guilfoyle, F. Murray Abraham, Kevin Kline, James Earl Jones, Gil Bellows, Paul Gleason, Viveca Lindfors, Michael Maloney, Kenneth Branagh, Derek Jacobi, Vanessa Redgrave, Peter Brook, John Gielgud.
Sinopsis: Un montaje de la obra de Shakespeare Ricardo III le sirve a Pacino para reflexionar sobre la vigencia de la obra del dramaturgo británico o la supuesta incapacidad de los actores americanos para representar adecuadamente sus piezas, al tiempo que se realiza un análisis pormenorizado del significado de esta obra emblemática de Shakespeare.
Debut en la dirección de uno de los grandes de la interpretación cinematográfica, Al Pacino, aquí centrado en uno de sus grandes amores: el teatro, y más concretamente la obra del dramaturgo más importante de la historia, William Shakespeare. ¿Cómo acercar su trabajo, en el que se retratan de manera incomparable las grandes pasiones humanas, al hombre de la calle contemporáneo? Cojamos Ricardo III, llevada al cine décadas atrás por Laurence Olivier, la historia de un hombre deforme y malvado capaz de cualquier cosa para hacerse con el trono de Inglaterra. Represéntemosla, y al mismo tiempo, averigüemos si aún hoy es una obra conocida por la gente, y tratemos de desentrañar todo lo que hay detrás de esta historia sobre la ambición desmedida. Todo esto es Looking for Richard, que se mueve entre el teatro filmado y el documental y resulta un experimento harto gratificante, tanto para quienes conocen la obra de Shakespeare como para aquellos que apenas hayan oído hablar de ella. Ricardo de Gloucester, tan deforme por dentro como por fuera, pero a la vez tan inteligente, tan brillante orador, tan hábil en la manipulación, es uno de los personajes más interesantes de toda la obra shakesperiana. «Hasta la bestia más cruel un destello de piedad conoce; yo no la conozco, luego no soy una bestia». Frases como esta salen de la boca de Ricardo. La película de Pacino se mueve en tres direcciones principales: representación, análisis y divulgación. El neoyorquino se rodea de grandes actores, todos juntos ensayan la obra al mismo tiempo que se interrogan en voz alta sobre su sentido, mientras otros intérpretes explican ante la cámara lo que sintieron al entrar en la obra de Shakespeare o el complejo de inferioridad que siempre han sentido los actores norteamericanos respecto de los británicos a la hora de enfrentarse a los textos del bardo. También se les da voz a críticos y analistas, que ofrecen una visión más académica de la obra. En mitad de todo eso, el equipo tiene tiempo de recorrer las calles para saber qué les sugieren a los ciudadanos anónimos los nombres «William Shakespeare» o «Ricardo III» (con un resultado algo descorazonador, dicho sea de paso), así como de visitar la casa en la que nació el dramaturgo inglés. Muchos elementos en una obra más compleja de lo que parece. Pacino sale triunfante del reto porque Looking for Richard es una película de amor. A Shakespeare y al teatro, y este sentimiento se contagia al espectador, que participa de las inquietudes de los actores en los ensayos, y de la tremenda potencia de la obra una vez representada, puede analizar sus propios conocimentos de la obra de Shakespeare y lo que ésta representa para él, reflexionar sobre su significado y, en una palabra, vivirla. El conjunto, además, y después de un trabajo de montaje que se presume arduo, resulta ameno y entretenido, dándole a la película el valor divulgativo que pretende y necesita. Cuando ves esta película, tu interés por la obra de Shakespeare se incrementa, la conozcas bien o no. Por tanto, el film es un triunfo para Pacino.
Da lo mismo que interprete a un capo mafioso, a un cándido vagabundo, a un policía hippie, a un singular atracador, a un gángster cubano o al deforme Ricardo III: Al Pacino es un actor mayúsculo. Para este film se rodea de actores cinematográficos de mucho éxito en la época (Alec Baldwin, Winona Ryder), y de grandes intépretes con un importante bagaje teatral (Kevin Spacey, Harris Yulin), formando un cóctel muy interesante. Todos los actores están muy bien en sus papeles, aunque uno echa a faltar más matices en la continuamente histérica interpretación de Penelope Allen en el papel de la reina Elizabeth. Además, resulta un placer escuchar a grandes actores británicos como Derek Jacobi, Vanessa Redgrave, John Gielgud o Kenneth Branagh reflexionar en voz alta sobre el arte de entender y representar a Shakespeare. Y no puedo dejar de mencionar la excelente música compuesta por Howard Shore para esta película que, como las buenas obras de arte, educa y entretiene, y está hecha con una pasión de la que resulta difícil no participar.