WONG GOK KA MOON/ AS TEARS GO BY. 1988. 100´. Color.
Dirección: Wong Kar-Wai; Guión: Wong Kar-Wai y Jeffrey Lau; Dirección de fotografía: Wai-Keung Lau; Montaje: Kit-Wai Lai y Bei-Dak Cheong; Música: Ting Yat Chung y Teddy Robin Kwan; Diseño de producción: William Chang; Producción: Alan Tang, para In-Gear Film (Hong Kong).
Intérpretes: Andy Lau (Wah); Maggie Cheung (Ngor); Jacky Cheung (Fly); Alex Man (Tony); Ronald Wong (Site); Ching Wai (Tío Kwan); Kau Lam (Tío Ba); William Chang (Médico); To-Hoi Kong (Karl El Gordo); Ang Wong, Pa-Ching Huang, Tseng Chang, Shan Chin.
Sinopsis: Wah, un gángster hongkonés, debe alojar en su casa a una de sus primas, a la que no conoce.
Wong Kar-Wai se estrenó en la dirección de largometrajes con El fluir de las lágrimas, drama romántico ambientado en el mundo del hampa en el que ya aparecen muchas de las constantes temáticas de un cineasta que, pocos años más tarde, triunfaría de manera rotunda a escala internacional. Con su ópera prima, lo que consiguió Wong Kar-Wai es arrasar en su país porque, efectos de la inflación al margen, su debut cinematográfico continúa siendo el film más taquillero en Hong Kong de un realizador que, aunque nacido en Shanghai, es a todos los efectos descendiente de la antigua colonia británica.
Los bajos fondos y el romanticismo son dos de las obsesiones de Wong Kar-Wai, y ambas están en el eje de su primera película. Hay multitud de influencias occidentales, que van desde el cine negro clásico a las primeras películas de Martin Scorsese, pero también se percibe el influjo del cine de acción japonés y, por supuesto, de los films policíacos made in Hong Kong, que, si bien más allá del continente asiático eran prácticamente desconocidos (en aquel entonces, sólo Jackie Chan era célebre en otras latitudes, como por ejemplo las nuestras), muy pronto penetraría con fuerza en Occidente gracias a directores comno John Woo o Tsui Hark. La historia que aquí se narra es la de Wah, un gángster hongkonés que goza de la confianza de un jefe del hampa local y gestiona un pequeño grupo de delincuentes, entre los que están sus hermanos, Fly y Site. Wah vive de noche, entre tugurios de juego y clubs nocturnos, y frecuenta la compañía de una artista de cabaret, harta de la alergia al compromiso de ese carismático delincuente. Como las horas de sueño de Wah tienen poco que ver con las del común de los mortales, apenas se entera del mensaje telefónico que le traslada su tía, residente en provincias: una joven, prima suya, ha emprendido viaje a la ciudad y Wah debe alojarla en su domicilio, en el que, por cierto, impera el desorden más absoluto. Mientras Wah se desvive por arreglar las trastadas que a cada paso comete Fly, quien, además de un completo inútil, es un bocazas, la joven permanece en su casa, sin apenas salir a la calle y limitándose a realizar algunas tareas domésticas. Fly termina por provocar un enfrentamiento entre distintas familias del clan, cuyos líderes tienen un problema de superior envergadura: un malhechor con mucha información sobre sus actividades ha sido detenido por la policía y está dispuesto a testificar ante los tribunales. Mientras esto sucede, poco a poco surge el amor entre Wah y su prima.
De un modo todavía algo primario, pero en El fluir de las lágrimas ya aparece el Wong Kar-Wai más reconocible. Wah, al margen de su férreo concepto de la lealtad familiar, es un nihilista absoluto, alguien que vive al día y que sabe que, en un mundo como el suyo, cualquier mal paso te puede llevar a un fallecimiento prematuro. Él se siente cómodo en ese universo, seguramente el único que conoce, hasta que el contacto con su prima Ngor le hace plantearse otros objetivos. La redención del descarriado a través del amor está más vista en el cine que el león de la Metro, pero es justo reconocer que el modo sensible, elegante y visualmente estilizado con que la presenta el director la hace ir más allá del manido tópico que, en esencia, es. Hay un tono fatalista que impregna un relato que no es otra cosa que una historia de perdedores. A Wong Kar-Wai le faltaba aún depurar su estilo, lo cual se nota por el abuso de cámaras lentas en las escenas de acción y, sobre todo, en el que será posteriormente uno de los puntos fuertes de su manera de dirigir: la utilización de la música. Aquí, para ilustrar la manifestación del amor entre Wah y Ngor, no se le ocurre otra cosa que recurrir a Take my breath away, uno de los himnos calentorros de los 80 por cortesía de Top Gun, en una versión autóctona que no es que mejore a la original. El error que no comete el director es el de añadirle glamour al crimen organizado, cuyos miembros son presentados como lo que acostumbran a ser en realidad: un montón de garrulos armados compitiendo entre sí por ver quién la tiene más grande. La fotografía, cómo no, está muy cuidada, en un film que es en esencia nocturno y de interiores. La ciudad se presenta como un ente hostil, marcado por la soledad, la violencia y un perpetuo bochorno. En cambio, se ofrece una visión idílica de la vida más allá de los bajos fondos de la gran ciudad. De hecho, la partida de Wah al reencuentro de su prima, que ha regresado a su lugar de origen, es vista como un gran respiro para el protagonista, un hálito de esperanza del que le alejará el patán de su hermano, un tipo incapaz de tomar una buena decisión en su vida. Wah podría dejarle tirado, que de hecho es lo que merece, pero no entra en sus códigos aceptar la culpabilidad provocada por abandonar a alguien de su misma sangre. En este aspecto, el crescendo dramático evoluciona con una destreza notable, aunque el conjunto se vea algo lastrado por la música, redundante y muy de película de acción ochentera, que no está a la altura del conjunto.
El trabajo de los intérpretes es desigual: Andy Lau, toda una institución dentro del cine más vigoroso elaborado en el Extremo Oriente, lleva a cabo una labor digna de elogio en la piel de Wah, un tipo de una pieza, para lo bueno y para lo malo, al que la convivencia con su prima, y el hecho de ver a su tercer hermano felizmente casado y lejos de la delincuencia, le hacen vislumbrar otros mundos más allá del que habita, por mucho que en ese sea alguien que impone respeto a los demás. Maggie Cheung, hoy prácticamente retirada del cine, y presencia importante en las obras mayores de Wong Kar-Wai, representa con acierto el papel de mujer callada y desvalida, que simboliza la posibilidad de redención del protagonista. En cambio, Jacky Cheung, que da vida a Fly, recurre a la sobreactuación como modo de presentar en pantalla a su personaje, y lo que consigue con ello es que su labor sea casi tan nociva para la película como Fly lo es para su hermano. Tampoco pasa de lo discreto Alex Man, que interpreta a un nalhechor con más ínfulas que virtudes, mientras que el trabajo de Ronald Wong, en el papel del tercer hermano de Wah, no pasa de correcto, calificación que cuadra bastante con el desempeño del resto del elenco de secundarios.
Notable debut de un cineasta de gran talento, aunque algo venido a menos en los últimos lustros. En El fluir de las lágrimas no terminamos de ver al fino estilista que es Wong Kar-Wai, pero muchas de sus cualidades más destacables como realizador ya asoman de manera significativa en este thriller que va de menos a más y que tiene un final excelente.