Esta mañana he leído (traducido al español) un artículo publicado por el Nobel de economía Paul Krugman en The New York Times. En dicho artículo se afirma que la culpa de que la situación política en EE.UU. esté provocando graves problemas económicos corresponde casi en exclusiva a la derecha, a esa extrema derecha enferma de ignorancia, arrogancia y sinrazón agrupada bajo el paraguas del Tea Party. Pienso que Krugman acierta, pero olvida un detalle importante: que en buena parte esa ultraderecha soberbia, encantada de haberse conocido y eterna poseedora de la verdad absoluta ha sido creada por la izquierda, en Estados Unidos y en la práctica totalidad del mundo occidental. Esa izquierda que primero renunció a sus principios marxistas para ocupar los más altos cargos de las repúblicas democráticas o de las monarquías parlamentarias, que más tarde perdió toda referencia ideológica al hundirse el bloque soviético y que ha vivido desde entonces agarrada a ser, en el mejor de los casos, el mal menor para las clases medias y populares, es la principal responsable de que el capitalismo salvaje se haya adueñado de todo el poder y haya perdido el miedo al enemigo por la renuncia anticipada de éste a plantear batalla. Si para algo ha de servir el socialismo democrático es para, aceptando la propiedad privada y el libre mercado por la sencilla razón de que hasta ahora no hemos sido capaces de inventar algo mejor, llevar al capitalismo lo más cerca posible del socialismo (servicios públicos universales, igualdad de oportunidades, laicismo de Estado, expansión de los derechos y libertades individuales, internacionalismo frente a nacionalismo). Es obvio a estas alturas que el fracaso, en general, ha sido mayúsculo, y que las perspectivas inmediatas no son nada halagüeñas, pese a que, como han demostrado con maneras en general bastante pacíficas los movimientos de indignados en diversos países, y se está viendo de un modo mucho más bestial estos días en Inglaterra, el sistema es débil y la fuerza de no demasiados le hace temblar más de lo que creemos o queremos ver. Quizá si los líderes y representantes de las clases populares salieran de ellas mismas, y no de otras, los gallos nos cantarían de otra manera, pero, hoy por hoy, la situación de la izquierda política, o de lo que pueda quedar de ella en gran parte de nuestra civilización, es sencillamente lamentable porque, hablando claro, la derecha cada vez es más derecha, y la izquierda ya no sabe ni lo que es, ni lo que quiere ser.